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El retorno de lo reprimido: revueltas, etnicidad y dualizaciĆ³n en tres sociedades avanzadas

 



los tĆ­tulos educativos en la distribuciĆ³n de los individuos en el seno

de una estructura socioprofesional refinadamente diferenciada, la  expansiĆ³n del individualismo liberal, todos estos factores parecĆ­an anunciar el advenimiento de una era de bienestar material y de armonĆ­a social. Dos libros publicados simultĆ”neamente en 1960, en los Estados Unidos, se pueden considerar proyecciones emblemĆ”ticas de esta visiĆ³n emergente de las sociedades avanzadas, tal como lo indican sus tĆ­tulos: Las etapas del crecimiento no econĆ³mico. Un manifiesto no comunista, de Walt W. Rostow (1971) , y Elfin de la ideologĆ­a, de Daniel Bell (1960). La sociologĆ­a dio una expresiĆ³n acadĆ©mica a esta creencia al elaborar la nociĆ³n de "meritocracia". En los Estados Unidos, toda una escuela investigativa sobre la estratificaciĆ³n (con base en la Universidad de Wisconsin, en Madison) se ocupa de formalizar esta visiĆ³n de una estructura de clases cada vez mĆ”s fluida y porosa utilizando la nociĆ³n de status attainment como el armazĆ³n conceptual de innumerables estudios sobre la oPPortunity.2

Al mismo tiempo, se extendĆ­a la idea segĆŗn la cual las formas mĆ”s extremas de desigualdad estaban en vĆ­as de ser superadas, es decir, erradicadas, gracias a la distribuciĆ³n mĆ”s amplia de bienes pĆŗblicos como la educaciĆ³n, la salud y la vivienda a cargo del Estado de Bienestar, en el caso de Europa occidental, o por el efecto de derrame" (trickle clown) de una floreciente economĆ­a

de mercado, en el caso de los Estados Unidos. Fortalecidas por la consolidaciĆ³n de su aparato industrial y por la apariciĆ³n continua de nuevos sectores de servicios, las sociedades del Primer Mundo llegaron a considerar a la pobreza como un simple residuo de J desigualdades y de supervivencias de un pasado superado, 0 un roducto de deficiencias individuales susceptibles de remediar;

2 La propia terminologĆ­a resulta reveladora de las premisas ideolĆ³gicas de estas investigaciones. Knoterrus (1987) disecciona la imagen de la sociedad que subyace a los trabajos sobre el status attainment realizados sobre todo por los miembros de la escuela de Wisconsin. Se podrĆ­a demostrar que la ideologĆ­a de la meritocracia social (encarnada, entre otros, por los trabajos de Talcott Parsons, Peter Blau y Otis Dudley Duncan, por el lado norteamericano, y Raymond Aron y Henri Mendras, por el lado francĆ©s) ha cumplido en las sociedades euroamericanas una funciĆ³n similar a la del mito nacional de la "democracia racial" en Brasil, tal como la formulĆ³ Gilberto Freyre (1946).

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era, en todo caso, un fenĆ³meno destinado a retroceder y luego a desaparecer con la plena "modernizaciĆ³n" de la naciĆ³n.3

AsĆ­, en vĆ­speras de la dĆ©cada de 1960, el economista John Kenneth Galbraith (1958) caracterizaba la miseria como una "anomalĆ­a" tĆ­pica, "casos especiales" o "islotes". Por cierto, los llamados 'islotes" estaban bien poblados pues seguĆ­a habiendo diez milloneÅ” de pobres en los Estados Unidos, pero eso no durarĆ­a mucho tiempo; cuando el presidente Lyndon B. Johnson lanzĆ³ en 1964 el programa titulado "guerra a la pobreza", anunciĆ³ con orgullo que la miseria serĆ­a erradicada antes de 1976, de manera que la celebraciĆ³n del bicentenario de los Estados Unidos marcarĆ­a tambiĆ©n el nacimiento de la primera y verdadera "sociedad de abundancia" de la historia (Castel, 1978). En esa Ć©poca, en Francia, la misma promesa del horizonte radiante de la "nueva sociedad" corrĆ­a por cuenta del partido gaullista, por entonces hegemĆ³nico bajo la direcciĆ³n deJacques Chaban-Delmas, antes de ser reactualizada bajo el nombre de "sociedad liberal avanzada" por Valery Giscard d'Estaing, uno de cuyos ministros habĆ­a logrado un notable Ć©xito de librerĆ­as con un texto que proclamaba que se podĆ­a "vencer a la pobreza en los paĆ­ses ricos" (StolĆ©ru, 1974). Como lo seƱala Sinfield, a fines de la dĆ©cada de 1970 Francia no conocĆ­a "debate nacional, movilizaciĆ³n polĆ­tica ni polĆ­tica oficial alguna de lucha contra la pobreza" (Sinfield, 1980: 93).

El carĆ”cter obsoleto adjudicado a la divisiĆ³n en clases pretendĆ­a extenderse tambiĆ©n a las divisiones Ć©tnicas y de "raza" (o pos-

coloniales) .4 En diversos grados, las sociedades del Primer Mundo

3       Castel (1978) ofrece un cuadro histĆ³rico de esta problemĆ”tica en el caso de los Estados Unidos; Wilson y Aponte (1985) registran la "desapariciĆ³n" y el "redescubrimiento" cĆ­clico de la cuestiĆ³n de la pobreza en los Estados Unidos a fines del siglo xx. Sobre los matices del debate francĆ©s equivalente (alrededor del tema de la "exclusiĆ³n" a partir de fines de la dĆ©cada de 1980), consĆŗltese Paugam (1993); sobre la discusiĆ³n britĆ”nica, Morris (1994).

4       Se ha puesto la palabra "raza" entre comillas para recordar: 1) la identidad a la que se llama racial no es sino un caso particular de la etnicidad (se cree y se asume como fundada sobre la herencia biolĆ³gica) , es decir, un principio histĆ³ricamente construido de clasificaciĆ³n social; 2) el haz de relaciones sociales y simbĆ³licas designadas por la "raza" (o el "color") varĆ­a fuertemente segĆŗn las sociedades y las coyunturas histĆ³ricas, y de acuerdo con los mecanismos de (re)producciĆ³n del racismo como modo de dominaciĆ³n que apela a la naturaleza como principio de legitimaciĆ³n.

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se consideraban sociedades "no Ć©tnicas" cada vez mĆ”s homogĆ©neas y unificadas a medida que las relaciones de tipo "comunitario' (gemeinschaftliche) fundadas en la sangre, la religiĆ³n y la cultura iban siendo reemplazadas por filiaciones de tipo instrumental fundadas en el interĆ©s, la especializaciĆ³n socioprofesional y los imperativos funcionales de una economĆ­a tecnolĆ³gicamente compleja. El lema de moda era la asimilaciĆ³n para todos (Gordon, 1961), y la adopciĆ³n de patrones culturales nacionales era el Ćŗnico camino posible para los grupos que vivĆ­an al margen o que entraban por primera vez en esas sociedades (Hirschman, 1983).

Descartando de esa manera la cuestiĆ³n de la etnicidad, los ideĆ³logos de la sociedad avanzada no hicieron mĆ”s que seguir el surco trazado por la sociologĆ­a, tanto la clĆ”sica como la contemporĆ”nea. ¿No estaban de acuerdo Karl Marx y Ɖmile Durkheim en pensar que el capitalismo terminarĆ­a por reemplazar los vĆ­nculos sociales tradicionales por formas impersonales de pertenencia enraizados en relaciones comerciales e ideales cĆ­vicos abstractos? Del mismo modo, los dos paradigmas que dominaron la sociologĆ­a del cambio social en la posguerra, el funcionalismo estructural (y la teorĆ­a de la modernizaciĆ³n que se deriva de Ć©l) y el marxismo desarrollista (encarnado en la teorĆ­a del sistema-mundo y los trabajos de los dependentistas latinoamericanos) , postulaban que las divisiones Ć©tnicas estaban destinadas a debilitarse antes de desaparecer. AsĆ­, para militantes de la "modernizaciĆ³n" como David McLelland, Alex Inkeles y Daniel Lerner (1966) , el "fin de la sociedad tradicional" implicaba por lĆ³gica la disoluciĆ³n de los vĆ­nculos estatutarios y de las identidades "adscriptivas" (o heredadas) y el concomitante despliegue del individuo libre, emprendedor, orientado hacia el achievement (o sea el Ć©xito, conseguido por mĆ©rito propio) junto con el crecimiento de la educaciĆ³n, la tecnologĆ­a y los medios masivos.5 SegĆŗn los defensores de las diferentes teorĆ­as marxistas de la transformaciĆ³n social, de Gunder Frank y Fernando Enrique Cardoso a Immanuel Wallerstein, la cristalizaciĆ³n de

5       La oposiciĆ³n entre ascƱPtion (el estatus heredado) y achievement (la posiciĆ³n lograda por el mĆ©rito) es una de las oposiciones fundadoras de la teorĆ­a del funcionalismo estructural elaborada por Talcott Parsons (1971 ) , que consideraba a los Estados Unidos la encarnaciĆ³n histĆ³rica del ideal supuestamente universal de una sociedad meritocrĆ”tica. Para una aguda crĆ­tica de esta teorĆ­a, vĆ©ase Bourdieu (1975).

