¿Qué es
la soberanía?
La soberanía es un concepto que
se define en torno al poder y se comprende como aquella facultad que posee cada
estado de ejercer el poder sobre su sistema de gobierno, su territorio y su
población. Lo anterior hace que, en materia interna, un estado, junto a la
autoridad en ejercicio, sean los que se encuentran por sobre cualquier otra
entidad.
Este concepto surge en la
Europa del siglo XVI y XVII cuando se comienza la búsqueda de fundamentos
laicos para basar el surgimiento de los nuevos estados nacionales. Se adopta
este término proveniente de la palabra “soberano” que se refiere a la
inexistencia de control, pero se define también como aquel jefe a cargo de un
Estado monárquico. Dado lo anterior, la soberanía es un concepto que se
desarrolla en el ámbito político.
La soberanía se puede
considerar en dos aspectos diferentes, uno interno y otro externo. En su modo
interno, la soberanía hace alusión al poder definido anteriormente, el que se
relaciona con el poder de un determinado Estado sobre su territorio y su
población. Por otra parte, el carácter externo hace referencia a la
independencia que tiene un Estado del poder que ejerce otro, en un territorio y
población diferentes, en otras palabras, un Estado en particular es soberano mientras
no dependa de otro Estado.
Por otra parte, la soberanía se
puede comprender desde dos perspectivas, una jurídica y una política. La
soberanía jurídica es aquella a través de la cual un Estado puede tomar
contacto con el mundo, con lo internacional, a través de su participación en
diferentes organizaciones internacionales, tratados, pactos y compromisos
diplomáticos, entre otros.
La soberanía política es
aquella que hace alusión a poder del Estado de imponer todo aquello que le
parezca necesario. Aunque se piense que cada Estado ejerce su soberanía
jurídica y política, no es así en todas las naciones. Existen casos en los que
el Estado puede tener la soberanía jurídica, sin embargo, su soberanía política
depende de los dictámenes de otras naciones en cuanto a su desarrollo social,
político y económico.
Thomas Hobbes suprimió la dependencia de la ley natural que Jean Bodin
trazaba en su definición de soberanía y constituyó al soberano en única forma
de poder. De este modo, en su tratado más famoso, Leviatán, publicado en 1651, justifica
filosóficamente la existencia del autoritarismo estatal. Si bien habría que precisar que la Ley Natural
no es ajena a las teorías de Hobbes. Dice éste que «la Ley de la naturaleza
y la ley civil se contienen una a otra, y son de igual extensión (…) Las
leyes de naturaleza, que consisten en la equidad, la justicia, la gratitud y
otras virtudes morales que dependen de ellas, en la condición de mera
naturaleza no son propiamente leyes, sino cualidades que disponen los hombres a
la paz y la obediencia». Tras estas reflexiones, concluye Hobbes que «la
ley de la naturaleza es una parte de la ley civil en todos los Estados del
mundo (…) Cada súbdito en un Estado ha estipulado su obediencia a la ley
civil; por tanto, la obediencia a la ley civil es parte, también, de la ley de
la naturaleza. La ley civil y ley natural no son especies diferentes, sino
parte distintas de la ley; de ellas, una parte es escrita, y se llama civil; la
otra no escrita, y se denomina natural».
En
1762, Jean-Jacques Rousseau retomó la
idea de soberanía pero con un cambio sustancial. El soberano es ahora la
colectividad o pueblo, y ésta da origen al poder enajenando sus derechos a
favor de la autoridad. Cada ciudadano es soberano y súbdito al mismo tiempo, ya
que contribuye tanto a crear la autoridad y a formar parte de ella, en cuanto
mediante su propia voluntad dio origen a ésta, y por otro lado es súbdito de esa
misma autoridad, en cuanto se obliga a obedecerla.
Así,
según Rousseau, todos serían libres e iguales, puesto que nadie obedecería o
sería mandado por un individuo sino que la voluntad general tiene el poder
soberano, es aquella que señala lo correcto y verdadero y las minorías deberían
acatarlo en conformidad a lo que dice la voluntad colectiva. Esta concepción
russoniana que en parte da origen a la revolución francesa e influye
en la aparición de la democracia moderna, permitió
múltiples abusos, ya que en nombre de la voluntad "general" o pueblo,
se asesinó y destruyó indiscriminadamente. Generó actitudes irresponsables y el
atropello a los derechos de las minorías.
Frente
a estas ideas, el abate Sieyès postuló que la soberanía radica en la nación y no en el
pueblo, queriendo con ello que la autoridad no obrara solamente tomando en cuenta
el sentimiento mayoritario coyuntural de un pueblo, que podía ser objeto de
influencias o pasiones desarticuladoras, sino que además tuviera en cuenta el
legado histórico y cultural de esa nación y los
valores y principios bajo los cuales se había fundado. Además, el concepto de
nación contemplaría a todos los habitantes de un territorio, sin exclusiones ni
discriminaciones. Sieyès indica que los parlamentarios son representantes y no
mandatarios, puesto que éstos gozan de autonomía propia una vez han sido
electos y ejercerán sus cargos mediando una cuota de responsabilidad y
objetividad al momento de legislar, en cambio los mandatarios deben realizar lo
que su mandante le indica, en este caso el pueblo.
