los tĆtulos educativos en la
distribución de los individuos en el seno

de mercado, en el caso de los Estados
Unidos. Fortalecidas por la consolidación de su aparato industrial y por la
aparición continua de nuevos sectores de servicios,
las sociedades del Primer Mundo llegaron a considerar a la pobreza como un
simple residuo de J desigualdades y de supervivencias de un pasado superado, 0
un roducto de deficiencias individuales susceptibles de remediar;
2 La propia
terminologĆa resulta reveladora de las premisas ideológicas de estas investigaciones.
Knoterrus (1987) disecciona la imagen de la sociedad que subyace a los trabajos
sobre el status attainment realizados sobre todo por los miembros de la escuela
de Wisconsin. Se podrĆa demostrar que la ideologĆa de la meritocracia social
(encarnada, entre otros, por los trabajos de Talcott Parsons, Peter Blau y Otis
Dudley Duncan, por el lado norteamericano, y Raymond Aron y Henri Mendras, por
el lado francés) ha cumplido en las sociedades euroamericanas una función
similar a la del mito nacional de la "democracia racial" en Brasil,
tal como la formuló Gilberto Freyre (1946).
era, en todo caso, un fenómeno destinado a retroceder y
luego a desaparecer con la plena "modernización" de la nación.3
AsĆ, en vĆsperas de la dĆ©cada de
1960, el economista John Kenneth Galbraith (1958) caracterizaba la miseria como
una "anomalĆa" tĆpica, "casos especiales" o
"islotes". Por cierto, los llamados 'islotes" estaban bien poblados
pues seguĆa habiendo diez milloneÅ” de pobres en los Estados Unidos, pero eso no
durarĆa mucho tiempo; cuando el presidente Lyndon B. Johnson lanzó en 1964 el
programa titulado "guerra a la pobreza", anunció con orgullo que la
miseria serĆa erradicada antes de 1976, de manera que la celebración del
bicentenario de los Estados Unidos marcarĆa tambiĆ©n el nacimiento de la primera
y verdadera "sociedad de abundancia" de la historia (Castel, 1978).
En esa Ʃpoca, en Francia, la misma promesa del horizonte radiante de la
"nueva sociedad" corrĆa por cuenta del partido gaullista, por
entonces hegemónico bajo la dirección deJacques Chaban-Delmas, antes de ser
reactualizada bajo el nombre de "sociedad liberal avanzada" por
Valery Giscard d'Estaing, uno de cuyos ministros habĆa logrado un notable Ć©xito
de librerĆas con un texto que proclamaba que se podĆa "vencer a la pobreza
en los paĆses ricos" (StolĆ©ru, 1974). Como lo seƱala Sinfield, a fines de
la dĆ©cada de 1970 Francia no conocĆa "debate nacional, movilización
polĆtica ni polĆtica oficial alguna de lucha contra la pobreza" (Sinfield,
1980: 93).
El carƔcter obsoleto adjudicado
a la división en clases pretendĆa extenderse tambiĆ©n a las divisiones Ć©tnicas y
de "raza" (o pos-
coloniales) .4 En diversos grados, las sociedades del Primer
Mundo
3 Castel
(1978) ofrece un cuadro histórico de esta problemÔtica en el caso de los
Estados Unidos; Wilson y Aponte (1985) registran la "desaparición" y
el "redescubrimiento" cĆclico de la cuestión de la pobreza en los
Estados Unidos a fines del siglo xx. Sobre los matices del debate francƩs
equivalente (alrededor del tema de la "exclusión" a partir de fines
de la década de 1980), consúltese Paugam (1993); sobre la discusión britÔnica,
Morris (1994).
4 Se ha
puesto la palabra "raza" entre comillas para recordar: 1) la
identidad a la que se llama racial no es sino un caso particular de la
etnicidad (se cree y se asume como fundada sobre la herencia biológica) , es
decir, un principio históricamente construido de clasificación social; 2) el
haz de relaciones sociales y simbólicas designadas por la "raza" (o
el "color") varĆa fuertemente segĆŗn las sociedades y las coyunturas
históricas, y de acuerdo con los mecanismos de (re)producción del racismo como
modo de dominación que apela a la naturaleza como principio de legitimación.