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una estructura de clases a escala mundial deberĆ­a borrar la etniciclad, e incluso culminar, en la visiĆ³n propuesta por Wallerstein (1983) , con la transiciĆ³n a un "orden mundial socialista". Diversas variantes de la teorĆ­a del posindustrialismo comparten estas premisas y consideran a las divisiones etnorraciales no como bases perennes de estructuraciĆ³n social dotadas de su dinĆ”mica propia, sino como principios de agrupamiento esencialmente reactivos, atrasados o derivativos, en todo caso como obstĆ”culos en el camino natural de la sociedad moderna hacia un universalismo mayor (Kumar, 1995).6

La violencia de abajo: ¿levantamientos raciales o revueltas intestinas?7

A partir de las Ćŗltimas dos dĆ©cadas, esta imagen de sĆ­ mism elaborada por las sociedades del Primer Mundo ha estallado e pedazos ante la apariciĆ³n de las protestas pĆŗblicas, las crecientes tensiones Ć©tnicas y el aumento de las privaciones y la desesperan za en el corazĆ³n de las grandes ciudades. Lejos de que la mise ria fuera reduciĆ©ndose y las identidades Ć©tnicas disolviĆ©ndose, las naciones avanzadas han quedado afectadas por la expansiĆ³n de la "nueva pobreza", simultĆ”neamente con la apariciĆ³n o el crecimiento— de ideologĆ­as racistas acompaƱadas, a menudo, por conflictos violentos que implican directamente a losjĆ³venes de los barrios populares (Wilson, 1987; Mingione, 1993). Tres ejemplos

G Florestan Fernandes (1978) ofrece una expresiĆ³n concisa de esta opiniĆ³n ampliamente compartida en su evaluaciĆ³n acerca de la naturaleza y el destino de las divisiones Ć©tnicas surgidas del esclavismo en la sociedad brasileƱa: "El dilema racial brasileƱo constituye un fenĆ³meno social patolĆ³gico que no se puede corregir mĆ”s que por medio de procesos capaces de suprimir esta obstrucciĆ³n al orden social competitivo que representan las desigualdades raciales". Esta posiciĆ³n es mĆ”s antigua: recordamos que ya el "ciclo de las relaciones raciales" de la primera Escuela de Chicago, con su progresiĆ³n ordenada del conflicto y la competencia hasta el acomodamiento y la asimilaciĆ³n, apuntaba a la reabsorciĆ³n de las divisiones etnorraciales.

7Juego de palabras intraducible: Ć©meutes significa a la vez revuelta social y problemas digestivos. [T.]

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de "desĆ³rdenes urbanos" en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, entre muchos otros, ejemplifican este fenĆ³meno.8

Octubre de 1990 en Vaux-en-Velin, tranquila comuna obrera de la periferia de Lyon hasta allĆ­ sin historia: varios centenares de jĆ³venes, de los cuales un buen nĆŗmero provenĆ­a de familias inmigrantes del Maghreb, salieron a la calle para enfrentarse a la policĆ­a luego de que un adolescente del barrio encontrĆ³ la muerte en un accidente de moto provocado por un auto policial. Durante tres dĆ­as y tres noches se enfrentaron a las fuerzas del orden y a los grupos republicanos de seguridad enviados de urgencia por el gobierno, rompiendo los vehĆ­culos de la policĆ­a, saqueando los negocios e incendiando 200 automĆ³viles. Cuando regresĆ³ la calma, los heridos ascendĆ­an a decenas y los daƱos fueron estimados en mĆ”s de 700 millones de francos (o sea, alrededor de 120 millones de euros). El paĆ­s se encontraba conmocionado. La ira reprimida por mucho tiempo en las banlieues populares en decadencia, con fuerte concentraciĆ³n de viviendas sociales, se vio catapultada al centro de las preocupaciones polĆ­ticas y logrĆ³ dominar el debate pĆŗblico durante aƱos.

Julio de 1992, en Bristol, Inglaterra: un escenario casi idĆ©ntico encendiĆ³ la hoguera en el barrio de Hartcliff, una zona pobre situada en un sector industrial en decadencia al sur de la ciudad. AllĆ­ tambiĆ©n la violencia estallĆ³ luego de que dos adolescentes que conducĆ­an una moto de policĆ­a robada fueron muertos en un choque con un auto policial camuflado. Al caer la noche, un centenar de jĆ³venes saqueĆ³ el centro comercial cercano y, cuando las fuer-

8 No se puede dar aquĆ­ mĆ”s que un breve relato de esos incidentes. Para una crĆ³nica del surgimiento de la violencia colectiva y de las tensiones de tono etnorracial en los conjuntos HLM de la periferia urbana francesa, vĆ©aseJazouli (1992) ; para un estudio de caso ejemplar en los Estados Unidos, el anĆ”lisis de Porter y Dunn (1984) de las revueltas de Miami en 1980; para un anĆ”lisis detallado de los disturbios britĆ”nicos de principios de la dĆ©cada de 1980, el informe Scarman y sus derivados (Benyon, 1984).

9 Los disturbios se repitieron durante todo el verano de 1991, obligando al gobierno a extender y eternizar diversos programas de "prevenciĆ³n de problemas", sobre todo durante las largas vacaciones (a travĆ©s de las "Operaciones del calor"). Similares explosiones de violencia colectiva se produjeron periĆ³dicamente a todo lo largo de la dĆ©cada siguiente, para culminar con la ola de disturbios en noviembre de 2005.

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zas del orden intentaron contraatacar, fueron recibidas por una lluvia de ladrillos y piedras, de bolas de acero, material en llamas y cocteles Molotov. El tumulto se expandiĆ³ y transformĆ³ al barrio de un kilĆ³metro cuadrado en una verdadera zona de guerrilla urbana que requiriĆ³ el envĆ­o de quinientos policĆ­as antimotines. Durante ese verano, otros barrios del cinturĆ³n industrial de las Midlands conocieron incidentes similares: Coventry, Manchester, Salford, Blackburn y Birmigham. l ()

Los Angeles, abril de 1992: la absoluciĆ³n de cuatro policĆ­as blancos implicados en la paliza a Rodney King —filmada por un camarĆ³grafo amateur—, un conductor negro indefenso arrestado como resultado de una persecuciĆ³n automovilĆ­stica, provocĆ³ una exploSiĆ³n popular de una violencia inĆ©dita para los Estados Unidos del siglo xx. En el gueto de South Central, decenas de blancos fueron arrancados de sus vehĆ­culos y golpeados, negocios saqueados, mĆ³viles policiales derribados e incendiados. Los comercios, propiedad en su mayorĆ­a de coreanos, licorerĆ­as, depĆ³sitos de mercaderĆ­as de segunda mano y autoservicios fueron el blanco de una campaƱa de saqueo sistemĆ”tico. La erupciĆ³n de la violencia fue tan brutal que ni los bomberos ni la policĆ­a pudieron impedir que las llamas destruyeran miles de viviendas. Los disturbios se extendieron rĆ”pidamente y las escenas de pillaje de masas se multiplicaron. Se proclamĆ³ el estado de emergencia, se movilizaron y desplegaron 7.000 policĆ­as, ademĆ”s de 1.200 marines. Los tiros de rifles y los intercambios de disparos entre los manifestantes, la policĆ­a y los propietarios que defendĆ­an sus comercios arma en mano elevaron la cifra de muertos a 45. Al final del tercer dĆ­a de revuelta, los heridos ascendĆ­an a 2.400, decenas de millares de personas habĆ­an sido arrestadas, unas mil familias habĆ­an perdido su vivienda y 20.000 mĆ”s su empleo. Los daƱos superaron la cifra de 1.000 millones de dĆ³lares.

