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LA DESAPARICIÓN DE LA NOCIÓN DE BARRIO

 

DEL PROYECTO COLECTIVO AL AISLAMIENTO: LA DESAPARICIÓN DE LA NOCIÓN DE BARRIO


La gente ya no espera nada de la villa.

(Dueña de casa, sector de alta segregación)

Introducción

Los estudios cualitativos realizados en el marco del estudio "Barrios en crisis y barrios exitosos producidos por la política de vivienda social en Chile: influencia de la segregación residencial y lecciones de política" 1 muestran una característica común en todos los conjuntos de vivienda analizados: al momento de llegar a vivir al lugar, las familias poseen una visión optimista respecto de su futuro y de las posibilidades que tendrán de integrarse con sus vecinos y con el resto de la sociedad. Vienen cargadas de sueños, esperanzas, expectativas y proyectos, los que están dispuestos a compartir y construir con los vecinos. El sueño cumplido de la vivienda propia viene acompañado de la ilusión de un barrio por el que se estaba dispuesto a trabajar colectivamente. En principio, las familias comprenden las dificultades a las que se verán sometidas; entre ellas, las relacionadas con la lejanía y el aislamiento de los asentamientos de la ciudad central. Pero, tal como señalan Rodríguez y Sugranyes (2004), sienten que desde la casa propia les será posible mejorar sus condiciones de integración social y urbana, superar las dinámicas de exclusión a las que estaban expuestas e iniciar procesos de movilidad social ascendente a la par que sus vecinos.

Esta visión optimista se plasma en la realización de actividades comunitarias durante los primeros años de convivencia en el barrio. Las celebraciones de las fiestas de la primavera o de Navidad se suman a la con-

Estudio dirigido por Francisco Sabatini, Guillermo Wormald, Gonzalo Cáceres y Rodrigo Salcedo, como parte del Primer Concurso Nacional de Proyectos de Anillos de Investigación en Ciencias Sociales (2006-2008), que se enmarca en el Programa Bicentenario de Ciencia y Tecnología (PBCT), administrado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt, Chile) y financiado a través de un Convenio de Préstamo suscrito entre el Gobierno de Chile y el Banco Mundial.

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formación de organizaciones vecinales —en especial, Juntas de Vecinos— que implican el desarrollo de lazos de confianza y reciprocidad. Los vecinos no solo se conocen, sino que, además, se juntan y se organizan. Estos procesos de conformación de capital social colectivo dan lugar a un proyecto común plasmado en el barrio.

Se podría pensar que estos procesos de asentamiento y de construcción comunitaria a través de organizaciones sociales se consolidasen a lo largo de los años, apoyados por la solidificación de las relaciones

interpersonales, la mejora de las condiciones materiales de subsistencia y la sensación de eficacia frente a logros alcanzados en común. Sin

embargo, lo que observamos en la mayor parte de los casos estudiados es que, tras el entusiasmo y el proceso de organización comunitaria inicial, comienzan a generarse la desconfianza entre los vecinos y el debilitamiento de las relaciones. Al mismo tiempo, se va empeorando la calidad de los espacios públicos barriales, tanto por la incidencia de actividades ilícitas como por la sensación de incapacidad de los propios vecinos para impedir que ello ocurra.

A raíz de lo anterior, subrayamos que en muchos de los barrios analizados existe una suerte de destrucción del proyecto común original. La realidad actual en los conjuntos de vivienda nos muestra un radical aislamiento y desconfianza entre los vecinos. Más aún, en la mayor parte de los casos, aquellos que quieren abandonar definitivamente el barrio superan con creces a quienes desean seguir buscando la conformación de una comunidad en el lugar en que residen. Esta desconfianza y aislamiento —que en muchos casos implica el levantamiento de rejas y muros, la apropiación privada de los espacios públicos barriales, la aparición de fenómenos de estigmatización y un aumento del miedo al "otro"— lleva por lo general no solo al decaimiento de la idea de comunidad en el barrio, sino también a un importante deterioro físico de la infraestructura pública y privada.

Es importante recalcar que estas condiciones de decadencia de lo co-

lectivo no son situaciones instaladas desde siempre; en todos los casos analizados fue posible constatar la visión optimista de los residentes al momento de llegar, ligada al sueño de la vivienda propia. El relato de los vecinos reconstruye la historicidad de un proceso que se ha dado de forma progresiva.

En este trabajo nos proponemos desentrañar los factores tras el debilitamiento del proyecto comunitario original en los distintos barrios estudiados. Asimismo, nos referimos a las claves que han permitido

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la persistencia de un proyecto común en dos de los casos estudiados. Sostenemos que el debilitamiento del proyecto comunitario presenta problemas en tres niveles. En primer lugar, a nivel individual, donde se observan dificultades para manejar adecuadamente las relaciones con el otro; específicamente, para cultivar relaciones de confianza entre los vecinos. Asociado a esto, en el nivel colectivo se adviefie una incapacidad para controlar los espacios públicos de los conjuntos y mantenerlos libres de la violencia presente en el entorno. Por último, a una escala espacial mayor, se puede apreciar que los dos problemas anteriores se

ven potenciados en aquellos conjuntos que se enfrentan a un entorno adverso. Todo esto trae como consecuencia una serie de respuestas individuales que tienden a aumentar el aislamiento, el temor hacia el otro y la fragmentación de los espacios barriales.

