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El retorno de lo reprimido: revueltas, etnicidad y dualización en tres sociedades avanzadas

 



los títulos educativos en la distribución de los individuos en el seno

de una estructura socioprofesional refinadamente diferenciada, la  expansión del individualismo liberal, todos estos factores parecĆ­an anunciar el advenimiento de una era de bienestar material y de armonĆ­a social. Dos libros publicados simultĆ”neamente en 1960, en los Estados Unidos, se pueden considerar proyecciones emblemĆ”ticas de esta visión emergente de las sociedades avanzadas, tal como lo indican sus tĆ­tulos: Las etapas del crecimiento no económico. Un manifiesto no comunista, de Walt W. Rostow (1971) , y Elfin de la ideologĆ­a, de Daniel Bell (1960). La sociologĆ­a dio una expresión acadĆ©mica a esta creencia al elaborar la noción de "meritocracia". En los Estados Unidos, toda una escuela investigativa sobre la estratificación (con base en la Universidad de Wisconsin, en Madison) se ocupa de formalizar esta visión de una estructura de clases cada vez mĆ”s fluida y porosa utilizando la noción de status attainment como el armazón conceptual de innumerables estudios sobre la oPPortunity.2

Al mismo tiempo, se extendía la idea según la cual las formas mÔs extremas de desigualdad estaban en vías de ser superadas, es decir, erradicadas, gracias a la distribución mÔs amplia de bienes públicos como la educación, la salud y la vivienda a cargo del Estado de Bienestar, en el caso de Europa occidental, o por el efecto de derrame" (trickle clown) de una floreciente economía

de mercado, en el caso de los Estados Unidos. Fortalecidas por la consolidación de su aparato industrial y por la aparición continua de nuevos sectores de servicios, las sociedades del Primer Mundo llegaron a considerar a la pobreza como un simple residuo de J desigualdades y de supervivencias de un pasado superado, 0 un roducto de deficiencias individuales susceptibles de remediar;

2 La propia terminología resulta reveladora de las premisas ideológicas de estas investigaciones. Knoterrus (1987) disecciona la imagen de la sociedad que subyace a los trabajos sobre el status attainment realizados sobre todo por los miembros de la escuela de Wisconsin. Se podría demostrar que la ideología de la meritocracia social (encarnada, entre otros, por los trabajos de Talcott Parsons, Peter Blau y Otis Dudley Duncan, por el lado norteamericano, y Raymond Aron y Henri Mendras, por el lado francés) ha cumplido en las sociedades euroamericanas una función similar a la del mito nacional de la "democracia racial" en Brasil, tal como la formuló Gilberto Freyre (1946).

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era, en todo caso, un fenómeno destinado a retroceder y luego a desaparecer con la plena "modernización" de la nación.3

Así, en vísperas de la década de 1960, el economista John Kenneth Galbraith (1958) caracterizaba la miseria como una "anomalía" típica, "casos especiales" o "islotes". Por cierto, los llamados 'islotes" estaban bien poblados pues seguía habiendo diez milloneŔ de pobres en los Estados Unidos, pero eso no duraría mucho tiempo; cuando el presidente Lyndon B. Johnson lanzó en 1964 el programa titulado "guerra a la pobreza", anunció con orgullo que la miseria sería erradicada antes de 1976, de manera que la celebración del bicentenario de los Estados Unidos marcaría también el nacimiento de la primera y verdadera "sociedad de abundancia" de la historia (Castel, 1978). En esa época, en Francia, la misma promesa del horizonte radiante de la "nueva sociedad" corría por cuenta del partido gaullista, por entonces hegemónico bajo la dirección deJacques Chaban-Delmas, antes de ser reactualizada bajo el nombre de "sociedad liberal avanzada" por Valery Giscard d'Estaing, uno de cuyos ministros había logrado un notable éxito de librerías con un texto que proclamaba que se podía "vencer a la pobreza en los países ricos" (Stoléru, 1974). Como lo señala Sinfield, a fines de la década de 1970 Francia no conocía "debate nacional, movilización política ni política oficial alguna de lucha contra la pobreza" (Sinfield, 1980: 93).

El carÔcter obsoleto adjudicado a la división en clases pretendía extenderse también a las divisiones étnicas y de "raza" (o pos-

coloniales) .4 En diversos grados, las sociedades del Primer Mundo

3       Castel (1978) ofrece un cuadro histórico de esta problemĆ”tica en el caso de los Estados Unidos; Wilson y Aponte (1985) registran la "desaparición" y el "redescubrimiento" cĆ­clico de la cuestión de la pobreza en los Estados Unidos a fines del siglo xx. Sobre los matices del debate francĆ©s equivalente (alrededor del tema de la "exclusión" a partir de fines de la dĆ©cada de 1980), consĆŗltese Paugam (1993); sobre la discusión britĆ”nica, Morris (1994).

4       Se ha puesto la palabra "raza" entre comillas para recordar: 1) la identidad a la que se llama racial no es sino un caso particular de la etnicidad (se cree y se asume como fundada sobre la herencia biológica) , es decir, un principio históricamente construido de clasificación social; 2) el haz de relaciones sociales y simbólicas designadas por la "raza" (o el "color") varĆ­a fuertemente segĆŗn las sociedades y las coyunturas históricas, y de acuerdo con los mecanismos de (re)producción del racismo como modo de dominación que apela a la naturaleza como principio de legitimación.

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se consideraban sociedades "no étnicas" cada vez mÔs homogéneas y unificadas a medida que las relaciones de tipo "comunitario' (gemeinschaftliche) fundadas en la sangre, la religión y la cultura iban siendo reemplazadas por filiaciones de tipo instrumental fundadas en el interés, la especialización socioprofesional y los imperativos funcionales de una economía tecnológicamente compleja. El lema de moda era la asimilación para todos (Gordon, 1961), y la adopción de patrones culturales nacionales era el único camino posible para los grupos que vivían al margen o que entraban por primera vez en esas sociedades (Hirschman, 1983).

Descartando de esa manera la cuestión de la etnicidad, los ideólogos de la sociedad avanzada no hicieron mĆ”s que seguir el surco trazado por la sociologĆ­a, tanto la clĆ”sica como la contemporĆ”nea. ¿No estaban de acuerdo Karl Marx y Ɖmile Durkheim en pensar que el capitalismo terminarĆ­a por reemplazar los vĆ­nculos sociales tradicionales por formas impersonales de pertenencia enraizados en relaciones comerciales e ideales cĆ­vicos abstractos? Del mismo modo, los dos paradigmas que dominaron la sociologĆ­a del cambio social en la posguerra, el funcionalismo estructural (y la teorĆ­a de la modernización que se deriva de Ć©l) y el marxismo desarrollista (encarnado en la teorĆ­a del sistema-mundo y los trabajos de los dependentistas latinoamericanos) , postulaban que las divisiones Ć©tnicas estaban destinadas a debilitarse antes de desaparecer. AsĆ­, para militantes de la "modernización" como David McLelland, Alex Inkeles y Daniel Lerner (1966) , el "fin de la sociedad tradicional" implicaba por lógica la disolución de los vĆ­nculos estatutarios y de las identidades "adscriptivas" (o heredadas) y el concomitante despliegue del individuo libre, emprendedor, orientado hacia el achievement (o sea el Ć©xito, conseguido por mĆ©rito propio) junto con el crecimiento de la educación, la tecnologĆ­a y los medios masivos.5 SegĆŗn los defensores de las diferentes teorĆ­as marxistas de la transformación social, de Gunder Frank y Fernando Enrique Cardoso a Immanuel Wallerstein, la cristalización de

5       La oposición entre ascƱPtion (el estatus heredado) y achievement (la posición lograda por el mĆ©rito) es una de las oposiciones fundadoras de la teorĆ­a del funcionalismo estructural elaborada por Talcott Parsons (1971 ) , que consideraba a los Estados Unidos la encarnación histórica del ideal supuestamente universal de una sociedad meritocrĆ”tica. Para una aguda crĆ­tica de esta teorĆ­a, vĆ©ase Bourdieu (1975).