32

5 La
oposición entre ascñPtion (el estatus heredado) y achievement (la posición
lograda por el mĆ©rito) es una de las oposiciones fundadoras de la teorĆa del
funcionalismo estructural elaborada por Talcott Parsons (1971 ) , que
consideraba a los Estados Unidos la encarnación histórica del ideal
supuestamente universal de una sociedad meritocrĆ”tica. Para una aguda crĆtica
de esta teorĆa, vĆ©ase Bourdieu (1975).
33
una estructura de clases a escala mundial deberĆa
borrar la etniciclad, e incluso culminar, en la visión propuesta por
Wallerstein (1983) , con la transición a un "orden mundial
socialista". Diversas variantes de la teorĆa del posindustrialismo
comparten estas premisas y consideran a las divisiones etnorraciales no como
bases perennes de estructuración social dotadas de su dinÔmica propia, sino
como principios de agrupamiento esencialmente reactivos, atrasados o
derivativos, en todo caso como obstƔculos en el camino natural de la sociedad
moderna hacia un universalismo mayor (Kumar, 1995).6
La violencia de abajo: ¿levantamientos raciales o revueltas intestinas?7
G Florestan
Fernandes (1978) ofrece una expresión concisa de esta opinión ampliamente
compartida en su evaluación acerca de la naturaleza y el destino de las divisiones
Ʃtnicas surgidas del esclavismo en la sociedad brasileƱa: "El dilema
racial brasileño constituye un fenómeno social patológico que no se puede
corregir mÔs que por medio de procesos capaces de suprimir esta obstrucción al
orden social competitivo que representan las desigualdades raciales". Esta
posición es mÔs antigua: recordamos que ya el "ciclo de las relaciones
raciales" de la primera Escuela de Chicago, con su progresión ordenada del
conflicto y la competencia hasta el acomodamiento y la asimilación, apuntaba a
la reabsorción de las divisiones etnorraciales.
7Juego de palabras
intraducible: Ʃmeutes significa a la vez revuelta social y problemas
digestivos. [T.]
34
de "desórdenes urbanos" en Francia, Inglaterra y
los Estados Unidos, entre muchos otros, ejemplifican este fenómeno.8
Octubre de 1990 en Vaux-en-Velin,
tranquila comuna obrera de la periferia de Lyon hasta allĆ sin historia: varios
centenares de jóvenes, de los cuales un buen nĆŗmero provenĆa de familias
inmigrantes del Maghreb, salieron a la calle para enfrentarse a la policĆa
luego de que un adolescente del barrio encontró la muerte en un accidente de
moto provocado por un auto policial. Durante tres dĆas y tres noches se
enfrentaron a las fuerzas del orden y a los grupos republicanos de seguridad
enviados de urgencia por el gobierno, rompiendo los vehĆculos de la policĆa,
saqueando los negocios e incendiando 200 automóviles. Cuando regresó la calma,
los heridos ascendĆan a decenas y los daƱos fueron estimados en mĆ”s de 700
millones de francos (o sea, alrededor de 120 millones de euros). El paĆs se
encontraba conmocionado. La ira reprimida por mucho tiempo en las banlieues
populares en decadencia, con fuerte concentración de viviendas sociales, se vio
catapultada al centro de las preocupaciones polĆticas y logró dominar el debate
público durante años.
Julio de 1992, en Bristol, Inglaterra:
un escenario casi idéntico encendió la hoguera en el barrio de Hartcliff, una
zona pobre situada en un sector industrial en decadencia al sur de la ciudad.
AllĆ tambiĆ©n la violencia estalló luego de que dos adolescentes que conducĆan
una moto de policĆa robada fueron muertos en un choque con un auto policial
camuflado. Al caer la noche, un centenar de jóvenes saqueó el centro comercial
cercano y, cuando las fuer-
8
No se puede dar aquà mÔs que un breve relato de esos
incidentes. Para una crónica del surgimiento de la violencia colectiva y de las
tensiones de tono etnorracial en los conjuntos HLM de la periferia urbana
francesa, vƩaseJazouli (1992) ; para un estudio de caso ejemplar en los Estados
Unidos, el anƔlisis de Porter y Dunn (1984) de las revueltas de Miami en 1980;
para un anƔlisis detallado de los disturbios britƔnicos de principios de la
dƩcada de 1980, el informe Scarman y sus derivados (Benyon, 1984).