Este deterioro del proyecto común se ve amplificado en el caso de los conjuntos que enfrentan altos niveles de segregación, tanto por la pobreza del equipamiento e infraestructura como por los problemas sociales preexistentes en el entorno. Por el contrario, en aquellos conjuntos de menor segregación, estos problemas se ven aliviados por un entorno favorable y por el importante apoyo municipal recibido. Entonces, mientras los conjuntos con bajo nivel de segregación mantienen el trabajo colectivo y la organización de la totalidad del barrio, en los otros conjuntos, especialmente los más segregados, esa modalidad de convivencia se deteriora, llegándose a la fragmentación de los vínculos sociales y del espacio del barrio. En ese proceso, los factores determinantes de la existencia o ausencia de un proyecto colectivo barrial se relacionan tanto con las capacidades, recursos y activos de las familias que componen el grupo residente (Kaztman, 2002), como con las amenazas externas existentes. Por tanto, la capacidad de los hogares para hacer frente a tales amenazas resulta un factor relevante a la hora de concretar un proyecto colectivo.

Cabe notar que el debilitamiento de los proyectos colectivos barriales

no implica necesariamente su desaparición. De hecho, existen diversas

poblaciones emblemáticas de Santiago y de regiones en los que la organización y participación de los vecinos siguen siendo importantes. Más aún, en los proyectos estudiados donde encontramos más debilitada la idea del "nosotros", subsisten también manifestaciones colectivas que intentan mantenerse a pesar de la adversidad.

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1. Metodología

Los resultados que exponemos a continuación corresponden a datos cualitativos obtenidos a través de entrevistas y grupos focales en ocho casos de conjuntos de vivienda social con distinto nivel de segregación. Los conjuntos escogidos poseen similares características en términos de antigüedad (alrededor de ocho años al momento del trabajo de campo) , tipología y tamaño; es decir, son comparables en su origen y trayectoria, pero no en su nivel de segregación.

Los conjuntos seleccionados fueron tres ubicados en el Gran Santiago (uno de baja segregación, uno de segregación media y uno altamente segregado); tres ubicados en el Gran Concepción (uno de baja segregación, y dos altamente segregados), y dos conjuntos ubicados en la ciudad de Talca (ambos de alta segregación en términos de homogeneidad socioeconómica, pero uno de ellos cercano a nuevos proyectos de desarrollo inmobiliario y a un centro comercial; y, en este sentido, en un contexto urbano en transformación).

En cada uno de los conjuntos del Gran Santiago se realizó un ejercicio etnográfico: un investigador vivió durante dos meses en el conjunto estudiado. Durante ese período, cada uno de los investigadores realizó entrevistas abiertas —con y sin registro— y elaboró notas de campo. A esto se agregaron tres grupos focales (hombres, mujeres y jóvenes) con personas del entorno directo del conjunto habitacional en estudio. Adicionalmente, se entrevistó en cada conjunto a cinco informantes clave: funcionario(a) de la Dirección de Desarrollo Comunitario (Dideco) u oficina de vivienda municipal, carabinero, médico o enfermera del consultorio local, pastor evangélico y sacerdote católico local.

En cada uno de los conjuntos de Talca y el Gran Concepción se reemplazó la etnografía por veinticuatro entrevistas a residentes, manteniéndose los grupos focales y las entrevistas a informantes clave.

El trabajo de terreno se realizó entre abril de 2007 y enero de 2008.

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SEGREGACIÓN DE VIVIENDA SOCIAL• OCHO

2. Resultados

a) Factores tras el debilitamiento del proyecto colectivo de barrio

Es posible identificar cinco experiencias que, en suma, llevan al debilitamiento del proyecto colectivo de barrio: la falta de privacidad y los rumores, el miedo, la vivencia del estigma, la pérdida de fe en las iniciativas conjuntas y la cultura de la violencia.

Lafalta de privacidad

La falta de privacidad tiene relación con la mala calidad, espacio reducido y falta de aislamiento acústico de las viviendas (Ducci, 2000), lo que obliga a trasladar algunas actividades privadas al espacio público, lo que dificulta mantener en el ámbito de lo privado, por ejemplo, las discusiones familiares. Esta excesiva exposición ante el resto de los vecinos lleva a que la gente adopte una posición más reservada. De esta forma, si bien los vecinos pueden tener mucha información sobre otra persona, se marca una diferencia no estableciendo relaciones de amistad y no dando espacio a la conversación sobre las cosas que se han escuchado o conocido por otros medios.

Es que es otra vida (...) vivir en departamento es incómodo, porque somos cuatro personas. Otro estilo de vida para las niñas; las niñas están estudiando, ya son señoritas, aquí es una "población". Uno dice "villa", pero es una "población". Mis niñas no tienen ninguna amistad de aquí, porque ellas tampoco (...) no es mirar en menos, sino que ellas tienen otro (...) entonces es diferente, no es porque uno quiera (...). (Dueña de casa, conjunto alta segregación)

La insatisfacción con la vivienda se ve reforzada en aquellos casos en que los demás atributos de la misma, en especial aquellos relacionados con su localización, son también evaluados como negativos.

El miedo

En muchos de los casos estudiados, el miedo aparece en el momento en que se llega al barrio, pues los nuevos conjuntos fueron emplazados en sectores que ya tenían algún grado de deterioro y en cuyo espacio público ya existían actividades delictuales. Así, al arribar a su nueva vivienda, las familias se ven enfrentadas a un entorno hostil, que amenaza con propagarse a los espacios públicos al interior del nuevo conjunto. En tal situación, si durante el primer tiempo de residencia en los conjuntos se

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utilizaban los espacios comunes interiores de estos sin temor, el espacio circundante nunca fue usado con plena libertad, sino más bien con restricciones. Estas limitaciones van aumentando en la medida en que parte de las actividades delictuales ya no forman parte del entorno, sino del conjunto mismo. En reacción, los vecinos comienzan a construir sus rutinas, usos y estrategias de desplazamiento de acuerdo con los lugares y horarios que ellos estiman más seguros; y, análogamente, seleccionan sus relaciones interpersonales segun el mismo esquema. Estos mecanismos y estrategias han sido descritos en algunas investigaciones recientes (Salcedo, 2010; Ganter, 2010).