No se trata mĆ”s que de tres episodios de violencia colectiva entre una extensa serie de perturbaciones urbanas que serĆ­a largo enumerar. ll La mayor parte de los desĆ³rdenes, grandes y peque-

10 En 1980, 1981 y 1985 habĆ­an estallado importantes disturbios en las inner cities de Bristol, Londres, Liverpool, Birmigham y de numerosos municipios obreros en decadencia.

ll HabrĆ­a que agregar, a los disturbios franceses, ingleses y norteamericanos, la reciente ola de agresiones colectivas contra los extranjeros y los asilados en 36

Ʊos, que han asolado a las banlieues obreras francesas, los centrosbarrios degradados del Reino Unido asĆ­ como a los guetos y barrios de los Estados Unidos, ha implicado, en primer lugar, a los jĆ³venes de las zonas pauperizadas, segregadas y en decadencia, y parece haber sido alimentada por la creciente tensiĆ³n Ć©tnica dentro y alrededor de esas zonas. La interpretaciĆ³n dominante que se les ha dado en los medios y en el debate polĆ­tico los presenta como

"estallidos raciales" en reacciĆ³n a la animosidad de que son objeto "las minorĆ­as" Ć©tnicas o inmigrantes que habitan los paĆ­ses (Cross y Keith, 1993; Gooding-Wi11iams, 1993).

En una primera instancia, esta explicaciĆ³n suena plausible. La Europa de la dĆ©cada de 1980 ha estado inundada por una ola de xenofobia, en la esfera pĆŗblica cuando no en la vida cotidiana, que nada parece poder detener. 12 En Francia, la hostilidad hasta entonces mantenida en sordina respecto de los "Ć”rabes" ha estallado con enorme fuerza (Silverman, 1990) y alimentado la multiplicaciĆ³n de las agresiones de signo racista. Ha encontrado una expresiĆ³n polĆ­tica estridente en el populismo xenĆ³fobo del Frente Nacional (Husbands, 1991), que ha estimulado como respuesta el nacimiento de un movimiento antirracista simbolizado por la irrupciĆ³n en la escena pĆŗblica de la organizaciĆ³n SOS-Racismo (incubada bajo el ala del Partido Socialista). En Gran BretaƱa, los antagonismos entre negros del Caribe, asiĆ”ticos y blancos se han expresado en enfrentamientos callejeros cuya proliferaciĆ³n estuvo acompaƱada por la "racializaciĆ³n" de los debates sobre la delincuencia y la brutalidad policĆ­aca, de manera que los desĆ³rdenes y las violencias pĆŗblicas son percibidos y tratados cada vez mĆ”s abiertamente como "problemas negros" (Solomos, 1988) . En el mismo momento, en los Estados Unidos, la puesta en cuestiĆ³n de los logros de las luchas por las igualdades cĆ­vicas de las "minorĆ­as" (afroamericanas, pero tambiĆ©n hispanas, ademĆ”s de grupos de origen amerindio y asiĆ”tico) de la dĆ©cada de 1960 se tradujo en un claro deterioro de las relaciones interĆ©tnicas, como lo

Alemania y los repetidos incidentes que implican a los inmigrantes norafricanos en el sur de Italia y en EspaƱa.

12 Sobre la apariciĆ³n (o el resurgimiento) del racismo a escala europea y sus diversas manifestaciones nacionales, vĆ©anse Allen y Macey (1990), Miles (1992) y Holzner (1993).

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demuestran la escalada de crĆ­menes racistas, el temor generalizado a los hombres negros en el espacio pĆŗblico, la multiplicaciĆ³n de incidentes en los campus o incluso la explotaciĆ³n abierta del sentimiento antinegro durante las campaƱas electorales locales y nacionales (Franklin, 1991). Y mientras Europa se sentĆ­a asediada por el espectro de una "guetizaciĆ³n" al estilo norteamericano, los Estados Unidos se hallaban obnubilados por la visiĆ³n pesadillesca de una supuesta underclass, grupo decadente y amenazante presuntamente aparecido en el corazĆ³n de las metrĆ³polis segregadas y que concentra sobre sĆ­ todas las patologĆ­as urbanas norteamericanas.13

En esos tres paĆ­ses, entonces, la opiniĆ³n pĆŗblica considera qu la violencia y los desĆ³rdenes colectivos en la ciudad estĆ”n estrechamente asociados —es decir, identificados— con cuestiones de etnicidad y de inmigraciĆ³n. En los Estados Unidos esta asociaciĆ³n es bastante antigua, pues se remonta a la Ć©poca de la urbanizaciĆ³n de los negros posterior a su emancipaciĆ³n y se la reactiva periĆ³dicamente durante los perĆ­odos de contracciĆ³n econĆ³mica y conflicto social. En Europa, esta conexiĆ³n es mĆ”s reciente aunque se ha mostrado ideolĆ³gicamente pujante durante la fase de crisis socioeconĆ³mica abierta desde mediados de la dĆ©cada de 1970. De todos modos, varios elementos sugieren que la calificaciĆ³n de "disturbios raciales" es equĆ­voca y esconde otro fenĆ³meno mĆ”s profundo que se mezcla con ellos en diferentes proporciones.

Los desĆ³rdenes colectivos urbanos de los aƱos 1980 y 1990 no son una simple prolongaciĆ³n de las revueltas racistas tradicionales como las conocieron los Estados Unidos a Io largo del Ćŗltimo siglo (Young, 1970) . Contrariamente a los discursos del periodismo y

13 Mezcla heterĆ³clita de ciencias sociales, periodismo y sentido comĆŗn, armado con anĆ”lisis empĆ­ricos y preconceptos ordinarios, el mito burocrĆ”ticouniversitario de la underclass ha fusionado y resucitado prejuicios seculares contra los afroamericanos, los pobres y la intervenciĆ³n del Estado, al demonizar al subproletariado urbano negro (Wacquant, 1992b). Su invenciĆ³n participa de una reconfiguraciĆ³n mĆ”s general del mapa ideolĆ³gico de la "raza" en los Estados Unidos, con el mismo estatuto que la leyenda de los asiĆ”ticos como "minorĆ­a modelo", la unificaciĆ³n simbĆ³lica de flujos diversos de poblaciones de origen centro y sudamericano bQjo la categorĆ­a de "latinos" y el aumento de las exigencias de reconocimiento oficial de los autoproclamados representantes de las personas llamadas "multirraciales".


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de cierta sociologĆ­a mediĆ”tica en la que se inspira, no asistimos a una "norteamericanizaciĆ³n" de la pobreza y de las revueltas urbanas ni a una mutaciĆ³n del rĆ©gimen de marginalidad urbana que augure una convergencia histĆ³rica entre Europa y los Estados Unidos (Wacquant, 1992a). Como se lo demostrarĆ” en la segunda parte del libro, el examen en profundidad de su anatomĆ­a sugiere que estos problemas urbanos creados por los jĆ³venes de las clases populares han combinado, segĆŗn proporciones variables de un paĆ­s a otro, dos lĆ³gicas que serĆ­a errĆ³neo oponer pues se hallan vinculadas en la realidad: por una parte, una lĆ³gica de la protesta contra la injusticia Ć©tnica, enraizada en la experiencia de la discriminaciĆ³n —de una casi casta estigmatizada en los Estados Unidos y los "Ć”rabes" y otros inmigrantes de color llegados de las antiguas colonias francesas e inglesas—, y una lĆ³gica de clase que lleva a los sectores pauperizados de la clase obrera a rebelarse contra las

privaciones econĆ³micas y las crecientes desigualdades sociales por medio del arma mĆ”s eficaz de que disponen, a saber, enfrentarse a las autoridades y alterar por la fuerza el curso normal de la actividad social. [1]

PerĆ­odo de reestructuraciĆ³n neoliberal que sigue a las angustias de la estanflaciĆ³n, los aƱos ochenta podrĆ­an llegar a revelarse como la dĆ©cada de la lenta maduraciĆ³n de revueltas mixtas, tanto por la relaciĆ³n de su dinĆ”mica y objetivos como en virtud de su composiciĆ³n multiĆ©tnica. Pues, contrariamente a la representaciĆ³n que nos ofrecen los medios, las banlieues populares francesas, asĆ­ como los centros urbanos de las metrĆ³polis britĆ”nicas, no estĆ”n pobladas de manera exclusiva y ni siquiera mayoritaria por inmigrantes, y los participantes de las revueltas pertenecen a horizontes nacionales diversos y variados. Aunque los jĆ³venes surgidos de la inmigraciĆ³n magrebĆ­ o antillana figuraban a la vanguardia de las confrontaciones urbanas que asolaron a Francia e Inglaterra en ese perĆ­odo, actuaron de acuerdo y con la participaciĆ³n activa de los hijos de hogares autĆ³ctonos que vivĆ­an en esos barrios antes industriales empobrecidos. AdemĆ”s, las reivindicaciones de

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los jĆ³venes de medios populares son en todas partes las mismas y no tienen nada de especĆ­ficamente "Ć©tnico": empleos decentes, escuelas adecuadas, viviendas accesibles o mejores, acceso a los servicios pĆŗblicos y un tratamiento justo por parte de la policĆ­a y otros organismos del Estado (Jazouli, 1992).