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una estructura de clases a escala mundial debería borrar la etniciclad, e incluso culminar, en la visión propuesta por Wallerstein (1983) , con la transición a un "orden mundial socialista". Diversas variantes de la teoría del posindustrialismo comparten estas premisas y consideran a las divisiones etnorraciales no como bases perennes de estructuración social dotadas de su dinÔmica propia, sino como principios de agrupamiento esencialmente reactivos, atrasados o derivativos, en todo caso como obstÔculos en el camino natural de la sociedad moderna hacia un universalismo mayor (Kumar, 1995).6

La violencia de abajo: ¿levantamientos raciales o revueltas intestinas?7

A partir de las Ćŗltimas dos dĆ©cadas, esta imagen de sĆ­ mism elaborada por las sociedades del Primer Mundo ha estallado e pedazos ante la aparición de las protestas pĆŗblicas, las crecientes tensiones Ć©tnicas y el aumento de las privaciones y la desesperan za en el corazón de las grandes ciudades. Lejos de que la mise ria fuera reduciĆ©ndose y las identidades Ć©tnicas disolviĆ©ndose, las naciones avanzadas han quedado afectadas por la expansión de la "nueva pobreza", simultĆ”neamente con la aparición o el crecimiento— de ideologĆ­as racistas acompaƱadas, a menudo, por conflictos violentos que implican directamente a losjóvenes de los barrios populares (Wilson, 1987; Mingione, 1993). Tres ejemplos

G Florestan Fernandes (1978) ofrece una expresión concisa de esta opinión ampliamente compartida en su evaluación acerca de la naturaleza y el destino de las divisiones étnicas surgidas del esclavismo en la sociedad brasileña: "El dilema racial brasileño constituye un fenómeno social patológico que no se puede corregir mÔs que por medio de procesos capaces de suprimir esta obstrucción al orden social competitivo que representan las desigualdades raciales". Esta posición es mÔs antigua: recordamos que ya el "ciclo de las relaciones raciales" de la primera Escuela de Chicago, con su progresión ordenada del conflicto y la competencia hasta el acomodamiento y la asimilación, apuntaba a la reabsorción de las divisiones etnorraciales.

7Juego de palabras intraducible: Ʃmeutes significa a la vez revuelta social y problemas digestivos. [T.]

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de "desórdenes urbanos" en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, entre muchos otros, ejemplifican este fenómeno.8

Octubre de 1990 en Vaux-en-Velin, tranquila comuna obrera de la periferia de Lyon hasta allí sin historia: varios centenares de jóvenes, de los cuales un buen número provenía de familias inmigrantes del Maghreb, salieron a la calle para enfrentarse a la policía luego de que un adolescente del barrio encontró la muerte en un accidente de moto provocado por un auto policial. Durante tres días y tres noches se enfrentaron a las fuerzas del orden y a los grupos republicanos de seguridad enviados de urgencia por el gobierno, rompiendo los vehículos de la policía, saqueando los negocios e incendiando 200 automóviles. Cuando regresó la calma, los heridos ascendían a decenas y los daños fueron estimados en mÔs de 700 millones de francos (o sea, alrededor de 120 millones de euros). El país se encontraba conmocionado. La ira reprimida por mucho tiempo en las banlieues populares en decadencia, con fuerte concentración de viviendas sociales, se vio catapultada al centro de las preocupaciones políticas y logró dominar el debate público durante años.

Julio de 1992, en Bristol, Inglaterra: un escenario casi idéntico encendió la hoguera en el barrio de Hartcliff, una zona pobre situada en un sector industrial en decadencia al sur de la ciudad. Allí también la violencia estalló luego de que dos adolescentes que conducían una moto de policía robada fueron muertos en un choque con un auto policial camuflado. Al caer la noche, un centenar de jóvenes saqueó el centro comercial cercano y, cuando las fuer-

8 No se puede dar aquí mÔs que un breve relato de esos incidentes. Para una crónica del surgimiento de la violencia colectiva y de las tensiones de tono etnorracial en los conjuntos HLM de la periferia urbana francesa, véaseJazouli (1992) ; para un estudio de caso ejemplar en los Estados Unidos, el anÔlisis de Porter y Dunn (1984) de las revueltas de Miami en 1980; para un anÔlisis detallado de los disturbios britÔnicos de principios de la década de 1980, el informe Scarman y sus derivados (Benyon, 1984).

9 Los disturbios se repitieron durante todo el verano de 1991, obligando al gobierno a extender y eternizar diversos programas de "prevención de problemas", sobre todo durante las largas vacaciones (a través de las "Operaciones del calor"). Similares explosiones de violencia colectiva se produjeron periódicamente a todo lo largo de la década siguiente, para culminar con la ola de disturbios en noviembre de 2005.

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zas del orden intentaron contraatacar, fueron recibidas por una lluvia de ladrillos y piedras, de bolas de acero, material en llamas y cocteles Molotov. El tumulto se expandió y transformó al barrio de un kilómetro cuadrado en una verdadera zona de guerrilla urbana que requirió el envío de quinientos policías antimotines. Durante ese verano, otros barrios del cinturón industrial de las Midlands conocieron incidentes similares: Coventry, Manchester, Salford, Blackburn y Birmigham. l ()

Los Angeles, abril de 1992: la absolución de cuatro policĆ­as blancos implicados en la paliza a Rodney King —filmada por un camarógrafo amateur—, un conductor negro indefenso arrestado como resultado de una persecución automovilĆ­stica, provocó una exploSión popular de una violencia inĆ©dita para los Estados Unidos del siglo xx. En el gueto de South Central, decenas de blancos fueron arrancados de sus vehĆ­culos y golpeados, negocios saqueados, móviles policiales derribados e incendiados. Los comercios, propiedad en su mayorĆ­a de coreanos, licorerĆ­as, depósitos de mercaderĆ­as de segunda mano y autoservicios fueron el blanco de una campaƱa de saqueo sistemĆ”tico. La erupción de la violencia fue tan brutal que ni los bomberos ni la policĆ­a pudieron impedir que las llamas destruyeran miles de viviendas. Los disturbios se extendieron rĆ”pidamente y las escenas de pillaje de masas se multiplicaron. Se proclamó el estado de emergencia, se movilizaron y desplegaron 7.000 policĆ­as, ademĆ”s de 1.200 marines. Los tiros de rifles y los intercambios de disparos entre los manifestantes, la policĆ­a y los propietarios que defendĆ­an sus comercios arma en mano elevaron la cifra de muertos a 45. Al final del tercer dĆ­a de revuelta, los heridos ascendĆ­an a 2.400, decenas de millares de personas habĆ­an sido arrestadas, unas mil familias habĆ­an perdido su vivienda y 20.000 mĆ”s su empleo. Los daƱos superaron la cifra de 1.000 millones de dólares.