En ciertos aspectos, sí [me gusta la villa], porque pa' mí siempre ha estado el lado en el que vivo yo, y a ellos [los del sector del frente] no los pesco; de hecho, si fuese eso de ahí [refiere al sector en el que vive] la villa me encantaría, porque la gente que hay en ese lado me cae bien y sé que no hay gente mala (...). En cuanto al lado del frente, siempre ha habido ata'os, la gente cuando se viene a agarrar a balazos pa' acá no es por la gente de acá, sino por la del frente; más por eso tomé la opción de querer irme de acá. (Joven, conjunto alta segregación)

La vivencia del estigma

El ser estigmatizados y señalados desde fuera como un mal sector o comuna (en el caso de los barrios en contexto de mayor segregación) o como un mal barrio (en el caso de los conjuntos menos segregados) tiene también efectos internos en la psicología individual y colectiva de los residentes (Goffman, 1963).

En la medida en que los vecinos reconocen que los problemas imputados al barrio (delincuencia, consumo de drogas y otros) efectivamente forman parte de la realidad del lugar, tienden a desplazar el estigma hacia una zona o un conjunto de personas delimitados. De esta forma, al estigma externo se suma un estigma intrabarrial y, consecuentemente, las personas con las que parece razonable tener relación se reducen a aquellas que viven en la parte "sana" o "buena" del barrio, o que se comportan según dictaminan las normas socialmente aceptadas. Como consecuencia, el barrio deja de ser una escala en que se puede aplicar la noción de "nosotros".

Le cambiaría [a esta villa] alguna gente que afea aquí. Porque hay gente que cuida harto las cosas, como decía, hay gente decente y gente ordinaria; sacaría la gente que no cuida las cosas y no sé (...) es que es más la gente, la gente la que hace el lugar. La gente es la que Io

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                                                                                                                            LA                                              ...

va formando, entonces sería la gente. Porque uno puede vivir en un departamento, pero hay departamentos súper bonitos. La gente es Io que lo hace. Sacaría a esa gente que si se margina sola, que se vaya a un lugar peor; si a las finales, si ellos se están tirando pa' abajo, que tiren más pa' abajo y que se vayan pa' otro lado. (Joven, conjunto

segregación media)

Pérdida defe en la acción colectiva

Las dificultades para conseguir logros y la percibida falta de eficacia en las iniciativas conjuntas (Sampson, 2006) llevan al desencanto por el trabajo común y a optar por soluciones individuales (o, visto de otro modo, privadas). La dificultad para reunir fondos cuando muchas de las familias simplemente no pueden aportar, sumada a la oposición de algunos vecinos y a la mala relación entre ellos, generada por problemas de convivencia; la falta de privacidad o la nula participación de un grupo, junto con la ausencia del Municipio en términos de apoyo, son los factores que impulsan a buscar soluciones individuales frente a los problemas. Una vez que se instalan las soluciones individuales —como son los cierres alrededor del sector del block correspondiente a la propia vivienda, en el caso de los primeros pisos—, las soluciones colectivas no solo parecen menos atractivas o innecesarias, sino que dejan de ser factibles como consecuencia de las acciones individuales. Así queda demostrado en algunos casos estudiados.

Teníamos hartos sueños y expectativas en la sñlla; por ser, esos proyectos para arreglar los departamentos, uno pone una unidad de fomento y se arregla todo el entorno de la villa, pero no toda la gente va a

pagarlo. Para hacer ese basurero allá afuera había que pagar mil pesos y todavía hay gente que no paga. Uno no saca nada con tener sueños para la villa si la gente no los acompaña. (Dueña de casa, conjunto alta segregación)

La cultura de la violencia (cultura del "choro")

La estrechez y la falta de privacidad de los espacios privados generan múltiples problemas de convivencia cotidiana entre vecinos. En contextos con una alta presencia de violencia en el entorno y donde Carabineros no responde a los llamados de los vecinos, los conflictos se resuelven, en parte importante, de manera violenta (sea esta verbal o física), forma a la que se recurre ante la menor frustración (Jiménez, Hidalgo & Salcedo, 2010).

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[Respecto de los carabineros que vienen a la villa a hacer controles policiales] Recogen su parte y se van. Los de la 52 [Comisaría] tienen mala fama por acá, porque vienen y no hacen nada. Yo misma los he encarado cuando vienen para acá. (Presidenta de Junta de Vecinos, conjunto segregación media)

En este sentido, los vecinos perciben que impera una suerte de "ley del más fuerte", donde aquellos que actúan con violencia pueden hacer, prácticamente, lo que quieran. Al mismo tiempo, sienten que es necesario saber con quién se puede intentar resolver un conflicto o reclamar y con quiénes no. Esto se refleja en las conductas cotidianas, donde las personas deben asumir una cierta "choreza" o una actitud desafiante para que no "pasen por encima de ellas"

Para ella, pasar de una casa a un departamento es un cambio grande, porque se encontraron con más escándalos, con música a todo dar; para ella, la gente escucha música a un volumen excesivo solo por querer mostrar que tienen un equipo más güeno que los otros, por querer pasar llevar a otro. (Notas de campo tras conversación con una dueña de casa, conjunto alta segregación)

b) Estrategias individualesfrente a la ausencia de lo colectivo

Las dificultades para generar estrategias colectivas que permitan enfrentar los problemas comunes llevan a que las familias desarrollen estrategias destinadas a combatir de forma individual los riesgos que ven en el entorno y el estigma del que son objeto por residir en el barrio. Estas estrategias pueden resumirse en dos: el aislamiento respecto de los demás vecinos, y la privatización y fragmentación del espacio del barrio.