Del mismo modo, cuando se produjeron las revueltas de South Central en Los Angeles, las miles de personas que saquearon los supermercados y los centros comerciales incendiados no eran negras en su totalidad, lejos de ello: mĆ”s de la mitad de los 5.000 primeros arrestos afectaron a hispanos y el 10% de ellos a blancos llamados "anglos". Esos disturbios no fueron sĆ³lo el grito de revuelta de la poblaciĆ³n negra contra la flagrante discriminaciĆ³n racial perpetrada cotidianamente por la policĆ­a y confirmada por una escandalosa decisiĆ³n judicial (la absoluciĆ³n de todos los policĆ­as

res onsables de la salvaje golpiza a Rodney King). Fue tambiƩn una

revuelta de mendlgos"Ƭcontra la miseria cotidiana y el deterioro de las condiciones de vida causados por la recesiĆ³n econĆ³mica y la reducciĆ³n de los presupuestos sociales, como lo comprueban las

imƔgenes televisivas que muestran a hispanos y tambiƩn a asiƔticos y blancos revolviendo entre los restos calcinados de las tiendas en busca de productos para rescatar. Como lo seƱala ese advertido observador de la escena de Los Angeles, "el primer disturbio multirracial del paƭs ha sido tanto el grito de los vientres hambrientos y de los corazones quebrantados como un aullido de protesta contra

„ 15 los bastones policiales y la paliza a Rodney King .

15 Mike Davis, "In LA. , Burning All Illusions", en Hazen (1992); para los elementos complementarios, consĆŗltense la excelente selecciĆ³n de artĆ­culos de la prensa compilados por el Institute for Alternative Journalism (Hazen, 1992) y algunos de los ensayos reunidos por Gooding-Williams (1993) y Baldassare (1994). Esta interpretaciĆ³n es validada por Pastor (1995), quien muestra que la participaciĆ³n activa de los latinos y la pobreza fueron variables centrales en el desencadenamiento y expansiĆ³n de los disturbios, y por Muty et al. (1994), quienes informan, a partir de entrevistas callejeras con 227 habitantes y asalariados del South Central, que los participantes en las sublevaciones se percibĆ­an como "combatientes de la libertad" ante las cuestiones de la pobreza, el desempleo, la brutalidad policial y la discriminaciĆ³n racial, una mezcla de motivos que coincide con la confluencia de fuerzas estructurales que determinaron la crisis.

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La violencia de arriba: desproletarizaciĆ³n, relegaciĆ³n y estigmatizaciĆ³n

Es tentador considerar esta violencia de abajo como el sĆ­ntoma de una crisis moral, de una patologĆ­a de las clases inferiores, o incluso como una serie de signos que anuncian un naufragio generalizado del orden pĆŗblico. AsĆ­, la reacciĆ³n tĆ­pica de las autoridades frente a la ola de incidentes violentos que asolĆ³ las ciudades de los Midlands durante el verano de 1992 fue deplorar las conductas desviadas y la inmoralidad de las franjas inferiores de la clase obrera. Tras los disturbios de Bristol, los polĆ­ticos rivalizaban en su rapidez para denunciar el "gamberrismo imbĆ©cil " provocado por el alcohol, aun cuando los habitantes de Hartcliffe coincidĆ­an en afirmar que la hostilidad entre los jĆ³venes y la policĆ­a venĆ­a de meses atrĆ”s, que ningĆŗn gamberro (hooligan) habĆ­a sido localizado o arrestado durante los disturbios y que el consumo de alcohol en esos dĆ­as no habĆ­a sido superior a la media. De la misma manera, en los Estados Unidos, la espantosa leyenda urbana de la underclass ha provisto una pseudoexplicaciĆ³n bien preparada, de consumo previsible y despolitizada para dar cuenta del crecimiento permanente de la violencia dentro del gueto y en sus alrededores luego de los levantamientos de los aƱos sesenta. De hecho, esta violencia ha sido percibida durante mucho tiempo como la prueba categĆ³rica de la existencia de este grupo definido justamente por sus conductas antisociales.

De todos modos, un anĆ”lisis detallado del desencadenamiento, el desarrollo y la composiciĆ³n de los desĆ³rdenes colectivos causados por los jĆ³venes desheredados de las ciudades de Europa y los Estados Unidos durante los quince aƱos anteriores, muestra que, lejos de ser la expresiĆ³n irracional de una incivilidad impenitente o de un atavismo patolĆ³gico, estos desĆ³rdenes constituyen una reacciĆ³n (socio) lĆ³gica a una violencia estructural masiva desencadenada por una serie de transformaciones econĆ³micas y polĆ­ticas que se refuerzan mutuamente. Estos cambios se traducen en una polarizaciĆ³n de la estructura de clases que, combinada

con la segregaciĆ³n Ć©tnica, ha culminado en una impresionante dualizaciĆ³n de las metr_Ć³wolis queĆ«barca a amplios sectores de mano

de obra no calificada, sumergidosen la obsolescencia econĆ³mica

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social] 6 Esta violencia componentes fundamentales:

I) El deseuPleQ masivo, crĆ³nico y persistente que, para todo un sector de la clase obrera, se traduce en la desproletarizaciĆ³n y la expansiĆ³n de la precariedad, que acarrea un cortejo de privaciones materiales, dificultades familiares y consecuencias personales.

t) 2) La relegaciĆ³n a los barrios desposeĆ­dos dentro de los cuales los recursos pĆŗblicos y privados disminuyen en el momento mismo en que la caĆ­da social de las familias obreras y la instalaciĆ³n de las poblaciones inmigrantes intensifican la competencia por el acceso a los bienes colectivos.

3) La estigmatizaciĆ³Ć¹reciente en la vida cotidiana y en el discurso pĆŗblico, cada vez mĆ”s estrechamente asociada no sĆ³lo al origen social y Ć©tnico sino tambiĆ©n al hecho de vivir en barrios degradados y degradantes.

Estas fuerzas revelan ser aun mĆ”s nocivas cuando se combinan con un fondo de ampliaciĆ³n generalizada de las desigualdades•

Lejos de ser el producto menor de una "tercermundializaciĆ³n" de los paĆ­ses ricos o la expresiĆ³n de una regresiĆ³n hacia formas atĆ”vicas del conflicto sociopolĆ­tico, el retorno al corazĆ³n de las ciudades del Primer Mundo de las realidades reprimidas de la miseria, la violencia colectiva y las divisiones etnorraciales provenientes de la historia colonial se debe comprender como el resultado del desarrollo desigual de los sectores mĆ”s avanzados de las sociedades capitalistas, cuyas manifestaciones no son, por lo tanto, susceptibles de ceder (como se Io destacarĆ” en la tercera parte del libro) .

A diferencia de perĆ­odos anteriores de crecimiento econĆ³mico, la expansiĆ³n de los aƱos ochenta —en los paĆ­ses que experi-

mentaron esa expansiĆ³n— no beneficiĆ³ a todos, sino que, en realidad, ampliĆ³ la brecha entre ricos y pobres,y entre aquellos que

1c' Sobre la complejidad y la dinĆ”mica de este proceso de dualizaciĆ³n, vĆ©anse Mollenkopfy Castells (1991 ) , y Fainstein, Gordon y Harloe (1992) ; para un llamado a la prudencia analĆ­tica sobre este punto, Marcuse (1989). Se regresarĆ” a estas lĆ³gicas de la polarizaciĆ³n urbana "por lo bajo" en el capĆ­tulo 9.

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vencia basada en una mezcla de trabajo informal, ayuda social y actividades ilegales se impone sobre la participaciĆ³n regular en el mundo de los asalariados. [2]

La exclusiĆ³n duradera cuando no definitiva del salario de una parte de la clase obrera y el crecimiento correlativo de la economĆ­a informal en los barrios populares son dos Ć­ndices convergentes de la constituciĆ³n, en el corazĆ³n de las ciudades del Primer Mundo, de lo que Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979) llamaban "un ejĆ©rcito de trabajo subnumerario", para el cual los progresos de la economĆ­a se traducen en una regresiĆ³n de las condiciones y las posibilidades de vida. Como prueba del aumento del hambre y la desnutriciĆ³n (lo que ilustra el auge de las ollas populares), estĆ” el resurgimiento, en los distritos pobres de Nueva York, ParĆ­s y Londres, de enfermedades contagiosas de otras Ć©pocas, como la tuberculosis.