No se trata mÔs que de tres episodios de violencia colectiva entre una extensa serie de perturbaciones urbanas que sería largo enumerar. ll La mayor parte de los desórdenes, grandes y peque-

10 En 1980, 1981 y 1985 habĆ­an estallado importantes disturbios en las inner cities de Bristol, Londres, Liverpool, Birmigham y de numerosos municipios obreros en decadencia.

ll HabrĆ­a que agregar, a los disturbios franceses, ingleses y norteamericanos, la reciente ola de agresiones colectivas contra los extranjeros y los asilados en 36

ños, que han asolado a las banlieues obreras francesas, los centrosbarrios degradados del Reino Unido así como a los guetos y barrios de los Estados Unidos, ha implicado, en primer lugar, a los jóvenes de las zonas pauperizadas, segregadas y en decadencia, y parece haber sido alimentada por la creciente tensión étnica dentro y alrededor de esas zonas. La interpretación dominante que se les ha dado en los medios y en el debate político los presenta como

"estallidos raciales" en reacción a la animosidad de que son objeto "las minorías" étnicas o inmigrantes que habitan los países (Cross y Keith, 1993; Gooding-Wi11iams, 1993).

En una primera instancia, esta explicación suena plausible. La Europa de la década de 1980 ha estado inundada por una ola de xenofobia, en la esfera pública cuando no en la vida cotidiana, que nada parece poder detener. 12 En Francia, la hostilidad hasta entonces mantenida en sordina respecto de los "Ôrabes" ha estallado con enorme fuerza (Silverman, 1990) y alimentado la multiplicación de las agresiones de signo racista. Ha encontrado una expresión política estridente en el populismo xenófobo del Frente Nacional (Husbands, 1991), que ha estimulado como respuesta el nacimiento de un movimiento antirracista simbolizado por la irrupción en la escena pública de la organización SOS-Racismo (incubada bajo el ala del Partido Socialista). En Gran Bretaña, los antagonismos entre negros del Caribe, asiÔticos y blancos se han expresado en enfrentamientos callejeros cuya proliferación estuvo acompañada por la "racialización" de los debates sobre la delincuencia y la brutalidad policíaca, de manera que los desórdenes y las violencias públicas son percibidos y tratados cada vez mÔs abiertamente como "problemas negros" (Solomos, 1988) . En el mismo momento, en los Estados Unidos, la puesta en cuestión de los logros de las luchas por las igualdades cívicas de las "minorías" (afroamericanas, pero también hispanas, ademÔs de grupos de origen amerindio y asiÔtico) de la década de 1960 se tradujo en un claro deterioro de las relaciones interétnicas, como lo

Alemania y los repetidos incidentes que implican a los inmigrantes norafricanos en el sur de Italia y en EspaƱa.

12 Sobre la aparición (o el resurgimiento) del racismo a escala europea y sus diversas manifestaciones nacionales, véanse Allen y Macey (1990), Miles (1992) y Holzner (1993).

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demuestran la escalada de crímenes racistas, el temor generalizado a los hombres negros en el espacio público, la multiplicación de incidentes en los campus o incluso la explotación abierta del sentimiento antinegro durante las campañas electorales locales y nacionales (Franklin, 1991). Y mientras Europa se sentía asediada por el espectro de una "guetización" al estilo norteamericano, los Estados Unidos se hallaban obnubilados por la visión pesadillesca de una supuesta underclass, grupo decadente y amenazante presuntamente aparecido en el corazón de las metrópolis segregadas y que concentra sobre sí todas las patologías urbanas norteamericanas.13

En esos tres paĆ­ses, entonces, la opinión pĆŗblica considera qu la violencia y los desórdenes colectivos en la ciudad estĆ”n estrechamente asociados —es decir, identificados— con cuestiones de etnicidad y de inmigración. En los Estados Unidos esta asociación es bastante antigua, pues se remonta a la Ć©poca de la urbanización de los negros posterior a su emancipación y se la reactiva periódicamente durante los perĆ­odos de contracción económica y conflicto social. En Europa, esta conexión es mĆ”s reciente aunque se ha mostrado ideológicamente pujante durante la fase de crisis socioeconómica abierta desde mediados de la dĆ©cada de 1970. De todos modos, varios elementos sugieren que la calificación de "disturbios raciales" es equĆ­voca y esconde otro fenómeno mĆ”s profundo que se mezcla con ellos en diferentes proporciones.

Los desórdenes colectivos urbanos de los años 1980 y 1990 no son una simple prolongación de las revueltas racistas tradicionales como las conocieron los Estados Unidos a Io largo del último siglo (Young, 1970) . Contrariamente a los discursos del periodismo y

13 Mezcla heteróclita de ciencias sociales, periodismo y sentido común, armado con anÔlisis empíricos y preconceptos ordinarios, el mito burocrÔticouniversitario de la underclass ha fusionado y resucitado prejuicios seculares contra los afroamericanos, los pobres y la intervención del Estado, al demonizar al subproletariado urbano negro (Wacquant, 1992b). Su invención participa de una reconfiguración mÔs general del mapa ideológico de la "raza" en los Estados Unidos, con el mismo estatuto que la leyenda de los asiÔticos como "minoría modelo", la unificación simbólica de flujos diversos de poblaciones de origen centro y sudamericano bQjo la categoría de "latinos" y el aumento de las exigencias de reconocimiento oficial de los autoproclamados representantes de las personas llamadas "multirraciales".


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de cierta sociologĆ­a mediĆ”tica en la que se inspira, no asistimos a una "norteamericanización" de la pobreza y de las revueltas urbanas ni a una mutación del rĆ©gimen de marginalidad urbana que augure una convergencia histórica entre Europa y los Estados Unidos (Wacquant, 1992a). Como se lo demostrarĆ” en la segunda parte del libro, el examen en profundidad de su anatomĆ­a sugiere que estos problemas urbanos creados por los jóvenes de las clases populares han combinado, segĆŗn proporciones variables de un paĆ­s a otro, dos lógicas que serĆ­a erróneo oponer pues se hallan vinculadas en la realidad: por una parte, una lógica de la protesta contra la injusticia Ć©tnica, enraizada en la experiencia de la discriminación —de una casi casta estigmatizada en los Estados Unidos y los "Ć”rabes" y otros inmigrantes de color llegados de las antiguas colonias francesas e inglesas—, y una lógica de clase que lleva a los sectores pauperizados de la clase obrera a rebelarse contra las

privaciones económicas y las crecientes desigualdades sociales por medio del arma mÔs eficaz de que disponen, a saber, enfrentarse a las autoridades y alterar por la fuerza el curso normal de la actividad social. [1]

Período de reestructuración neoliberal que sigue a las angustias de la estanflación, los años ochenta podrían llegar a revelarse como la década de la lenta maduración de revueltas mixtas, tanto por la relación de su dinÔmica y objetivos como en virtud de su composición multiétnica. Pues, contrariamente a la representación que nos ofrecen los medios, las banlieues populares francesas, así como los centros urbanos de las metrópolis britÔnicas, no estÔn pobladas de manera exclusiva y ni siquiera mayoritaria por inmigrantes, y los participantes de las revueltas pertenecen a horizontes nacionales diversos y variados. Aunque los jóvenes surgidos de la inmigración magrebí o antillana figuraban a la vanguardia de las confrontaciones urbanas que asolaron a Francia e Inglaterra en ese período, actuaron de acuerdo y con la participación activa de los hijos de hogares autóctonos que vivían en esos barrios antes industriales empobrecidos. AdemÔs, las reivindicaciones de

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los jóvenes de medios populares son en todas partes las mismas y no tienen nada de específicamente "étnico": empleos decentes, escuelas adecuadas, viviendas accesibles o mejores, acceso a los servicios públicos y un tratamiento justo por parte de la policía y otros organismos del Estado (Jazouli, 1992).