El aislamiento respecto de los demás vecinos

Distintas investigaciones realizadas en Chile han abordado las causas y consecuencias del aislamiento de los vecinos y la privatización de la vida cotidiana (Salcedo, Rasse & Sabatini, 2009; Salcedo, 2010). En los casos observados, el aislamiento queda firmemente representado en la expreSión "aquí yo no me meto con nadie". Esta expresión se manifiesta reiteradamente durante las conversaciones sostenidas con los habitantes de los distintos conjuntos estudiados. Pudimos apreciar que aquellos vecinos que no establecen vínculos con el entorno son legitimados en su opción por otros vecinos, mientras que aquellos que sí lo hacen son percibidos como personas que corren riesgos de ser estigmatizados.

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SEGREGACIÓN DE LA VIVIENDA SOCIAL: OCHO ...

Esta propensión al aislamiento tiene relación con que a gran parte del barrio y sus habitantes se les atribuyen características y comportamientos negativos. En su expresión máxima, las personas, efectivamente, declaran no relacionarse con nadie. En otros casos declaran restringir sus relaciones a los vecinos del mismo piso. Y, en los casos más favorables, las personas dicen relacionarse con los vecinos de su block.

Es que la gente es distinta aquí PO' (...) es como más (...) más (...) más PO', como más flaitecito (...). Yo, a los que viven acá en el edificio como que los saludo y tengo un amigo que vive acá al lado, y eso sería. No conozco a nadie más. De todos los años, no conozco a nadie más. Porque no, no son como yo (...). Son como más flaites ¿pa' qué?, ataos. Como que los mirái feo y ya, como que al tiro te van a hacer algo. Mejor no los mirái. Salgo y ahí ya es otro mundo. Es un amigo el que tengo, y sería. (Joven, conjunto segregación media)

Esta falta de relación con el resto de los vecinos no implica, sin embargo, una total indiferencia frente a ellos. Las personas muchas veces mantienen la cordialidad a través del saludo con la mayor parte de sus vecinos, pero sin profundizar en las relaciones, como una forma de evitar conflictos y apartarse de su entorno.

La privatización yfragmentación de los espacios del barrio

Al referirnos a la fragmentación del espacio o privatización de los espa-

cios, estamos reseñando la tendencia de los vecinos a cerrar los espacios contiguos a sus departamentos, espacios que así pierden su calidad de públicos y se vuelven de uso privado (Ducci, 2000; Dammert, 2004). Si bien muchas veces esto tiene como finalidad lograr una ampliación de la vivienda —especialmente en los primeros pisos—, también trae consi-

go un afán por controlar el espacio colindante. De este modo, los cierres no solo constituyen ampliaciones en el primer piso, sino que también implican rejas al pie de la escala de ingreso al block o a su alrededor, rejas entre pisos e incluso rejas en los pasillos. Los residentes que tienen ampliaciones también declaran que una de las motivaciones ha sido evitar que se produzcan desmanes junto a sus ventanas. Todo ello termina por generar la fragmentación del espacio público o comunitario en los conjuntos estudiados, los que se pueblan de toda clase de rejas y muros.

A este otro de abajo se le ocurrió (...) fue el primero en cercar cuatro metros sin pedirle permiso a nadie; entonces fue a la Municipalidad y la Municipalidad le autorizó que ocupara todo ese trecho lleno de arbustos y que, si usted los ve, se va a fijar que ese es el patio trasero de

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Capítulo III _ Del proyecto colectivo al aislamiento...

la casa de él (...). Le quebró el negocio, se echó a perder, mal atendío, pero ahí quedó con su (...), todos los metros afuera; y así como él, tomó la señora de enfrente, tomó la señora de acá y el chico de acá;

todos tienen ahí esas construcciones ahí. (Jefe de hogar, conjunto alta segregación)

Estos dos procesos —aislamiento y privatización de lo público— se manifiestan de forma mucho más radical en los conjuntos más segregados. En cambio, en los dos casos de baja segregación, dichos procesos prácticamente no aparecen. En estos últimos, la violencia del entorno no se manifiesta tan fuertemente y los vecinos han logrado establecer un conjunto de normas de convivencia y proyectos comunitarios para mejorar el entorno. Es el caso del conjunto menos segregado del Gran Santiago, donde ha influido la gran disponibilidad de fondos concursables existentes en el Municipio. Finalmente, a pesar de las diferencias con los demás vecinos y los problemas internos de convivencia, estos dos conjuntos de baja segregación han podido generar organizaciones estables que regulan dichos problemas a través del trabajo conjunto, lle-

gando incluso, en uno de los casos, a la creación de un Comité de Administración que funciona en paralelo a la Junta de Vecinos. El Comité tiene como función el cobro de gastos comunes para la mantención de los espacios públicos del conjunto habitacional.

El Comité Administrativo tiene que ver con lo que es la administración de los bienes o de los gastos comunes, [mientras que] la Junta de Vecinos se va más a la parte social. (Administrador, conjunto baja segregación)

Por el contrario, en los casos de mayor segregación, el panorama es de gran deterioro social. En uno de los casos ya no existe la Junta de Vecinos. En otro, se ha fragmentado y existe solo una organización que reúne a una parte del conjunto. Por último, en el caso más segregado del Gran Santiago, donde se comenzó organizando incluso una fiesta de la primavera, hoy en día a nadie le interesa participar en instancias

como la señalada, así como tampoco en las organizaciones vecinales; más bien, el foco está puesto en los deseos de abandonar el conjunto, idea que incluye a la presidenta de la Junta de Vecinos.