Así,
de Rousseau nace el concepto de soberanía popular, mientras
que del abate Sieyès nace el de soberanía nacional. Ambos
conceptos se dan indistintamente en las constituciones modernas, aunque después
de la Segunda Guerra Mundial ha
retomado con fuerza el concepto de soberanía popular que se mira como más
cercano al pueblo, el cual se supone que actualmente tiene un grado de cultura
cívica y moderación mucho más alto que en el tiempo de la toma de la Bastilla en 1789.
También
la palabra soberanía se conceptualiza como el derecho de una institución
política de ejercer su poder. Tradicionalmente se ha considerado que tres son
los elementos de la soberanía: territorio, pueblo y poder. En el derecho internacional, la
soberanía es un concepto clave, referido al derecho de un estado para ejercer
sus poderes.
Soberanía
nacional y popular[editar]
El
término soberanía popular se acuñó frente a la tesis de la soberanía
nacional. La Constitución francesa de 1793 fue el
segundo texto legal que estableció que «la soberanía reside en el pueblo».
Jean Jacques Rousseau, en El
contrato social, atribuye a cada miembro del Estado una parte
igual de lo que denomina la «autoridad soberana» y propuso una tesis
sobre la soberanía basada en la voluntad general. Para Jean Jacques Rousseau el
soberano es el pueblo, que emerge del pacto social, y como cuerpo decreta la
voluntad general manifestada en la ley.
De
acuerdo con las diversas tesis mantenidas hasta la fecha, la soberanía popular implica «que
la residencia legal y efectiva del poder de mando de un conjunto social se
encuentra y se ejerce en y por la universalidad de los ciudadanos», y
particularmente en los Estados democráticos. Así el sufragio universal se convierte
en un derecho fundamental y la condición ciudadana es igual para todos con
independencia de cualquier otra consideración, salvo las limitaciones de edad o
juicio.
De
este modo, por ejemplo, la Constitución española de 1978 reconoce
que «la soberanía nacional reside en el pueblo, del que emanan todos los
poderes del Estado».
Soberanía
nacional
La
soberanía nacional es un concepto que le da todo el poder a la nación,
es decir a los ciudadanos. Estos dejan constancia en la constitución que le
ceden el poder al Estado. Ahora el rey se convierte en un mero representante.ideológico surgido de la teoría política liberal, que puede remontarse a Locke y Montesquieu (finales del siglo XVII en Inglaterra, siglo XVIII en Francia). Hace pertenecer la soberanía a la nación, una
entidad abstracta y única, vinculada normalmente a un espacio físico (la
"tierra patria"), a la que pertenecen los ciudadanos presentes
tanto como los pasados y futuros, y se define como superior a los individuos
que la componen. El mismo concepto de ciudadano (sujeto de derechos, en igualdad de
derechos con los demás miembros de la nación, y no súbdito u objeto pasivo de
pertenencia a una entidad política que se le
impone) está asociado al principio de soberanía nacional. En la teoría clásica,
la soberanía nacional se traduce en un régimen representativo, porque la nación
no puede gobernarse a sí misma directamente (ni siquiera en los sistemas de democracia directa, dada la
imposibilidad de reunir de hecho a la "nación entera"). La simple
mayoría del pueblo (concepto también difuso, pero más equivalente al
conjunto de los habitantes de una nación) no es necesariamente la voluntad de
la nación, si esta es superior a los ciudadanos individuales.
Al
tomar el cuerpo civil como un cuerpo político organizado, con vida propia y necesidades comunes, se
acuña el término soberanía nacional en la Revolución francesa (1789)
desgajando el individuo de la capacidad individual de decisión y portándolo al
cuerpo nacional. En los debates previos, fue notable la aportación del abate Sieyès con su panfleto Qué es el Tercer Estado, en que
identificaba los intereses de éste (el Tercer Estado, o sea, los no privilegiados, en la práctica la burguesía), con los de la nación francesa. La formulación que se
acuñó en el artículo 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano determinó
que "toda soberanía reside esencialmente en la nación". Así la
soberanía nacional se concebirá como una, indivisible e inalienable, que no
puede confundirse con los individuos que la conforman.
Al
conformar así el concepto, el individuo es parte de la nación, pero ésta es un
todo que no le representa directamente. No será pues automática la aplicación
del sufragio universal igual para
todos y con poder de decisión, tal como se pretenderá con el concepto de soberanía popular. En la
concepción restringida de soberanía nacional, el voto no es un derecho del individuo,
sino que esta función será reservada para quienes reúnan la dignidad
suficiente, generalmente unida a la riqueza personal (por entender que estarán
más identificados con los intereses de la nación), y por tanto se justifica el sufragio censitario.
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