Del mismo modo, cuando se produjeron las revueltas de South Central en Los Angeles, las miles de personas que saquearon los supermercados y los centros comerciales incendiados no eran negras en su totalidad, lejos de ello: mÔs de la mitad de los 5.000 primeros arrestos afectaron a hispanos y el 10% de ellos a blancos llamados "anglos". Esos disturbios no fueron sólo el grito de revuelta de la población negra contra la flagrante discriminación racial perpetrada cotidianamente por la policía y confirmada por una escandalosa decisión judicial (la absolución de todos los policías

res onsables de la salvaje golpiza a Rodney King). Fue tambiƩn una

revuelta de mendlgos"ìcontra la miseria cotidiana y el deterioro de las condiciones de vida causados por la recesión económica y la reducción de los presupuestos sociales, como lo comprueban las

imƔgenes televisivas que muestran a hispanos y tambiƩn a asiƔticos y blancos revolviendo entre los restos calcinados de las tiendas en busca de productos para rescatar. Como lo seƱala ese advertido observador de la escena de Los Angeles, "el primer disturbio multirracial del paƭs ha sido tanto el grito de los vientres hambrientos y de los corazones quebrantados como un aullido de protesta contra

„ 15 los bastones policiales y la paliza a Rodney King .

15 Mike Davis, "In LA. , Burning All Illusions", en Hazen (1992); para los elementos complementarios, consúltense la excelente selección de artículos de la prensa compilados por el Institute for Alternative Journalism (Hazen, 1992) y algunos de los ensayos reunidos por Gooding-Williams (1993) y Baldassare (1994). Esta interpretación es validada por Pastor (1995), quien muestra que la participación activa de los latinos y la pobreza fueron variables centrales en el desencadenamiento y expansión de los disturbios, y por Muty et al. (1994), quienes informan, a partir de entrevistas callejeras con 227 habitantes y asalariados del South Central, que los participantes en las sublevaciones se percibían como "combatientes de la libertad" ante las cuestiones de la pobreza, el desempleo, la brutalidad policial y la discriminación racial, una mezcla de motivos que coincide con la confluencia de fuerzas estructurales que determinaron la crisis.

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La violencia de arriba: desproletarización, relegación y estigmatización

Es tentador considerar esta violencia de abajo como el síntoma de una crisis moral, de una patología de las clases inferiores, o incluso como una serie de signos que anuncian un naufragio generalizado del orden público. Así, la reacción típica de las autoridades frente a la ola de incidentes violentos que asoló las ciudades de los Midlands durante el verano de 1992 fue deplorar las conductas desviadas y la inmoralidad de las franjas inferiores de la clase obrera. Tras los disturbios de Bristol, los políticos rivalizaban en su rapidez para denunciar el "gamberrismo imbécil " provocado por el alcohol, aun cuando los habitantes de Hartcliffe coincidían en afirmar que la hostilidad entre los jóvenes y la policía venía de meses atrÔs, que ningún gamberro (hooligan) había sido localizado o arrestado durante los disturbios y que el consumo de alcohol en esos días no había sido superior a la media. De la misma manera, en los Estados Unidos, la espantosa leyenda urbana de la underclass ha provisto una pseudoexplicación bien preparada, de consumo previsible y despolitizada para dar cuenta del crecimiento permanente de la violencia dentro del gueto y en sus alrededores luego de los levantamientos de los años sesenta. De hecho, esta violencia ha sido percibida durante mucho tiempo como la prueba categórica de la existencia de este grupo definido justamente por sus conductas antisociales.

De todos modos, un anÔlisis detallado del desencadenamiento, el desarrollo y la composición de los desórdenes colectivos causados por los jóvenes desheredados de las ciudades de Europa y los Estados Unidos durante los quince años anteriores, muestra que, lejos de ser la expresión irracional de una incivilidad impenitente o de un atavismo patológico, estos desórdenes constituyen una reacción (socio) lógica a una violencia estructural masiva desencadenada por una serie de transformaciones económicas y políticas que se refuerzan mutuamente. Estos cambios se traducen en una polarización de la estructura de clases que, combinada

con la segregación étnica, ha culminado en una impresionante dualización de las metr_ówolis queëbarca a amplios sectores de mano

de obra no calificada, sumergidosen la obsolescencia económica

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social] 6 Esta violencia componentes fundamentales:

I) El deseuPleQ masivo, crónico y persistente que, para todo un sector de la clase obrera, se traduce en la desproletarización y la expansión de la precariedad, que acarrea un cortejo de privaciones materiales, dificultades familiares y consecuencias personales.

t) 2) La relegación a los barrios desposeídos dentro de los cuales los recursos públicos y privados disminuyen en el momento mismo en que la caída social de las familias obreras y la instalación de las poblaciones inmigrantes intensifican la competencia por el acceso a los bienes colectivos.

3) La estigmatizacióùreciente en la vida cotidiana y en el discurso público, cada vez mÔs estrechamente asociada no sólo al origen social y étnico sino también al hecho de vivir en barrios degradados y degradantes.

Estas fuerzas revelan ser aun mĆ”s nocivas cuando se combinan con un fondo de ampliación generalizada de las desigualdades•

Lejos de ser el producto menor de una "tercermundialización" de los países ricos o la expresión de una regresión hacia formas atÔvicas del conflicto sociopolítico, el retorno al corazón de las ciudades del Primer Mundo de las realidades reprimidas de la miseria, la violencia colectiva y las divisiones etnorraciales provenientes de la historia colonial se debe comprender como el resultado del desarrollo desigual de los sectores mÔs avanzados de las sociedades capitalistas, cuyas manifestaciones no son, por lo tanto, susceptibles de ceder (como se Io destacarÔ en la tercera parte del libro) .

A diferencia de perĆ­odos anteriores de crecimiento económico, la expansión de los aƱos ochenta —en los paĆ­ses que experi-

mentaron esa expansión— no benefició a todos, sino que, en realidad, amplió la brecha entre ricos y pobres,y entre aquellos que

1c' Sobre la complejidad y la dinÔmica de este proceso de dualización, véanse Mollenkopfy Castells (1991 ) , y Fainstein, Gordon y Harloe (1992) ; para un llamado a la prudencia analítica sobre este punto, Marcuse (1989). Se regresarÔ a estas lógicas de la polarización urbana "por lo bajo" en el capítulo 9.

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vencia basada en una mezcla de trabajo informal, ayuda social y actividades ilegales se impone sobre la participación regular en el mundo de los asalariados. [2]

La exclusión duradera cuando no definitiva del salario de una parte de la clase obrera y el crecimiento correlativo de la economía informal en los barrios populares son dos índices convergentes de la constitución, en el corazón de las ciudades del Primer Mundo, de lo que Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979) llamaban "un ejército de trabajo subnumerario", para el cual los progresos de la economía se traducen en una regresión de las condiciones y las posibilidades de vida. Como prueba del aumento del hambre y la desnutrición (lo que ilustra el auge de las ollas populares), estÔ el resurgimiento, en los distritos pobres de Nueva York, París y Londres, de enfermedades contagiosas de otras épocas, como la tuberculosis.