Yo el único anhelo que tengo es cerrar esta villa, pero de ahí yo me despido. (Presidenta Junta de Vecinos, conjunto alta segregación)

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3. Discusión

El análisis expuesto evidencia una serie de fenómenos sociales y espaciales que se producen al interior de los conjuntos de vivienda social construidos en los últimos años. Si bien se trata de resultados cualitativos de un estudio de casos, la gran cantidad de documentos analizados (más de doscientos, que incluyen entrevistas, grupos focales y notas de campo), así como la alta consistencia interna del cuerpo de datos y su consonancia con observaciones aportadas por otros estudios, nos permiten al menos sugerir algunos ámbitos de discusión: la afirmación identitaria; la inseguridad del entorno, que incide en la capacidad de organización; y el abandono del Estado versus el apoyo del gobierno local.

a) La afirmación identitaria

En términos generales, los conjuntos de vivienda social presentan una diversidad socioeconómica y cultural en su interior que es difícil de imaginar a primera vista, especialmente cuando se sabe que en su origen las viviendas fueron asignadas a hogares con puntajes similares en su ficha de clasificación socioeconómica. Esta diversidad está relacionada con el progreso económico del país en los últimos veinte años, en que se ha registrado un paso de niveles de pobreza cercanos al 40 por ciento, a tasas en torno al 15 por ciento. Este proceso, sumado a la radical masificación en la educación y en el acceso a la vivienda propia, les ha permitido a estos hogares comenzar un proceso sostenido de acumulación familiar (Salcedo, Rasse & Pardo, 2009).

El crecimiento económico ha implicado, así, importantes procesos de movilidad social para una parte importante de las familias que habitan

los conjuntos de vivienda social estudiados, lo que no necesariamente implica que ellas hayan salido de su situación de En ese

contexto, al interior de los conjuntos es posible encontrar familias con un estilo de vida y acceso al consumo muy cercano al gasto de la clase media y, al mismo tiempo, familias que por haber sufrido shocks de salud o desempleo se han quedado rezagadas, más cercanas a su situación socioeconómica de origen (aquella que tenían al momento de llegar a vivir en el conjunto) (Salcedo & Rasse, 2012).

El grupo que se identifica más cercano a la clase media en términos de patrones de consumo —tales como el acceso a educación particular subvencionada o a salud pagada—, no puede, por sus características de vulnerabilidad y las dificultades de acumulación derivadas de ello, acceder a las ofertas habitacionales de clase media que ofrece el mercado. Por ende,

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tras siete u ocho años habitando su vivienda social básica, continúa en ella, pero con un estilo de vida distinto al original (acorde con sus expectativas de movilidad social), compartiendo espacialmente con aquellos que no han podido hacer su mismo proceso y con familias recién llegadas, en situación de pobreza, que en los últimos años han adquirido su vivienda social del Estado en las cercanías de los conjuntos estudiados.

Más allá de las diferencias objetivas entre las familias, esta diversidad interna (que entra en juego, además, con la identidad del sector en que se emplaza el conjunto habitacional, y su diversidad u homogeneidad social) implica una constante negociación identitaria. Según Sennett (1970), en procesos de rápida movilidad ascendente, las personas y grupos sociales experimentan problemas respecto a la conformación de una identidad propia y al reconocimiento de dicha identidad por otros grupos sociales, lo que trae consigo que realicen enormes esfuerzos por diferenciarse de su situación anterior y asimilarse al estrato social inmediatamente más alto. En este contexto, es posible sostener que este grupo vive en una permanente "adolescencia urbana" (Brain, Cubillos & Sabatini, 2007), con aspiraciones de pertenencia a la clase media, pero sin ser reconocidos ni legitimados en sus aspiraciones por los grupos de más altos ingresos, que constantemente los descalifican (Salcedo, 2010), y tampoco por un Estado que construye más y más viviendas sociales en los alrededores de su habitar.

Lo anterior ha llevado a la existencia de varios procesos de diferenciación simultáneos que se reflejan, además, en la imposición de estigmas territoriales.

En los casos de segregación media —donde existe proximidad física entre los conjuntos de vivienda social estudiados y conjuntos de vivienda subsidiada de estratos medios bajos— se produce entre los vecinos de clase media una búsqueda por diferenciarse de las familias de vivienda social en proceso de movilidad social. En los casos de alta segregación, los conjuntos habitacionales se ven afectados por los procesos de estigmatización que les impone la ciudad (estigmas comunales, por ejemplo); asimismo, al interior de cada conjunto, los vecinos que han experimentado movilidad social buscan diferenciarse de aquellos que les recuerdan su condición de origen (Brain, Cubillos & Sabatini, 2007; Salcedo, 2010).

En síntesis, es posible sostener que la aparición de diferencias entre los pobladores —inicialmente solo económicas y posteriormente

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                                                                                                                              LA                                              .

identitarias—, contribuyen al debilitamiento del "nosotros" comunitario a través de la creación de estigmas, dificultando con ello la mantención de un proyecto barrial basado en las carencias e intereses comunes. Esto interactúa, además, con los procesos de diferenciación y estigmatización presentes en el sector o en la comuna.

En los casos de los conjuntos de mayor segregación estudiados, logramos apreciar que algunos grupos sociales, blocks, manzanas o sectores, sufren un doble proceso de estigmatización: son estigmatizados tanto por la ciudad en general —o la comuna—, como por otros sectores al interior del propio conjunto, lo que fragmenta el "nosotros" y condiciona el tipo de relaciones sociales que se dan en el espacio. En cierta medida, puede entenderse que esta estigmatización interna es un mecanismo de defensa de los pobladores frente a los estigmas externos de los que ellos mismos son víctima; así, si el conjunto ha sido estigmatizado desde fuera no es porque todos sean "malos", sino porque "la gente del otro block o del otro sector" es "mala". Entonces, lo que se hace es desplazar el estigma hacia otros pobladores respecto de los cuales se tiene una viSión negativa. Esta es una visión generalmente adquirida por problemas de convivencia cotidianos o en la medida en que sus costumbres y/o estilo de vida se alejan de las expectativas de movilidad social que otras familias albergan, o ambas razones a la vez.

Tanto en los conjuntos de alta segregación como en aquellos situados en entornos de segregación media, todos estos fenómenos tienen una doble función: defenderse del estigma externo y asegurar la pureza de la propia identidad, así como mantener un cierto control social sobre el territorio. Este control puede ser puramente simbólico, al fijar las ex-

pectativas de comportamiento, o también práctico, dando lugar a mapas mentales que permitan a las personas desarrollar sus rutinas cotidianas lejos de espacios o personas que consideran conflictivas.