En el momento justo en que sus economĆ­as eran golpeadas por la desindustrializaciĆ³n y la internacionalizaciĆ³n, las sociedades avanzadas debieron enfrentarse a la llegada (o a la instalaciĆ³n definitiva) de una nueva ola de inmigrantes provenientes del Tercer Mundo y que se concentraba generalmente en los barrios donde las posibilidades de vida y los recursos colectivos estaban en disminuciĆ³n. [3] La formaciĆ³n de un espacio mundial de circulaciĆ³n de capital se ha duplicado desde entonces por el establecimiento de redes transnacionales de circulaciĆ³n de mano de obra que remodelan la poblaciĆ³n y alimentan continuamente a las grandes ciudades de Europa y NorteamĆ©rica con trabajadores libres (Fassman y MĆ¼nz, 1996; Portes, 1999). Esos "nuevos inmigrantes" —como se los llama a menudo para distinguirlos de las olas migratorias transatlĆ”nticas que conectaron al Viejo y al Nuevo Mundo hasta

la mitad del siglo xx— provienen principalmente de las antiguas

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colonias o de paĆ­ses situados en la zona de influencia econĆ³mica y polĆ­tica de los Estados Unidos. Tienden a gravitar hacia los barrios mĆ”s pobres de las aglomeraciones urbanas, aquellos en los que el alojamiento es mĆ”s barato y donde pueden encontrar con mayor facilidad un punto de entrada en la economĆ­a informal y cuentapropista, y donde los recursos de ingreso sobre la base etnonacional aportan una ayuda decisiva para su adaptaciĆ³n a la vida en los paĆ­ses de destino (Portes y Rumbaut, 1990; Castles, 1993).

Poco importa si la llegada de estos nuevos inmigrantes ha acelerado o no el proceso de desproletarizaciĆ³n parcial de las clases obreras autĆ³ctonas al ofrecer a los empleadores un acopio de mano de obra sustituta a buen precio y bien dispuesta. Es cierto que su concentraciĆ³n en las zonas populares mĆ”s degradadas ha

acentuado la polarizaciĆ³n espacial y social de las ciudades al combinarse con la fuga de las clases medias de los distritos de poblaciĆ³n mixta hacia los barrios protegidos para beneficiarse allĆ­ de servicios pĆŗblicos de mejor calidad (en el caso de Francia), para satisfacer las necesidades de su hogar recurriendo a un sector privado mĆ”s atractivo (en los Estados Unidos), o por las dos razones a la vez (en Gran BretaƱa) .

La segregaciĆ³n espacial intensifica las dificultades encontradas al aĆŖĆ¼iiiĆ®ilhr en los enclaves urbanos aislados a familias de clase

ƶbfĆŖfƵƄutĆ³ctonas en movilidad descendente y a las poblaciones immgrantes de nacionalidades heterogĆ©neas, jĆ³venes, econĆ³miCĆ”iĆ®iĆØƱiƵfrĆ”giles y desprovistas tambiĆ©n por completo de competencias inmediatamente negociables en los sectores dinĆ”micos de la nueva economĆ­a. AsĆ­, mĆ”s de la mitad de los 45.000 habitantes de Vaulx-en-Velin vivĆ­an, en 1990, -en desapacibles y enormes conjuntos FILM, y uno de cada cuatro era de origen eXtranjero, mĆ”s del 40% tenĆ­a menos de 20 aƱos y mĆ”s de un tercio de los adultos se encontraba sin trabajo. Los dispositivos pĆŗblicos de formaciĆ³n y de ayuda para la bĆŗsqueda de empleo no permiten a los jĆ³venes hacer pie en un mercado de trabajo en retracciĆ³n y fragmentaciĆ³n, y las actividades culturales y deportivas no pueden distraerlos para siempre de su destino. Del mismo modo, la tasa de desempleo entre los habitantes de South Bristol que tenĆ­an de 16 a 25 aƱos de edad, en la Ć©poca de los disturbios, alcanzaba el 59%, y ha aumentado en consonancia con el porcentaje de familias extranjeras. La fuerte escasez de equipamientos colectivos y

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programas recreativos capaces de entretener a los adolescentes del barrio no pesa poco en la tasa de criminalidad de Hartcliffe, que se cuenta entre las mĆ”s elevadas de Inglaterra. En cuanto a los Estados Unidos, entre 1978 y 1990, el condado de Los Angeles ha perdido 200.000 empleos, de los cuales la mayorĆ­a correspondĆ­a a puestos sindicalizados en la industria que ofrecĆ­an salarios elevados, aun cuando la ciudad recibĆ­a un flujo de cerca de un millĆ³n de inmigrantes. Un buen nĆŗmero de esos puestos fue perdido por miembros de las minorĆ­as del distrito de South Central en el momento mismo en que las inversiones y los programas pĆŗblicos que les estaban destinados eran fuertemente reducidos (Johnson et al., 1992). Como consecuencia, en 1992 el desempleo superaba el 60% entre los jĆ³venes negros y latinos de South Central Los Angeles y la economĆ­a ilegal de la droga era, con mucho, la fuente de empleo mĆ”s segura.

Esa acumulaciĆ³n de males sociales y la clausura del horizonte econĆ³mico explican la atmĆ³sfera apagada, de aburrimiento y jde desesperaciĆ³n que reina en los barrios pobres de las grandes ciudades occidentales, y el clima opresivo de temor e inseguridad que envenena la vida cotidiana en el gueto norteamericano (Wacquant, 1992b, y capĆ­tulos 2 y 4 infra). Los habitantes de esos barrios experimentan la sensaciĆ³n de que ellos mismos y sus hijos no tienen la menor posibilidad de conocer un porvenir que no sea la miseria y la exclusiĆ³n a las que se enfrentan actualmente. A esa sensaciĆ³n de encierro social se agrega hoy la ira experimentada por los jĆ³venes citadinos desocupados ante la denigraciĆ³n de su barrio en el discurso pĆŗblico como terreno de las "patologĆ­as sociales". LosjĆ³venes de origen magrebĆ­ de los suburbios del norte de Marsella, sus homĆ³logos de extracciĆ³njamaiquina o paquistanĆ­ en Brixton y los negros del South Side de Chicago no sufren sĆ³lo por la indigencia material —indigencia que comparten, en los barrios Ć©tnicamente heterogĆ©neos, con sus vecinos de ascendencia europea— y por la hostilidad etnorracial o etnonacional circundante, deben soportar tambiĆ©n el peso del desprecio pĆŗblico que tiene como objeto, en todas partes, a los lugares etiquetados como no-go-areas, barrios "que dan miedo", o "zonas sin ley" donde sĆ³lo tolerarĆ­an vivir los desechos de la sociedad.

Como se verĆ” en el capĆ­tulo 6, no se debe subestimar la fuerza y el impacto del estigma territorial que pesa hace tiempo sobre

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los nuevos "condenados de la ciudad" (Wacquant, 1993b). En primer lugar, el sentimiento personal de indignidad que acarrea es una dimensiĆ³n importante de la vida cotidiana que afecta negativamente las relaciones interpersonales y amputa gravemente las posibilidades de Ć©xito escolar y profesional. En segundo lugar, se percibe una fuerte correlaciĆ³n entre la degradaciĆ³n simbĆ³lica y el deterioro fisico de_lo barrios populares: las zonas consideradas como depĆ³sitos de pobres" esviados y desajustados son evitadas I por las personas del exterior; los bancos y el sector inmobiliario las ponen en cuarentena, las cadenas comerciales vacilan a la hora de instalarse allĆ­ y los responsables polĆ­ticos se pueden desinteresar de ellos sin mayores costos —salvo, justamente, cuando se convierten en teatros de problemas y enfrentamientos pĆŗblicos—. La estigmatizaciĆ³n territorial estimula tambiĆ©n, en los habitantes, estrategias sociĆ³fugas de evitamiento mutuoy puesta a distancia

que exacerban los procesos de fisiĆ³n social, alimentan la desconfianza interpersonal y minan el sentido de destino necesario de la

comunidad para emprender acciones colectivas.

Finalmente, hay que agregar la maldiciĆ³n de ser pobre dentro de una sociedad rica en la cual la participaciĆ³n en la esfera_clel consumo se ha convertido en la condiciĆ³n sine gua non del acceso TlƵdignidad' social, es decir, el pasaporte a la ciudadanĆ­a (sobre

todo entre los mĆ”s desposeĆ­dos, que nadĆ” Menen para demostrar su perteneƁcia) . Como se puede ver en la multiplicaciĆ³n de las agresiones callejeras, muggins en la inner city britĆ”nica, dePouille (despojos) en las banlieues antiguamente obreras de Francia, arrebatos de joyas y trĆ”fico de drogas a plena luz en el gueto norteamericano, y la criminalidadƄ)n, a menudo, los Ćŗnicos medios de que disponen los jĆ³venes de origen proletario sin perspectivas de empleo para adquirir el dinero y los bienes de consumo indispensables para acceder a una existencia socialmente

20 Para ejemplos en el contexto estadounidense, vĆ©anse Taylor (1989) y PadiIla (1982). Existen innumerables razones para sospechar que existe una lĆ³gica similar, mutatis mutandi, en las temibles irrupciones de los funkers durante el fin de semana en las playas lujosas y blancas de Ipanema y Copacabana en RĆ­o de Janeiro.