En el momento justo en que sus economĆ­as eran golpeadas por la desindustrialización y la internacionalización, las sociedades avanzadas debieron enfrentarse a la llegada (o a la instalación definitiva) de una nueva ola de inmigrantes provenientes del Tercer Mundo y que se concentraba generalmente en los barrios donde las posibilidades de vida y los recursos colectivos estaban en disminución. [3] La formación de un espacio mundial de circulación de capital se ha duplicado desde entonces por el establecimiento de redes transnacionales de circulación de mano de obra que remodelan la población y alimentan continuamente a las grandes ciudades de Europa y NorteamĆ©rica con trabajadores libres (Fassman y Münz, 1996; Portes, 1999). Esos "nuevos inmigrantes" —como se los llama a menudo para distinguirlos de las olas migratorias transatlĆ”nticas que conectaron al Viejo y al Nuevo Mundo hasta

la mitad del siglo xx— provienen principalmente de las antiguas

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colonias o de países situados en la zona de influencia económica y política de los Estados Unidos. Tienden a gravitar hacia los barrios mÔs pobres de las aglomeraciones urbanas, aquellos en los que el alojamiento es mÔs barato y donde pueden encontrar con mayor facilidad un punto de entrada en la economía informal y cuentapropista, y donde los recursos de ingreso sobre la base etnonacional aportan una ayuda decisiva para su adaptación a la vida en los países de destino (Portes y Rumbaut, 1990; Castles, 1993).

Poco importa si la llegada de estos nuevos inmigrantes ha acelerado o no el proceso de desproletarización parcial de las clases obreras autóctonas al ofrecer a los empleadores un acopio de mano de obra sustituta a buen precio y bien dispuesta. Es cierto que su concentración en las zonas populares mÔs degradadas ha

acentuado la polarización espacial y social de las ciudades al combinarse con la fuga de las clases medias de los distritos de población mixta hacia los barrios protegidos para beneficiarse allí de servicios públicos de mejor calidad (en el caso de Francia), para satisfacer las necesidades de su hogar recurriendo a un sector privado mÔs atractivo (en los Estados Unidos), o por las dos razones a la vez (en Gran Bretaña) .

La segregación espacial intensifica las dificultades encontradas al aêüiiiîilhr en los enclaves urbanos aislados a familias de clase

öbfêfõÄutóctonas en movilidad descendente y a las poblaciones immgrantes de nacionalidades heterogéneas, jóvenes, económiCÔiîièñiõfrÔgiles y desprovistas también por completo de competencias inmediatamente negociables en los sectores dinÔmicos de la nueva economía. Así, mÔs de la mitad de los 45.000 habitantes de Vaulx-en-Velin vivían, en 1990, -en desapacibles y enormes conjuntos FILM, y uno de cada cuatro era de origen eXtranjero, mÔs del 40% tenía menos de 20 años y mÔs de un tercio de los adultos se encontraba sin trabajo. Los dispositivos públicos de formación y de ayuda para la búsqueda de empleo no permiten a los jóvenes hacer pie en un mercado de trabajo en retracción y fragmentación, y las actividades culturales y deportivas no pueden distraerlos para siempre de su destino. Del mismo modo, la tasa de desempleo entre los habitantes de South Bristol que tenían de 16 a 25 años de edad, en la época de los disturbios, alcanzaba el 59%, y ha aumentado en consonancia con el porcentaje de familias extranjeras. La fuerte escasez de equipamientos colectivos y

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programas recreativos capaces de entretener a los adolescentes del barrio no pesa poco en la tasa de criminalidad de Hartcliffe, que se cuenta entre las mÔs elevadas de Inglaterra. En cuanto a los Estados Unidos, entre 1978 y 1990, el condado de Los Angeles ha perdido 200.000 empleos, de los cuales la mayoría correspondía a puestos sindicalizados en la industria que ofrecían salarios elevados, aun cuando la ciudad recibía un flujo de cerca de un millón de inmigrantes. Un buen número de esos puestos fue perdido por miembros de las minorías del distrito de South Central en el momento mismo en que las inversiones y los programas públicos que les estaban destinados eran fuertemente reducidos (Johnson et al., 1992). Como consecuencia, en 1992 el desempleo superaba el 60% entre los jóvenes negros y latinos de South Central Los Angeles y la economía ilegal de la droga era, con mucho, la fuente de empleo mÔs segura.

Esa acumulación de males sociales y la clausura del horizonte económico explican la atmósfera apagada, de aburrimiento y jde desesperación que reina en los barrios pobres de las grandes ciudades occidentales, y el clima opresivo de temor e inseguridad que envenena la vida cotidiana en el gueto norteamericano (Wacquant, 1992b, y capĆ­tulos 2 y 4 infra). Los habitantes de esos barrios experimentan la sensación de que ellos mismos y sus hijos no tienen la menor posibilidad de conocer un porvenir que no sea la miseria y la exclusión a las que se enfrentan actualmente. A esa sensación de encierro social se agrega hoy la ira experimentada por los jóvenes citadinos desocupados ante la denigración de su barrio en el discurso pĆŗblico como terreno de las "patologĆ­as sociales". Losjóvenes de origen magrebĆ­ de los suburbios del norte de Marsella, sus homólogos de extracciónjamaiquina o paquistanĆ­ en Brixton y los negros del South Side de Chicago no sufren sólo por la indigencia material —indigencia que comparten, en los barrios Ć©tnicamente heterogĆ©neos, con sus vecinos de ascendencia europea— y por la hostilidad etnorracial o etnonacional circundante, deben soportar tambiĆ©n el peso del desprecio pĆŗblico que tiene como objeto, en todas partes, a los lugares etiquetados como no-go-areas, barrios "que dan miedo", o "zonas sin ley" donde sólo tolerarĆ­an vivir los desechos de la sociedad.

Como se verĆ” en el capĆ­tulo 6, no se debe subestimar la fuerza y el impacto del estigma territorial que pesa hace tiempo sobre

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los nuevos "condenados de la ciudad" (Wacquant, 1993b). En primer lugar, el sentimiento personal de indignidad que acarrea es una dimensión importante de la vida cotidiana que afecta negativamente las relaciones interpersonales y amputa gravemente las posibilidades de Ć©xito escolar y profesional. En segundo lugar, se percibe una fuerte correlación entre la degradación simbólica y el deterioro fisico de_lo barrios populares: las zonas consideradas como depósitos de pobres" esviados y desajustados son evitadas I por las personas del exterior; los bancos y el sector inmobiliario las ponen en cuarentena, las cadenas comerciales vacilan a la hora de instalarse allĆ­ y los responsables polĆ­ticos se pueden desinteresar de ellos sin mayores costos —salvo, justamente, cuando se convierten en teatros de problemas y enfrentamientos pĆŗblicos—. La estigmatización territorial estimula tambiĆ©n, en los habitantes, estrategias sociófugas de evitamiento mutuoy puesta a distancia

que exacerban los procesos de fisión social, alimentan la desconfianza interpersonal y minan el sentido de destino necesario de la

comunidad para emprender acciones colectivas.

Finalmente, hay que agregar la maldición de ser pobre dentro de una sociedad rica en la cual la participación en la esfera_clel consumo se ha convertido en la condición sine gua non del acceso Tlõdignidad' social, es decir, el pasaporte a la ciudadanía (sobre

todo entre los mĆ”s desposeĆ­dos, que nadĆ” Menen para demostrar su perteneƁcia) . Como se puede ver en la multiplicación de las agresiones callejeras, muggins en la inner city britĆ”nica, dePouille (despojos) en las banlieues antiguamente obreras de Francia, arrebatos de joyas y trĆ”fico de drogas a plena luz en el gueto norteamericano, y la criminalidadƄ)n, a menudo, los Ćŗnicos medios de que disponen los jóvenes de origen proletario sin perspectivas de empleo para adquirir el dinero y los bienes de consumo indispensables para acceder a una existencia socialmente

20 Para ejemplos en el contexto estadounidense, véanse Taylor (1989) y PadiIla (1982). Existen innumerables razones para sospechar que existe una lógica similar, mutatis mutandi, en las temibles irrupciones de los funkers durante el fin de semana en las playas lujosas y blancas de Ipanema y Copacabana en Río de Janeiro.