Los conjuntos ubicados en sectores de baja segregación presentan un grado de estigmatización menor, y los estigmas internos prácticamente no se perciben. Eso se condice con el hecho de estar mucho más claras las diferencias con su entorno (conformado por viviendas de mayor valor), y con que los procesos de movilidad social al interior del conjunto están más generalizados; adicionalmente, en algunos ocurre que la convivencia interna está normada. Por tanto, las distinciones no recaen sobre grupos, sino sobre personas específicas que no comparten el estilo de vida mayoritario.

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b) Inseguridad del entorno y capacidad de organización

Uno de los factores que más afecta negativamente la calidad de vida de los vecinos de los conjuntos donde realizamos el estudio es la criminalidad e inseguridad ciudadana, que incide en su capacidad de organizarse colectivamente. En todos los casos estudiados se encontró la misma relación: a mayor inseguridad, menor es el deseo de los vecinos de construir un proyecto barrial.

Ahora bien, la criminalidad e inseguridad de los conjuntos estudiados no tienen su origen solo en la delincuencia de carácter individual, sino también en la existencia de bandas o pandillas que se relacionan, de forma directa o indirecta, con el consumo o tráfico de drogas. En este sentido, se dan simultáneamente dos fenómenos: el "domestiqueo" o robo por parte de personas del mismo sector, y la toma o apropiación de algunos espacios por parte de pandillas, ya sea para el tráfico o para el consumo de drogas.

La conformación de estas pandillas requiere de la existencia de un cierto capital social básico que permita la organización, fenómeno que ha sido descrito en el caso chileno por distintos autores (Lunecke, 2008; Ganter, 2010). Este capital social negativo se despliega en el territorio, apropiándose de ciertos espacios públicos comunes, como plazas, par-

ques o esquinas, los que pasan a ser considerados como "peligrosos" por el resto de los vecinos y evitados en sus rutinas cotidianas.

Esta territorialización de la inseguridad tiene distintos efectos; entre ellos, contribuye a:

 la estigmatización de ciertos entornos del conjunto;  la restricción de la movilidad de los habitantes del barrio;

la privatización de los espacios circundantes a las viviendas para evitar su apropiación por parte de actividades ilícitas; y

el acrecentamiento de las desconfianzas entre vecinos: al ser personas del mismo conjunto quienes forman parte de estas actividades delictuales, el resto comienza a evitarlos —lo que ocurre también con sus familiares, amigos o conocidos— con el fin de evitar conflictos.

Estos dos últimos elementos se ven reforzados, además, por el "domestiqueo", que fomenta la desconfianza y desencadena entre los vecinos un aumento de las medidas de seguridad en torno a la vivienda.

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...

Cabe mencionar que a las actividades delictuales se suma, muchas veces, un contexto en el que la violencia privada o vecinal se encuentra socialmente asumida por los vecinos, cuando no legitimada. Más aún, algunos ilícitos aparecen como normales y cobran legitimidad social frente a los niveles de carencias materiales que presentan quienes los practican.

El miedo generalizado es, entonces, el resultado de la violencia, las pandillas y el "domestiqueo", y se suma a la falta de capacidades de la comunidad para hacer frente a estas amenazas.

c) El abandono del Estado versus el apoyo del gobierno local

Al recibir sus viviendas y llegar a los conjuntos, los habitantes de los complejos estudiados reconocen la importancia del Estado, que les permitió cumplir con el "sueño de la casa propia". Con todo, esto se transforma con el correr del tiempo en decepción e incluso molestia (Salcedo, 2010). Pronto aparece entre los pobladores la idea de que fueron "abandonados" en un lugar que no poseía las mínimas condiciones necesarias para un habitar digno y que, con posterioridad a la entrega de las viviendas, el Estado se olvidó de ellos.

En los conjuntos con más problemas y más segregados, el abandono por parte del Estado se inscribe en la carencia de espacios públicos ade-

cuados o en la escasa seguridad y vigilancia policial. En los conjuntos de segregación media se extraña una mayor presencia del Estado que les ayude a controlar el espacio y les permita combatir las actividades de tráfico de drogas, robos y violencia que ocurren en su interior. Claramente, la ausencia del Estado afecta más a quienes se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad, o a aquellos que más lo necesitan. Sin embargo, aun para aquellos en mejores condiciones económicas, las carencias que dicha ausencia implica atentan contra su progreso material, al evitar que sus viviendas —incluso arregladas— se valoricen (Sabatini & Salcedo, 2011).

En los conjuntos de menor nivel de segregación, la presencia del gobierno local es notoria, tanto en la infraestructura y equipamiento circundante, como en la oferta programática existente. En el caso menos segregado del Gran Santiago, el Municipio se convierte en una importante fuente de sustento para el ascenso social de las familias, reduciendo sus niveles de incertidumbre y apoyándolas en los momentos de mayor vulnerabilidad.

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4. Hacia una clasificación de los barrios observados

A partir de los tres puntos discutidos anteriormente, y con base en los datos obtenidos, nos es posible realizar una clasificación de los ocho conjuntos habitacionales estudiados, de acuerdo con su capacidad de reconocerse y organizarse colectivamente.

a) La destrucción del nosotros: individualismo yfragmentación del espacio en conjuntos ubicados en sectores de alta segregación

En los cuatro barrios de mayor segregación estudiados, encontramos que las personas evitan juntarse o hablar con la mayor parte de sus vecinos, a excepción de unos pocos con los que mantienen lazos más estrechos, por ser familiares o amigos. Los niños no juegan en las plazas, sino en las cajas de las escaleras o en los espacios cerrados en torno a los departamentos de primer piso. Las personas no salen a ciertas horas o no pasan por ciertos lugares, para lo cual deben generar estrategias familiares ad hoc. Y quizá lo más visible de todo lo anterior, es que muchos espacios públicos que rodean a los blocks han sido individualmente apropiados por las familias que habitan en los primeros pisos.