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La alienaciĆ³n polĆ­tica y los dilemas de la penalizaciĆ³n

Si las formas directas y espontĆ”neas de la Protesta infrapolĆ­tica por medio de desĆ³rdenes pĆŗblicos, de arrebato de bienes y destrucciĆ³n de propiedades se han expandido por los suburbios pobres de las sociedades avanzadas, es tambiĆ©n porque las formas organizadas de presiĆ³n sobre el Estado han decaĆ­do junto con la desregulaciĆ³n luego de la descomposiciĆ³n de los instrumentos tradicionales de representaciĆ³n polĆ­tica de las clases populares.

En Francia, la caĆ­da del Partido Comunista y el giro centrista tomado por los sucesivos gobiernos socialistas han hundido a la clase obrera en un profundo desarraigo que el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen ha sabido explotar, por medio de una ideologĆ­a que hace de los inmigrantes los chivos expiatorios y que, a falta de otra cosa y en oposiciĆ³n a los partidos dominantes, posee la virtud de ofrecer una visiĆ³n clara de la sociedad francesa, un diagnĆ³stico simple de sus principales males y un remedio radical para dotar a los obreros de dignidad en tanto ciudadanos (redefinidos como "nacionales"). En Gran BretaƱa, una dĆ©cada y media de thatcherismo prolongado por la polĆ­tica neoliberal de Tony Blair ha acelerado la declinaciĆ³n duradera de los sindicatos y remodelado al Partido Laborista, mientras que la descomposiciĆ³n de las comunidades obreras minĆ³ la capacidad local de movilizaciĆ³n de sus organizaciones de base. En los Estados Unidos, donde las clases populares raramente tuvieron vocaciĆ³n polĆ­tica, el Ć©xodo masivo de los blancos y de las clases medias hacia la periferia urbana, la nacionalizaciĆ³n de las campaƱas polĆ­ticas y la decadencia de las "mĆ”quinas electorales" municipales, en fin, la fragmentaciĆ³n administrativa de las metrĆ³polis han terminado de marginar a los pobres en el campo polĆ­tico (Weir, 1993).

Privados de instrumentos institucionales para formular reivindicaciones colectivas en un lenguaje comprensible para los funcionarios del Estado, ¿quĆ© pueden hacer los jĆ³venes de los barrios relegados sino bajar a la calle? Un joven manifestante de Bristol habla en nombre de sus pares del East Harlem, el cinturĆ³n rojo parisino o de Lyon y de Toxteth en Liverpool cuando exclama:

No tengo trabajo ni lo tendrƩ jamƔs. Nadie quiere ayudarnos a salir de esta mierda. Si el Estado puede gastar tanto dinero

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para construir un submarino nuclear, ¿por quĆ© no hay dinero para las inner cities? Si pelearse con la policĆ­a es la Ćŗnica soluciĆ³n para hacerse escuchar, entonces vamos a pelearnos con ellos.21

La fosa que se cava entre pobres y ricos, el encierro sobre sĆ­ cada vez mĆ”s marcado de las elites polĆ­ticas, la distancia creciente entre las clases populares y las instituciones dominantes, todo esto suma al desarrollo de la desconfianza y del desafio al orden existente y mina la legitimidad de la instituciĆ³n que simboliza la incapacidad de este orden del nuevo rĆ©gimen econĆ³mico y social, a saber, la policĆ­a. Dado el vacĆ­o creado por la ausencia de mediaciones entre las poblaciones urbanas marginales y el Estado por el cual se sienten rechazadas, no resulta nada sorprendente que las relaciones con la policĆ­a se hayan vuelto en todas partes altamente sensibles y beligerantes, y que los incidentes con las "fuerzas del orden" sean invariablemente el detonador de las violencias colectivas que han asolado a las barriadas pobres a lo largo de las dos Ćŗltimas dĆ©cadas (Cashmore y McLaughlin, 1992; Cultures et conflits, 1992) .22

En las banlieues populares del hexĆ”gono, los jĆ³venes de las ciudades 1-IML consideran cada vez mĆ”s a la policĆ­a como un cuerpo indeseable, cuyo principal objetivo es intimidarlos y hostigarlos, y la casi totalidad de los casos de desĆ³rdenes pĆŗblicos de la dĆ©cada pasada tuvieron como punto de partida un incidente que los enfrentĆ³ a las fuerzas de la ley. NO es casualidad que la policĆ­a haya inventado durante aquellos aƱos la categorĆ­a burocrĆ”tica de lencias urbanas", basada en una escala pseudocientĆ­fica de grado de agresiĆ³n (ide la que el "agrupamiento de jĆ³venes en la esca, lera" significa el primer escalĆ³n!) , para poder despolitizar mejor

21     Citado en The Guanlian, 20 de julio de 1992, en una nota ppsterior a los disturbios de Bristol.

22     La otra instituciĆ³n dominante percibida cada vez mĆ”s como un vector de intrusiĆ³n y de imposiciĆ³n de las autoridades, aunque en un registro totalmente

distintocS1ƵĆŖQuĆ©Ć„Ć°} consecuencia de la universalizaciĆ³n tardĆ­a del acceso a la enseƱanza secundaria. Balazs y Sayad (1991) exploran el abanico de las reacciones a la violencia simbĆ³lica de la enseƱanza pĆŗblica en la banlieue de VauIx-en-VeIin, como las conductas rudas (rebautizadas como "incivilizadas" por el idioma de la criminalidad oficial) , el vandalismo, la evasiĆ³n y la violencia.

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estos enfrentamientos y volverlos susceptibles de un tratamiento estrictamente penal. El informe Scarman acerca de los disturbios que sacudieron las ciudades inglesas a comienzos de los 1980 (Benyon, 1984: 126) seƱalaba ya que losjĆ³venes de la inner city britĆ”nica son "hostiles y vengativos respecto de la policĆ­a y no tienen la menor confianza en ella". Pero no se puede discutir que, en las zonas segregadas negras e hispĆ”nicas del nĆŗcleo de las metrĆ³polis estadounidenses, el antagonismo con la policĆ­a es el mĆ”s frontal y el mĆ”s Ć”spero. Los habitantes de esos barrios se dividen entre su necesidad de ser protegidos de la criminalidad endĆ©mica que los amenaza y el temor a que la intervenciĆ³n de la policĆ­a resulte peor que el mal que se supone debe combatir, dada la brutalidad y las conductas discriminatorias de las fuerzas del orden. En las zonas desoladas del gueto de Los Angeles, la policĆ­a se comporta como un verdadero ejĆ©rcito de ocupaciĆ³n que lleva adelante una guerra de trincheras (Davis, 1992). En junio de 1992, Amnesty International publicĆ³ un informe que acumulaba las pruebas de las violencias policiales habituales contra los afroamericanos e hispanos pobres de Los Angeles, cometidas durante aƱos con una impunidad casi absoluta y ante la indiferencia de las autoridades locales y federales.23

El informe de sesenta pĆ”ginas detalla tremendos incidentes de uso excesivo de la fuerza, a menudo "equivalente a la tortura u otros tratamientos crueles, inhumanos y degradantes", que implican el uso injustificado de armas de fuego "en violaciĆ³n de las normas internacionales", las quemaduras de cigarrillos o los disparos contra sospechosos pacĆ­ficos o incluso transeĆŗntes inocentes, el abuso permanente de las pistoletas elĆ©ctricas tazer,24 y el soltar perros de

23               Es particularmente recomendable la lectura completa del informe titulado -h Police Brutality in Los Ɓngeles, California, United States ofAmerica (Amnesty International, 1992). El hecho de que un informe con tantas acusaciones no genere la menor reacciĆ³n de las autoridades locales y nacionales demuestra la indiferencia frente a los endĆ©micos y rutinarios abusos policiales en los barrios marginados.

24               Una tazergun es un arma de mano que permite a los policĆ­as neutralizar a un asaltante real o potencial enviĆ”ndole a distancia una fuerte corriente elĆ©ctrica. Puede ser utilizada de manera abusiva pues no deja marcas ni rastros fisicos externos. Su empleo por parte de los policĆ­as estadounidenses es muy polĆ©mico: muchos estudios han demostrado que la descarga elĆ©ctrica supuestamente "segura" ha causado la muerte de decenas de personas.

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ataque contra los sospechosos (incluidos pequeƱos delincuentes y menores, de los cuales algunos ya habƭan estado detenidos) que ya se habƭan rendido y no representaban ninguna amenaza.