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La alienación política y los dilemas de la penalización

Si las formas directas y espontÔneas de la Protesta infrapolítica por medio de desórdenes públicos, de arrebato de bienes y destrucción de propiedades se han expandido por los suburbios pobres de las sociedades avanzadas, es también porque las formas organizadas de presión sobre el Estado han decaído junto con la desregulación luego de la descomposición de los instrumentos tradicionales de representación política de las clases populares.

En Francia, la caída del Partido Comunista y el giro centrista tomado por los sucesivos gobiernos socialistas han hundido a la clase obrera en un profundo desarraigo que el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen ha sabido explotar, por medio de una ideología que hace de los inmigrantes los chivos expiatorios y que, a falta de otra cosa y en oposición a los partidos dominantes, posee la virtud de ofrecer una visión clara de la sociedad francesa, un diagnóstico simple de sus principales males y un remedio radical para dotar a los obreros de dignidad en tanto ciudadanos (redefinidos como "nacionales"). En Gran Bretaña, una década y media de thatcherismo prolongado por la política neoliberal de Tony Blair ha acelerado la declinación duradera de los sindicatos y remodelado al Partido Laborista, mientras que la descomposición de las comunidades obreras minó la capacidad local de movilización de sus organizaciones de base. En los Estados Unidos, donde las clases populares raramente tuvieron vocación política, el éxodo masivo de los blancos y de las clases medias hacia la periferia urbana, la nacionalización de las campañas políticas y la decadencia de las "mÔquinas electorales" municipales, en fin, la fragmentación administrativa de las metrópolis han terminado de marginar a los pobres en el campo político (Weir, 1993).

Privados de instrumentos institucionales para formular reivindicaciones colectivas en un lenguaje comprensible para los funcionarios del Estado, ¿quĆ© pueden hacer los jóvenes de los barrios relegados sino bajar a la calle? Un joven manifestante de Bristol habla en nombre de sus pares del East Harlem, el cinturón rojo parisino o de Lyon y de Toxteth en Liverpool cuando exclama:

No tengo trabajo ni lo tendrƩ jamƔs. Nadie quiere ayudarnos a salir de esta mierda. Si el Estado puede gastar tanto dinero

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para construir un submarino nuclear, ¿por quĆ© no hay dinero para las inner cities? Si pelearse con la policĆ­a es la Ćŗnica solución para hacerse escuchar, entonces vamos a pelearnos con ellos.21

La fosa que se cava entre pobres y ricos, el encierro sobre sí cada vez mÔs marcado de las elites políticas, la distancia creciente entre las clases populares y las instituciones dominantes, todo esto suma al desarrollo de la desconfianza y del desafio al orden existente y mina la legitimidad de la institución que simboliza la incapacidad de este orden del nuevo régimen económico y social, a saber, la policía. Dado el vacío creado por la ausencia de mediaciones entre las poblaciones urbanas marginales y el Estado por el cual se sienten rechazadas, no resulta nada sorprendente que las relaciones con la policía se hayan vuelto en todas partes altamente sensibles y beligerantes, y que los incidentes con las "fuerzas del orden" sean invariablemente el detonador de las violencias colectivas que han asolado a las barriadas pobres a lo largo de las dos últimas décadas (Cashmore y McLaughlin, 1992; Cultures et conflits, 1992) .22

En las banlieues populares del hexÔgono, los jóvenes de las ciudades 1-IML consideran cada vez mÔs a la policía como un cuerpo indeseable, cuyo principal objetivo es intimidarlos y hostigarlos, y la casi totalidad de los casos de desórdenes públicos de la década pasada tuvieron como punto de partida un incidente que los enfrentó a las fuerzas de la ley. NO es casualidad que la policía haya inventado durante aquellos años la categoría burocrÔtica de lencias urbanas", basada en una escala pseudocientífica de grado de agresión (ide la que el "agrupamiento de jóvenes en la esca, lera" significa el primer escalón!) , para poder despolitizar mejor

21     Citado en The Guanlian, 20 de julio de 1992, en una nota ppsterior a los disturbios de Bristol.

22     La otra institución dominante percibida cada vez mĆ”s como un vector de intrusión y de imposición de las autoridades, aunque en un registro totalmente

distintocS1õêQuƩƄư} consecuencia de la universalización tardĆ­a del acceso a la enseƱanza secundaria. Balazs y Sayad (1991) exploran el abanico de las reacciones a la violencia simbólica de la enseƱanza pĆŗblica en la banlieue de VauIx-en-VeIin, como las conductas rudas (rebautizadas como "incivilizadas" por el idioma de la criminalidad oficial) , el vandalismo, la evasión y la violencia.

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estos enfrentamientos y volverlos susceptibles de un tratamiento estrictamente penal. El informe Scarman acerca de los disturbios que sacudieron las ciudades inglesas a comienzos de los 1980 (Benyon, 1984: 126) señalaba ya que losjóvenes de la inner city britÔnica son "hostiles y vengativos respecto de la policía y no tienen la menor confianza en ella". Pero no se puede discutir que, en las zonas segregadas negras e hispÔnicas del núcleo de las metrópolis estadounidenses, el antagonismo con la policía es el mÔs frontal y el mÔs Ôspero. Los habitantes de esos barrios se dividen entre su necesidad de ser protegidos de la criminalidad endémica que los amenaza y el temor a que la intervención de la policía resulte peor que el mal que se supone debe combatir, dada la brutalidad y las conductas discriminatorias de las fuerzas del orden. En las zonas desoladas del gueto de Los Angeles, la policía se comporta como un verdadero ejército de ocupación que lleva adelante una guerra de trincheras (Davis, 1992). En junio de 1992, Amnesty International publicó un informe que acumulaba las pruebas de las violencias policiales habituales contra los afroamericanos e hispanos pobres de Los Angeles, cometidas durante años con una impunidad casi absoluta y ante la indiferencia de las autoridades locales y federales.23

El informe de sesenta pÔginas detalla tremendos incidentes de uso excesivo de la fuerza, a menudo "equivalente a la tortura u otros tratamientos crueles, inhumanos y degradantes", que implican el uso injustificado de armas de fuego "en violación de las normas internacionales", las quemaduras de cigarrillos o los disparos contra sospechosos pacíficos o incluso transeúntes inocentes, el abuso permanente de las pistoletas eléctricas tazer,24 y el soltar perros de

23               Es particularmente recomendable la lectura completa del informe titulado -h Police Brutality in Los Ɓngeles, California, United States ofAmerica (Amnesty International, 1992). El hecho de que un informe con tantas acusaciones no genere la menor reacción de las autoridades locales y nacionales demuestra la indiferencia frente a los endĆ©micos y rutinarios abusos policiales en los barrios marginados.

24               Una tazergun es un arma de mano que permite a los policĆ­as neutralizar a un asaltante real o potencial enviĆ”ndole a distancia una fuerte corriente elĆ©ctrica. Puede ser utilizada de manera abusiva pues no deja marcas ni rastros fisicos externos. Su empleo por parte de los policĆ­as estadounidenses es muy polĆ©mico: muchos estudios han demostrado que la descarga elĆ©ctrica supuestamente "segura" ha causado la muerte de decenas de personas.

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ataque contra los sospechosos (incluidos pequeƱos delincuentes y menores, de los cuales algunos ya habƭan estado detenidos) que ya se habƭan rendido y no representaban ninguna amenaza.