En estos conjuntos, el proyecto en común ha desaparecido, producto del miedo que generan las altas tasas de criminalidad y violencia que se aprecian en el entorno, una parte importante de ellas asociadas al consumo o venta de drogas. Los vecinos se han convertido en víctimas de un entorno hostil que, al fomentar la desconfianza entre vecinos y restringir la libertad de movimiento y uso de los espacios comunes, genera también la preferencia por los espacios privados y el aislamiento respecto de los demás vecinos. Esto trae como consecuencia el priorizar soluciones y estrategias de corte individual, donde la familia no solo mejora sus condiciones de seguridad en la medida de sus posibilidades, sino que además evita lidiar con la incertidumbre proveniente de la desconfianza respecto de los otros vecinos y de la escasez de recursos que dificulta hacer predecible las fechas y plazos en que los proyectos colectivos se llevarán a cabo. En este sentido, las estrategias individuales no son solo reactivas a la desconfianza, sino que además generan una mayor sensación de control en quienes optan por ellas. En términos espaciales, la consecuencia de este proceso es una proliferación de rejas y las apropiaciones irregulares de espacios originalmente comunes.

Asimismo, los estigmas con que se marca a otros vecinos se hacen recurrentes, generándose un discurso crítico frente al modo de vida o

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acciones de diversos grupos sociales con los que se comparte el territorio. Esto no es solo una herramienta de diferenciación identitaria o de protección frente al estigma aplicado a ellos desde fuera, sino que cumple también la función de un mapa para habitar en forma segura el territorio, evitando zonas peligrosas o grupos conflictivos. En cualquier caso, a pesar del estigma y el discurso crítico, los pobladores establecen estrategias de supervivencia que muchas veces incluyen formas de relacionarse con aquellos involucrados en actividades criminales, como las actitudes de "choreza" —principalmente entre los jóvenes—, la naturalización de algunas conductas delictuales —como el robo y venta de cable o de materiales de construcción— o la simple tolerancia o indiferencia frente a las actividades delictuales realizadas en el entorno.

La inseguridad y la multiplicación de los estigmas llevan no solo al aislamiento físico y social frente a los vecinos, sino que, además, al aislamiento frente a los habitantes de otras zonas de la ciudad (familiares, amigos) que temen visitar estos conjuntos, y a quienes a su vez se hace dificil visitar, tanto por la lejanía como por las restricciones de horarios en que los habitantes consideran seguro circular por los conjuntos.

b) La vivencia del estigma: vulnerabilidad social y anhelos de movilidad social y habitacional en conjuntos de segregación media

En los conjuntos de segregación media estudiados se ha producido un importante nivel de progreso material para sus habitantes desde su llegada al lugar, principalmente por la cercanía a una diversidad de oportunidades. Sin embargo, este progreso no ha alcanzado a todos en forma homogénea, aumentándose las diferencias entre los vecinos. Tampoco se ha traducido en una disminución del estigma del barrio o de las actividades ilícitas en su interior.

Así, en estos conjuntos el proyecto común se ha ido desfigurando, tanto por la desaparición de un "nosotros" identificable con una clase social o un conjunto de necesidades comunes, como por la búsqueda de desmarcarse de los estigmas que les son aplicados desde su entorno inmediato (vecinos de estratos medios-bajos que preferirían no compartir su espacio con ellos y que, a su vez, buscan desmarcarse de lo que ellos alguna vez fueron). Lo que prima en muchos de los habitantes de estos conjuntos es el deseo de diferenciarse del resto de sus vecinos, ya sea a través de aspectos materiales (bienes muebles o inmuebles) o a través de distinciones simbólicas, especialmente relacionadas con estilos de vida y criminalidad (Salcedo, 2010).

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En este sentido, lo que se produce en estos casos es una tensión entre, de un lado, las ventajas objetivas asociadas a la localización y el progreso material que esto ha implicado para ellos; y del otro, el sentirse objeto de estigma por parte de sus vecinos inmediatos, quienes además representan sus expectativas de movilidad social. A esto se suma la existencia efectiva de actividades ilícitas y violencia al interior de los conjuntos, de las cuales intentan distanciarse a través de estigmas más específicos.2 En la práctica, esto se traduce en que muchos de los vecinos quisieran cambiarse a una de las viviendas de "la villa de al lado".

Aun cuando el panorama descrito lleva a que las familias comiencen a anidar proyectos individuales y aspiraciones de clase media, la realidad es que su situación socioeconómica, si bien no es de pobreza, ciertamente es de vulnerabilidad (Kaztman, 2002; Salcedo & Rasse, 2012). Esta vulnerabilidad hace que frente a cualquier imprevisto relacionado con la salud o el empleo, las familias caigan nuevamente en situaciones de pobreza que, en un contexto de ausencia de estrategias comunitarias, se vuelven todavía más difíciles de superar. Esta situación es agravada por un Estado que, tanto en el nivel central como en el local, al entender que estas familias han dejado la pobreza (y al considerarlas privilegiadas y menos prioritarias por haber obtenido una vivienda en un entorno favorable), deja de beneficiarlas como sujeto de sus políticas públicas, y por ende, las abandona.

En resumen, hablamos aquí de familias con fuertes procesos individuales y expectativas de movilidad social, que buscan diferenciarse de quienes las rodean identificándose con el estilo de vida del estrato social inmediatamente superior —que resulta ser muy próximo espacialmente—, pero cargando con el estigma que estos últimos les aplican; y ello,

muchas veces, sin poseer la base material necesaria para mantener un estilo de vida que prescinda por completo de las estrategias colectivas.

c) La localización como un activofamiliar: imagen, ventajas privadas y apoyo público en conjuntos de baja segregación

Los dos casos de menor segregación ubicados en entornos privilegiados en términos de disponibilidad de oportunidades —heterogeneidad social del espacio y poder adquisitivo de los municipios— presentan una reali-

dad totalmente distinta; por lo mismo, interesante de analizar.