Para los jĆ³venes sin porvenir de las zonas urbanas en decadencia, entonces, la policĆ­a constituye el Ćŗltimo "tope" entre ellos y una sociedad que los rechaza, de allĆ­ el hecho de que se la considere como el "enemigo" nĆŗmero uno, una presencia intrusiva en un territorio en cuyo seno esa autoridad estĆ” abiertamente cuestionada y suscita una desconfianza y una hostilidad que pueden llegar hasta la agresiĆ³n verbal y fisica, como lo muestra la polĆ©mica canciĆ³n del rapero Ice T., "Cop Killer". En los paĆ­ses avanzados, allĆ­ donde la policĆ­a se ha transformado en un cuerpo extranjero respecto de la poblaciĆ³n a la que se supone debe proteger, no puede cumplir sino un rol represivo, lo que no hace mĆ”s que agravar la violencia y los desĆ³rdenes cuya misiĆ³n es controlar (Wacquant, 1993b) .

La respuesta de los poderes pĆŗblicos al retorno de la pobrez y la violencia colectiva ha variado de un paĆ­s a otro en funciĆ³n d sus instituciones, la ideologĆ­a nacional de la ciudadanĆ­a y la coyun tura polĆ­tica. Describen un continuo que va de la criminalizaciĆ³n y de las poblaciones precarizadas, en un extremo, a la politizaciĆ³n del Problema por intermedio de la renegociaciĆ³n de los derechos sociales y econĆ³micos, por el otro. Estas dos tendencias, simbolizadas por laĆ½iƟiƵy la se obse1Tan simultĆ”neamente en cada uno los tres paĆ­ses considerados aquĆ­, aunque en proporciones diferentes y teniendo como blanco a grupos distintos, segĆŗn cuĆ”l sea la fracciĆ³n de su clase dominante que logre dirigir la respuesta del Estado en un sentido u otro.25 NingĆŗn paĆ­s ha eludido por completo el recurrir cada vez mĆ”s al sistema penal y todos han debido revisar ciertos derechos vinculados a la ciudadanĆ­a y los servicios sociales, ya sea para restringirlos o para ampliarlos de manera selectiva. No faltĆ³ mucho para que, para simplificar, a mediados de la dĆ©cada de 1990 la cuestiĆ³n resultara mĆ”s plena-

25 Se ha demostrado en otra parte que, durante la dĆ©cada que ha seguido a este diagnĆ³stico inicial, la soluciĆ³n que consiste en penalizar la precariedad por la glorificaciĆ³n y amplificaciĆ³n de las misiones del Estado penal se ha expandido y generalizado en el Primer Mundo e incluso en el Segundo (Wacquant, 1999).


52                                                                                                                                                           PRƓLOGO                                                                                                                                                     53

mente politizada en Francia y mĆ”s absolutamente despolitizada"polĆ­tica de la ciudad" puede sin dudas aliviar los sĆ­ntomas; nada en los Estados Unidos, mientras que Gran BretaƱa ocupaba una  hace para extirpar las causas.

posiciĆ³n intermedia entre ambas tendencias.26 La reacciĆ³n del gobierno estadounidense a los "acontecimienLuego de una dĆ©cada de problemas urbanos, el gobierno fran-  tos" del South Central Los Angeles se ubicĆ³ en las antĆ­podas: una cĆ©s instaurĆ³ una arantla de sosten  RMI) para las per-vez controlados los disturbios gracias a la instauraciĆ³n inmediasonas caĆ­das a traves e las redes dĆ©l empleo y la protecciĆ³n social; ta del estado de emergencia y a una presencia militar masiva, la extendiĆ³ el seguro de desempleo y los dispositivos de formaciĆ³n prioridad fundamental de la administraciĆ³n Bush fue enviar un para los jĆ³venes sin calificaciĆ³n, estableciĆ³ un mecanismo (muy equipo especial de fiscales y aumentar los fondos disponibles para limitado) de transferencia de los ingresos fiscales de las ciudades hacer caer todo el peso de la ley penal sobre los miles de personas ricas a las ciudades pobres y desplegĆ³ un_vasto programa de reha- arrestadas durante los disturbios.28 Al contrario de las catĆ”strofes Ć¾jlitaciĆ³nvurbana concebido oficialmente para mejorar las condi- naturales (como los huracanes y las inundaciones que suelen asociones de vida en cuatrocientos "barrios sensibles" a todo lo largo lar periĆ³dicamente las costas del sur o las llanuras del Midwest)

Ese rebrote de actividad estatal quedĆ³ oficializado con a las que el Estado federal responde aportando a las vĆ­ctimas (es el nombramiento a finales de 1990 de un ministro de la Ciudad decir, principalmente a los propietarios de clase media) una ayuda (con el rango de ministro de Estado, el mĆ”s alto dentro de lajerar- material y financiera rĆ”pida y generosa, Washington se ha conforquĆ­a administrativa francesa) y el compromiso polĆ­tico del presi- mado con coordinar las operaciones de caridad y estimular los dente y el primer ministro de ganar la batalla de la "renovaciĆ³n esfuerzos privados de reconstrucciĆ³n y reinversiĆ³n. Y aunque los urbana". A pesar de esto, durante los aƱos siguientes continuaron disturbios hayan estallado en mitad de la campaƱa presidencial los problemas urbanos, aunque de manera mĆ”s sorda, y subsisten de 1992, la suerte de los citadinos pobres no recibiĆ³ la menor los fermentos de la agitaciĆ³n, como lo demuestran los incidentes menciĆ³n de los tres candidatos principaen las ciudades HLM en decadencia de Argenteuil, Sartrouville y  por parte de ninguno reconocer el anclaje lo largo de 1994. El les a la Casa Blanca. El rechazo obstinado sublevaciĆ³n a sirve como

Mantes-la-Jolie en el cinturĆ³n rojo parisino a tratamiento social" de la marginalidad urbana_por medio de la estructural y la significaciĆ³n polĆ­tica de la garantĆ­a para la reconducciĆ³n de la polĆ­tica de negligencia del Estado que ha contribuido a su desencadenamiento (Johnson et 26 La caracterizaciĆ³n que se desprende de los modos de reacciĆ³n de las auto- al., 1993). Garantiza que el alcance de los daƱos humanos —en ridades frente a la marginalidad y los desĆ³rdenes urbanos en las sociedades avan- tĆ©rminos de criminalidad, encarcelaciĆ³n, temor y excesiva morzadas, es la de que existe una tendencia que exagera la homogeneidad y la cohe- talidad— generados por la marginaciĆ³n urbana seguirĆ” con su rencia de las respuestas del Estado en cada paĆ­s. Se podrĆ­a poder distinguir en cada caso entre los diferentes niveles (central y local) y entre terrenos de reacciĆ³n crecimiento inexorable.

(ideolĆ³gico, legislativo, judicial, social, etc.), del mismo modo que entre diferentes puntos de intervenciĆ³n (por ejemplo, el vagabundeo o las violencias colectivas) y entre los diversos grupos escogidos (extranjeros o nacionales, etc.). Siendo 28 Un esfuerzo altamente mediatizado (e igualmente infructuoso) fue dedicalos Estados maquinarias organizacionales altamente diferenciadas e imperfecta- do a identificar y arrestar a las personas sospechosas de haber cometido crĆ­menes mente coordinadas, suelen poner en prĆ”ctica polĆ­ticas que resultan incoherentes y saqueos a partir de los centenares de horas de video amateur grabadas durante o que operan en sentidos opuestos. MĆ”s aĆŗn, existe una brecha importante entre los disturbios. Estos son otros indicadores de la opciĆ³n estadounidense por la los objetivos proclamados y las funciones efectivas de una polĆ­tica dada, su puesta represiĆ³n abierta de las revueltas de los parias urbanos: mĆ”s de dos tercios de los en prĆ”ctica burocrĆ”tica y sus efectos "sobre el terreno". 12.000 millones de dĆ³lares invertidos anualmente por el Estado federal en 1992

27 Se encontrarĆ” un anĆ”lisis de la pieza fundamental de esta polĆ­tica, a saber, para su tan publicitada "Guerra a las drogas" fueron destinados a operaciones la creaciĆ³n de un programa nacional que instaurara un "ingreso mĆ­nimo garanti- policiales, mientras que los programas de educaciĆ³n y de desintoxicaciĆ³n languizado", sus fundamentos polĆ­ticos, sus fracasos y su impacto efectivo en el libro de decĆ­an penosamente por falta de financiamiento. Como resultado, la poblaciĆ³n Serge Paugam, La SociĆ©tĆ©franƧaise et ses Pauvres ( 1993). carcelaria se duplicĆ³ durante la dĆ©cada sin que haya tenido un efecto importante sobre el comercio callejero y el consumo de estupefacientes.