Para los jóvenes sin porvenir de las zonas urbanas en decadencia, entonces, la policía constituye el último "tope" entre ellos y una sociedad que los rechaza, de allí el hecho de que se la considere como el "enemigo" número uno, una presencia intrusiva en un territorio en cuyo seno esa autoridad estÔ abiertamente cuestionada y suscita una desconfianza y una hostilidad que pueden llegar hasta la agresión verbal y fisica, como lo muestra la polémica canción del rapero Ice T., "Cop Killer". En los países avanzados, allí donde la policía se ha transformado en un cuerpo extranjero respecto de la población a la que se supone debe proteger, no puede cumplir sino un rol represivo, lo que no hace mÔs que agravar la violencia y los desórdenes cuya misión es controlar (Wacquant, 1993b) .

La respuesta de los poderes públicos al retorno de la pobrez y la violencia colectiva ha variado de un país a otro en función d sus instituciones, la ideología nacional de la ciudadanía y la coyun tura política. Describen un continuo que va de la criminalización y de las poblaciones precarizadas, en un extremo, a la politización del Problema por intermedio de la renegociación de los derechos sociales y económicos, por el otro. Estas dos tendencias, simbolizadas por laýißiõy la se obse1Tan simultÔneamente en cada uno los tres países considerados aquí, aunque en proporciones diferentes y teniendo como blanco a grupos distintos, según cuÔl sea la fracción de su clase dominante que logre dirigir la respuesta del Estado en un sentido u otro.25 Ningún país ha eludido por completo el recurrir cada vez mÔs al sistema penal y todos han debido revisar ciertos derechos vinculados a la ciudadanía y los servicios sociales, ya sea para restringirlos o para ampliarlos de manera selectiva. No faltó mucho para que, para simplificar, a mediados de la década de 1990 la cuestión resultara mÔs plena-

25 Se ha demostrado en otra parte que, durante la década que ha seguido a este diagnóstico inicial, la solución que consiste en penalizar la precariedad por la glorificación y amplificación de las misiones del Estado penal se ha expandido y generalizado en el Primer Mundo e incluso en el Segundo (Wacquant, 1999).


52                                                                                                                                                           PRƓLOGO                                                                                                                                                     53

mente politizada en Francia y mĆ”s absolutamente despolitizada"polĆ­tica de la ciudad" puede sin dudas aliviar los sĆ­ntomas; nada en los Estados Unidos, mientras que Gran BretaƱa ocupaba una  hace para extirpar las causas.

posición intermedia entre ambas tendencias.26 La reacción del gobierno estadounidense a los "acontecimienLuego de una dĆ©cada de problemas urbanos, el gobierno fran-  tos" del South Central Los Angeles se ubicó en las antĆ­podas: una cĆ©s instauró una arantla de sosten  RMI) para las per-vez controlados los disturbios gracias a la instauración inmediasonas caĆ­das a traves e las redes dĆ©l empleo y la protección social; ta del estado de emergencia y a una presencia militar masiva, la extendió el seguro de desempleo y los dispositivos de formación prioridad fundamental de la administración Bush fue enviar un para los jóvenes sin calificación, estableció un mecanismo (muy equipo especial de fiscales y aumentar los fondos disponibles para limitado) de transferencia de los ingresos fiscales de las ciudades hacer caer todo el peso de la ley penal sobre los miles de personas ricas a las ciudades pobres y desplegó un_vasto programa de reha- arrestadas durante los disturbios.28 Al contrario de las catĆ”strofes þjlitaciónvurbana concebido oficialmente para mejorar las condi- naturales (como los huracanes y las inundaciones que suelen asociones de vida en cuatrocientos "barrios sensibles" a todo lo largo lar periódicamente las costas del sur o las llanuras del Midwest)

Ese rebrote de actividad estatal quedó oficializado con a las que el Estado federal responde aportando a las vĆ­ctimas (es el nombramiento a finales de 1990 de un ministro de la Ciudad decir, principalmente a los propietarios de clase media) una ayuda (con el rango de ministro de Estado, el mĆ”s alto dentro de lajerar- material y financiera rĆ”pida y generosa, Washington se ha conforquĆ­a administrativa francesa) y el compromiso polĆ­tico del presi- mado con coordinar las operaciones de caridad y estimular los dente y el primer ministro de ganar la batalla de la "renovación esfuerzos privados de reconstrucción y reinversión. Y aunque los urbana". A pesar de esto, durante los aƱos siguientes continuaron disturbios hayan estallado en mitad de la campaƱa presidencial los problemas urbanos, aunque de manera mĆ”s sorda, y subsisten de 1992, la suerte de los citadinos pobres no recibió la menor los fermentos de la agitación, como lo demuestran los incidentes mención de los tres candidatos principaen las ciudades HLM en decadencia de Argenteuil, Sartrouville y  por parte de ninguno reconocer el anclaje lo largo de 1994. El les a la Casa Blanca. El rechazo obstinado sublevación a sirve como

Mantes-la-Jolie en el cinturón rojo parisino a tratamiento social" de la marginalidad urbana_por medio de la estructural y la significación polĆ­tica de la garantĆ­a para la reconducción de la polĆ­tica de negligencia del Estado que ha contribuido a su desencadenamiento (Johnson et 26 La caracterización que se desprende de los modos de reacción de las auto- al., 1993). Garantiza que el alcance de los daƱos humanos —en ridades frente a la marginalidad y los desórdenes urbanos en las sociedades avan- tĆ©rminos de criminalidad, encarcelación, temor y excesiva morzadas, es la de que existe una tendencia que exagera la homogeneidad y la cohe- talidad— generados por la marginación urbana seguirĆ” con su rencia de las respuestas del Estado en cada paĆ­s. Se podrĆ­a poder distinguir en cada caso entre los diferentes niveles (central y local) y entre terrenos de reacción crecimiento inexorable.

(ideológico, legislativo, judicial, social, etc.), del mismo modo que entre diferentes puntos de intervención (por ejemplo, el vagabundeo o las violencias colectivas) y entre los diversos grupos escogidos (extranjeros o nacionales, etc.). Siendo 28 Un esfuerzo altamente mediatizado (e igualmente infructuoso) fue dedicalos Estados maquinarias organizacionales altamente diferenciadas e imperfecta- do a identificar y arrestar a las personas sospechosas de haber cometido crímenes mente coordinadas, suelen poner en prÔctica políticas que resultan incoherentes y saqueos a partir de los centenares de horas de video amateur grabadas durante o que operan en sentidos opuestos. MÔs aún, existe una brecha importante entre los disturbios. Estos son otros indicadores de la opción estadounidense por la los objetivos proclamados y las funciones efectivas de una política dada, su puesta represión abierta de las revueltas de los parias urbanos: mÔs de dos tercios de los en prÔctica burocrÔtica y sus efectos "sobre el terreno". 12.000 millones de dólares invertidos anualmente por el Estado federal en 1992

27 Se encontrarÔ un anÔlisis de la pieza fundamental de esta política, a saber, para su tan publicitada "Guerra a las drogas" fueron destinados a operaciones la creación de un programa nacional que instaurara un "ingreso mínimo garanti- policiales, mientras que los programas de educación y de desintoxicación languizado", sus fundamentos políticos, sus fracasos y su impacto efectivo en el libro de decían penosamente por falta de financiamiento. Como resultado, la población Serge Paugam, La Sociétéfrançaise et ses Pauvres ( 1993). carcelaria se duplicó durante la década sin que haya tenido un efecto importante sobre el comercio callejero y el consumo de estupefacientes.