2 Este fenómeno es discutido más extensamente como "microxenofobia" en el capítulo 2 de este volumen (Sabatini, Salcedo, Gómez, Silva y Trebilcock, "Microgeografías de la segregación: estigma, xenofobia y adolescencia urbana").

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En estos casos, las familias se encuentran envueltas en proyectos individuales de movilidad social y, sin embargo, mantienen organizaciones vecinales (tanto en el ámbito del block como del conjunto completo) que les permiten controlar los espacios comunes y tener ciertas normas de convivencia. Tanto individual como colectivamente, buscan distanciarse de la identidad poblacional y asemejarse a la idea de condominio, que resulta más acorde con su entorno. A esta imagen de condominio se acercan a través del cuidado y mantención comunitaria de los espacios públicos y, en el caso del Gran Santiago, a través del cierre y la presencia de guardias de seguridad.

Las principales diferencias con los casos anteriores —conjuntos de mayor segregación— son, por una parte, que están emplazados en un entorno poco conflictivo, y aislados de él a través de parques y calles, en un caso, y de un cierre con reja y garita de seguridad en la puerta, en el otro. Por otra parte, estos conjuntos son constantemente apoyados por políticas públicas implementadas desde el Municipio.

En este caso, el "nosotros barrial", conformado por el conjunto de residentes del conjunto, es reemplazado por un nosotros simbólicamente mucho más atractivo: el nosotros comunal, que les da el estatus de la pertenencia a una comuna conocida por sus atributos positivos (centralidad en uno de los casos, riqueza en el otro)? Este nosotros comunal no se constituye en un nosotros agobiante, basado en lazos fuertes, sino

que, por el contrario, deja espacios enormes para la individualidad y la diferencia. El nosotros comunal no exige confianza, participación u organización; solo exige atenerse a normas básicas de conducta —las hegemónicas de los sectores acomodados— las que no son solo aceptadas, sino también internalizadas como propias por los pobladores del conjunto (Sampson, 2006). Sin embargo, para cumplir con estas normas básicas, se les hace necesario mantener algún tipo de organización que permita, por una parte, solventar la mantención de la estética de los conjuntos; y por otra, reforzar el cumplimiento de las normas.

Los habitantes de estos conjuntos valoran los privilegios que les entrega su localización (cercanía a comercio y empleo, servicios municipales

3 Es interesante señalar que, en general, en los conjuntos estudiados en el Cran Santiago se observó una identificación mayor con la comuna que con el propio barrio, pero por motivos distintos, según el tipo de barrio de que se trate. En el caso del conjunto más segregado, como una vía de escape al estigma del sector; en el caso del conjunto de segregación media, por una conformidad con las oportunidades que la comuna les brinda; y en el caso del conjunto de menor segregación, para asociarse a los atributos positivos de la comuna. Esto pone en discusión aquellas perspectivas que sitúan al barrio (y los lazos fuertes que en él Se generan) como fuente principal de identidad colectiva en sectores populares.

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Capítulo III _ Del proyecto colectivo al aislamiento...

de mayor calidad, mayores posibilidades de obtener fondos gracias a que los sectores de menores recursos son minoritarios en la comuna, mejor equipamiento e infraestructura urbana). Saben, además, que la única manera a su alcance de acceder a ellos es manteniéndose en su actual vivienda, dado que no podrían solventar otra un poco mejor en su actual sector: no existe oferta intermedia, siendo las demás viviendas de mucho mayor costo. En este sentido, el proyecto colectivo se forma tanto por la búsqueda de "estar a la altura" de los estándares de la comuna, como porque el proyecto de vida de las familias no contempla cambios de residencia. Si bien esto limita las posibilidades de movilidad social de las familias en términos habitacionales, están conscientes de la importancia del atributo localización en su cartera de activos.

Conclusiones

En suma, queda en evidencia que las características del entorno, en especial su nivel de segregación residencial y la presencia de violencia, tienen fuertes repercusiones en la capacidad que tienen los vecinos de un conjunto habitacional para generar un proyecto compartido: en sectores más segregados y en entornos más violentos, es usual que no existan proyectos comunes y, más aún, que los vínculos entre vecinos (ya sean de amistad o asociativos) sean prácticamente inexistentes, o estén muy dañados.

Adicionalmente, más allá de los factores tras el debilitamiento de los proyectos barriales, queda en evidencia que las consecuencias de renunciar a lo colectivo solo potencian los problemas originales. La fragmentación de los espacios y el aislamiento social que evidencian algunos de los conjuntos habitacionales estudiados no solo contribuyen al deterioro de la calidad de vida de sus habitantes y dificultan la intervención de política pública, sino que también empobrecen la cartera de recursos de la familia al eliminar posibles redes vecinales o comunitarias. Para muchas de estas familias, el acceso a la vivienda propia, en lugar de ayudar a dejar atrás situaciones de exclusión social pasadas, significó simplemente una residencia. Se dejaron así de lado todas las potencialidades que puede traer consigo la casa propia: el acceso a una localización en la ciudad, la mejora de la calidad de vida, el incremento en la seguridad y la disminución de la incertidumbre.

Sin ánimo de imponer una visión normativa sobre la existencia de proyectos colectivos al interior de los barrios, las dificultades de los con-

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juntos habitacionales para construirse como una unidad, ya sea esta organizacional, normativa o identitaria, solo logra reducir las estrategias de los hogares a lo puramente individual o familiar, obligándolos a enfrentarse, sin más recursos que los propios, a entornos que les presentan cada vez mayores amenazas y dificultades.

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