54                                                                                                                                   LA PRƓLOGO               55

El Reino Unido se ubica a mitad de camino entre estos polosdetrimento de la protecciĆ³n social.29 Las clases dominantes y los

de la politizaciĆ³n y la criminalizaciĆ³n. La tendencia a atribuir losgobiernos de las naciones ricas se han mostrado, en grados diverdesĆ³rdenes a una "minorĆ­a criminal negra" sigue siendo siempresos, Incapaces o poco dispuestos a controlar el crecimiento de las muy fuerte, pero incluso los gobiernos orgullosamente favorablesy han fracasado en influir sobre la acumulaciĆ³n a la polĆ­tica del laissezfaire de Margaret Thatcher y de John Majorde las dificultades, de la marginalidad social y de han debido restablecer una dosis de control estatal sobre los pro-la estigmatizaciĆ³n en los barrios obreros desposeĆ­dos de la ciudad

cesos de zonificaciĆ³n urbana y sobre las polĆ­ticas de mejora de la dualizada. La combinaciƓn de las divisiones Ć©tnicas (reales o imagivivienda. A nivel local, numerosas ciudades britĆ”nicas han optado nadas) y la despr01etarizaciƓn dentro de los eocfaƑĆØVĆØiƝd"eter1Ć³tO por un doble enfoque, al elaborar por una parte tĆ©cnicas policia- de la metrĆ³polis, desprovistos de las capacidades organizacionales les de mantenimiento del orden mĆ”s eficaces para poder retomar necesarias para forjarse una identidad y formular reivindicacioneS rĆ”pidamente el control de las calles ante el estallido de revueltas colectivas en el espacio polĆ­tico, prometen suscitar muchos mĆ”s y comprometiĆ©ndose, por otra parte, en una campaƱa destinada "desĆ³rdenes" y presentan un desafTĆ°<1KĆŖdWo a la instituciĆ³n de la a restaurar la confianza en la policĆ­a y a reforzar sus lazos con ciudadanĆ­a en las dĆ©cadas por venir.

las poblaciones locales (bajo la Ć©gida del community Policing) . Por La ciudadanĆ­a, segĆŗn la cĆ©lebre fĆ³rmula de T. H. Marshall ejemplo, tras los disturbios de Handworth, la policĆ­a de Birmig- (1964), sirve esencialmente como reparo institucional que ateham ha puesto en prĆ”ctica una serie de indicadores de tensiĆ³n nĆŗa las divisiones de clase generadas por el mercado: es su extendestinados a prevenir el estallido de la violencia colectiva y se ha SiĆ³n de la esfera polĆ­tica a un dominio socioeconĆ³mico lo que "ha mostrado capaz, en colaboraciĆ³n con los lĆ­deres de las asociacio- modificado la estructura de las desigualdades sociales" y contribunes del barrio, de mantener a los jĆ³venes lejos de las calles. Pero ye crĆ”ticas.al surgimiento 30 Durante de los sociedades aƱos de expansiĆ³n relativamente regular pacĆ­ficas y protegida y demo-de

la posguerra,

los to podrĆ­amos ddescontentos e las fracturas preguntarnos esas sociales, polĆ­ticas durante sobre de todo enmascaramiento cuĆ”nto cuando tiempo la polĆ­tica podrĆ”n del crecimien-estatal acallar dea    del separaciĆ³n primer Mundo los Estados-naciĆ³n estaban en condiciones soberanos miembros, de y establecer bien y circunscriptosasegurar una clarauna

regeneraciĆ³n urbana", que favorece los mecanismos de mercado, entre sus miembros y no de agrava las desigualdades tanto dentro de las ciudades como entre

ellas (LĆ°CƂƎĆØs y Parkinson, 1994). 29 Como lo muestran Mollenkopfy Castells (1991:404) en el caso de los Estados Unidos, "el sector pĆŗblico no hajugado un papel redistributivo ni correctivo; por el contrario, ha ampliado las tendencias a la desigualdad de los ingresos, la

ConclusiĆ³n: un desafĆ­o para la ciudadanĆ­a   segregaciĆ³n la poblaciĆ³n". espacial Esta observaciĆ³n y la falta de se servicios aplica en adecuados lo esencial para al caso grandes de las sectores polĆ­ticasde

pĆŗblicas britĆ”nicas durante el perĆ­odo considerado, a pesar de un rol inicial mĆ”s

han Los asolado desĆ³rdenes a las sociedades populares avanzadas y las sublevaciones del Occidente urbanas capitalistaque                protector ciones opuestas.de los programas dominios estatales. El balance intervenciĆ³n de Francia que evolucionan es mĆ”s equilibrado en direc-en

                                                                                                                                         ese frente, con diferentes                                                                                                           de

durante las dos Ćŗltimas dĆ©cadas del siglo xx encuentran sus raĆ­ces 30 Turner (1986) demuestra la importancia del papel de la ciudadanĆ­a para en la transformaciĆ³n histĆ³rica de sus economĆ­as (desregulaciĆ³n contener las contradicciones de las sociedades avanzadas y ofrece una exĆ©gesis de los mercados financieros, desocializaciĆ³n del asalariado, flexi- crĆ­tica de la influyente tesis de Marshall. Para una reconceptualizaciĆ³n Polanyi, vĆ©ase histĆ³ricaSomers bilizaciĆ³n del empleo), la polarizaciĆ³n social de sus ciudades y las de (1993). la ciudadanĆ­a para un estudio como "proceso ejemplar instituido" de las variaciones inspirada nacionales en de los esquemas polĆ­ticas estatales que han promovido mĆ”s o menos abiertamen- de incorporaciĆ³n de inmigrantes debidas a las diferencias de definiciĆ³n polĆ­tica de te los intereses de las grandes empresas y la mercantilizaciĆ³n en la ciudadanĆ­a, vĆ©ase Brubaker (1992).

56                                                                                                            LA

cierta coherencia entre las diversas dimensiones de la ciudadanƭa. Hoy esa capacidad y esa coherencia estƔn fuertemente erosionadas, de manera que quedan a la luz las fracturas ocultas del espacio de la ciudadanƭa. A medida que las fronteras externas y la homogeneidad interna (reales o imaginarias) de las sociedades avanzadas se van erosionando, por lo alto como efecto de los flujos

de capital a enorme velocidad y por lo bajo a causa de la confluencia entre la descomposiciĆ³n de la clase obrera y el aumento de las corrientes migratorias, parecerĆ­a que la ciudadanĆ­a no es un estatus adquirido u otorgado a todos y de una vez para siempre sino un "proceso instituido" (para usar la expresiĆ³n de Karl Polan-

1.

DEL GUETO COMUNITARIO

AL HIPERGUETO

yi) , conflictivo y desigual cuya conquista requiere una lucha y una vigilancia que deben renovarse permanentemente.

La cuestiĆ³n a la que se encuentran enfrentados los paĆ­ses del Primer Mundo en los albores del nuevo siglo es saber si sus sistemas polĆ­ticos son capaces de frenar la tendencia a la contracciĆ³n y la fragmentaciĆ³n de la esfera de la ciudadanĆ­a, y cuĆ”les son las nuevas instancias de mediaciĆ³n que deberĆ”n inventar para dar acceso y estimular la participaciĆ³n de sus miembros. Sin esto, se asistirĆ” no sĆ³lo a la perpetuaciĆ³n de los desĆ³rdenes urbanos, de la violencia colectiva y de los conflictos Ć©tnicos (o percibidos como tales) en el corazĆ³n de las sociedades avanzadas, sino tambiĆ©n a un proceso duradero de fisiĆ³n social y propagaciĆ³n de las desigualdades e inseguridad que apuntan a una verdadera "brasilerizaciĆ³n" de las metrĆ³polis de Europa y los Estados Unidos.



[1] Sobre la lĆ³gica y las condiciones sociales de la eficacia polĆ­tica de las disrupciones populares, vĆ©ase la obra de Piven y Cloward (1977) , PoorPeoPIe's Movements, muy actual en la fase de recentramiento de los partidos polĆ­ticos progresistas.

[2] En el nĆŗcleo histĆ³rico del gueto de Chicago, por ejemplo, en 1988, cerca de seis adultos sobre diez sobrevivĆ­an gracias a los magros ingresos de la ayuda social, y mĆ”s del 80% de quienes los recibĆ­an esperaban seguir percibiendo la ayuda pĆŗblica por mĆ”s de un aƱo (vĆ©ase capĆ­tulo 3, infra, pp. 104-105 y 116-119) .

[3] Sobre las causas y el papel de las migraciones internacionales en la ampliaciĆ³n de las transformaciones sociales dentro de las sociedades avanzadas, vĆ©anse el excelente resumen conceptual de Zollberg (1999) y los anĆ”lisis empĆ­ricos de Sassen (1989), TarƱus (1992) y Casties (1993).

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