54                                                                                                                                   LA PRƓLOGO               55

El Reino Unido se ubica a mitad de camino entre estos polosdetrimento de la protección social.29 Las clases dominantes y los

de la politización y la criminalización. La tendencia a atribuir losgobiernos de las naciones ricas se han mostrado, en grados diverdesórdenes a una "minoría criminal negra" sigue siendo siempresos, Incapaces o poco dispuestos a controlar el crecimiento de las muy fuerte, pero incluso los gobiernos orgullosamente favorablesy han fracasado en influir sobre la acumulación a la política del laissezfaire de Margaret Thatcher y de John Majorde las dificultades, de la marginalidad social y de han debido restablecer una dosis de control estatal sobre los pro-la estigmatización en los barrios obreros desposeídos de la ciudad

cesos de zonificación urbana y sobre las polĆ­ticas de mejora de la dualizada. La combinaciƓn de las divisiones Ć©tnicas (reales o imagivivienda. A nivel local, numerosas ciudades britĆ”nicas han optado nadas) y la despr01etarizaciƓn dentro de los eocfaÑèVĆØiƝd"eter1ótO por un doble enfoque, al elaborar por una parte tĆ©cnicas policia- de la metrópolis, desprovistos de las capacidades organizacionales les de mantenimiento del orden mĆ”s eficaces para poder retomar necesarias para forjarse una identidad y formular reivindicacioneS rĆ”pidamente el control de las calles ante el estallido de revueltas colectivas en el espacio polĆ­tico, prometen suscitar muchos mĆ”s y comprometiĆ©ndose, por otra parte, en una campaƱa destinada "desórdenes" y presentan un desafTư<1KĆŖdWo a la institución de la a restaurar la confianza en la policĆ­a y a reforzar sus lazos con ciudadanĆ­a en las dĆ©cadas por venir.

las poblaciones locales (bajo la égida del community Policing) . Por La ciudadanía, según la célebre fórmula de T. H. Marshall ejemplo, tras los disturbios de Handworth, la policía de Birmig- (1964), sirve esencialmente como reparo institucional que ateham ha puesto en prÔctica una serie de indicadores de tensión núa las divisiones de clase generadas por el mercado: es su extendestinados a prevenir el estallido de la violencia colectiva y se ha Sión de la esfera política a un dominio socioeconómico lo que "ha mostrado capaz, en colaboración con los líderes de las asociacio- modificado la estructura de las desigualdades sociales" y contribunes del barrio, de mantener a los jóvenes lejos de las calles. Pero ye crÔticas.al surgimiento 30 Durante de los sociedades años de expansión relativamente regular pacíficas y protegida y demo-de

la posguerra,

los to podrĆ­amos ddescontentos e las fracturas preguntarnos esas sociales, polĆ­ticas durante sobre de todo enmascaramiento cuĆ”nto cuando tiempo la polĆ­tica podrĆ”n del crecimien-estatal acallar dea    del separación primer Mundo los Estados-nación estaban en condiciones soberanos miembros, de y establecer bien y circunscriptosasegurar una clarauna

regeneración urbana", que favorece los mecanismos de mercado, entre sus miembros y no de agrava las desigualdades tanto dentro de las ciudades como entre

ellas (LưCĆ‚ĆŽĆØs y Parkinson, 1994). 29 Como lo muestran Mollenkopfy Castells (1991:404) en el caso de los Estados Unidos, "el sector pĆŗblico no hajugado un papel redistributivo ni correctivo; por el contrario, ha ampliado las tendencias a la desigualdad de los ingresos, la

Conclusión: un desafĆ­o para la ciudadanĆ­a   segregación la población". espacial Esta observación y la falta de se servicios aplica en adecuados lo esencial para al caso grandes de las sectores polĆ­ticasde

públicas britÔnicas durante el período considerado, a pesar de un rol inicial mÔs

han Los asolado desórdenes a las sociedades populares avanzadas y las sublevaciones del Occidente urbanas capitalistaque                protector ciones opuestas.de los programas dominios estatales. El balance intervención de Francia que evolucionan es mĆ”s equilibrado en direc-en

                                                                                                                                         ese frente, con diferentes                                                                                                           de

durante las dos últimas décadas del siglo xx encuentran sus raíces 30 Turner (1986) demuestra la importancia del papel de la ciudadanía para en la transformación histórica de sus economías (desregulación contener las contradicciones de las sociedades avanzadas y ofrece una exégesis de los mercados financieros, desocialización del asalariado, flexi- crítica de la influyente tesis de Marshall. Para una reconceptualización Polanyi, véase históricaSomers bilización del empleo), la polarización social de sus ciudades y las de (1993). la ciudadanía para un estudio como "proceso ejemplar instituido" de las variaciones inspirada nacionales en de los esquemas políticas estatales que han promovido mÔs o menos abiertamen- de incorporación de inmigrantes debidas a las diferencias de definición política de te los intereses de las grandes empresas y la mercantilización en la ciudadanía, véase Brubaker (1992).

56                                                                                                            LA

cierta coherencia entre las diversas dimensiones de la ciudadanƭa. Hoy esa capacidad y esa coherencia estƔn fuertemente erosionadas, de manera que quedan a la luz las fracturas ocultas del espacio de la ciudadanƭa. A medida que las fronteras externas y la homogeneidad interna (reales o imaginarias) de las sociedades avanzadas se van erosionando, por lo alto como efecto de los flujos

de capital a enorme velocidad y por lo bajo a causa de la confluencia entre la descomposición de la clase obrera y el aumento de las corrientes migratorias, parecería que la ciudadanía no es un estatus adquirido u otorgado a todos y de una vez para siempre sino un "proceso instituido" (para usar la expresión de Karl Polan-

1.

DEL GUETO COMUNITARIO

AL HIPERGUETO

yi) , conflictivo y desigual cuya conquista requiere una lucha y una vigilancia que deben renovarse permanentemente.

La cuestión a la que se encuentran enfrentados los países del Primer Mundo en los albores del nuevo siglo es saber si sus sistemas políticos son capaces de frenar la tendencia a la contracción y la fragmentación de la esfera de la ciudadanía, y cuÔles son las nuevas instancias de mediación que deberÔn inventar para dar acceso y estimular la participación de sus miembros. Sin esto, se asistirÔ no sólo a la perpetuación de los desórdenes urbanos, de la violencia colectiva y de los conflictos étnicos (o percibidos como tales) en el corazón de las sociedades avanzadas, sino también a un proceso duradero de fisión social y propagación de las desigualdades e inseguridad que apuntan a una verdadera "brasilerización" de las metrópolis de Europa y los Estados Unidos.



[1] Sobre la lógica y las condiciones sociales de la eficacia política de las disrupciones populares, véase la obra de Piven y Cloward (1977) , PoorPeoPIe's Movements, muy actual en la fase de recentramiento de los partidos políticos progresistas.

[2] En el núcleo histórico del gueto de Chicago, por ejemplo, en 1988, cerca de seis adultos sobre diez sobrevivían gracias a los magros ingresos de la ayuda social, y mÔs del 80% de quienes los recibían esperaban seguir percibiendo la ayuda pública por mÔs de un año (véase capítulo 3, infra, pp. 104-105 y 116-119) .

[3] Sobre las causas y el papel de las migraciones internacionales en la ampliación de las transformaciones sociales dentro de las sociedades avanzadas, véanse el excelente resumen conceptual de Zollberg (1999) y los anÔlisis empíricos de Sassen (1989), Tarñus (1992) y Casties (1993).

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