9 Los
disturbios se repitieron durante todo el verano de 1991, obligando al gobierno
a extender y eternizar diversos programas de "prevención de
problemas", sobre todo durante las largas vacaciones (a travƩs de las
"Operaciones del calor"). Similares explosiones de violencia
colectiva se produjeron periódicamente a todo lo largo de la década siguiente,
para culminar con la ola de disturbios en noviembre de 2005.
PRĆLOGO 35
zas del orden intentaron contraatacar, fueron recibidas
por una lluvia de ladrillos y piedras, de bolas de acero, material en llamas y
cocteles Molotov. El tumulto se expandió y transformó al barrio de un kilómetro
cuadrado en una verdadera zona de guerrilla urbana que requirió el envĆo de
quinientos policĆas antimotines. Durante ese verano, otros barrios del cinturón
industrial de las Midlands conocieron incidentes similares: Coventry,
Manchester, Salford, Blackburn y Birmigham. l ()
Los Angeles, abril de 1992: la
absolución de cuatro policĆas blancos implicados en la paliza a Rodney King —filmada
por un camarógrafo amateur—, un conductor negro indefenso arrestado como
resultado de una persecución automovilĆstica, provocó una exploSión popular de
una violencia inƩdita para los Estados Unidos del siglo xx. En el gueto de
South Central, decenas de blancos fueron arrancados de sus vehĆculos y
golpeados, negocios saqueados, móviles policiales derribados e incendiados. Los
comercios, propiedad en su mayorĆa de coreanos, licorerĆas, depósitos de
mercaderĆas de segunda mano y autoservicios fueron el blanco de una campaƱa de
saqueo sistemÔtico. La erupción de la violencia fue tan brutal que ni los
bomberos ni la policĆa pudieron impedir que las llamas destruyeran miles de
viviendas. Los disturbios se extendieron rƔpidamente y las escenas de pillaje de
masas se multiplicaron. Se proclamó el estado de emergencia, se movilizaron y
desplegaron 7.000 policĆas, ademĆ”s de 1.200 marines. Los tiros de rifles y los
intercambios de disparos entre los manifestantes, la policĆa y los propietarios
que defendĆan sus comercios arma en mano elevaron la cifra de muertos a 45. Al
final del tercer dĆa de revuelta, los heridos ascendĆan a 2.400, decenas de
millares de personas habĆan sido arrestadas, unas mil familias habĆan perdido
su vivienda y 20.000 mƔs su empleo. Los daƱos superaron la cifra de 1.000
millones de dólares.
No se trata mƔs que de tres episodios de
violencia colectiva entre una extensa serie de perturbaciones urbanas que serĆa
largo enumerar. ll La mayor parte de los desórdenes, grandes y
peque-
10 En 1980, 1981
y 1985 habĆan estallado importantes disturbios en las inner cities de Bristol,
Londres, Liverpool, Birmigham y de numerosos municipios obreros en decadencia.
ll HabrĆa que
agregar, a los disturbios franceses, ingleses y norteamericanos, la reciente ola
de agresiones colectivas contra los extranjeros y los asilados en 36
"estallidos raciales" en reacción a la animosidad de
que son objeto "las minorĆas" Ć©tnicas o inmigrantes que habitan los
paĆses (Cross y Keith, 1993; Gooding-Wi11iams, 1993).
En una primera instancia, esta
explicación suena plausible. La Europa de la década de 1980 ha estado inundada
por una ola de xenofobia, en la esfera pĆŗblica cuando no en la vida cotidiana,
que nada parece poder detener. 12 En Francia, la hostilidad hasta entonces
mantenida en sordina respecto de los "Ɣrabes" ha estallado con enorme
fuerza (Silverman, 1990) y alimentado la multiplicación de las agresiones de
signo racista. Ha encontrado una expresión polĆtica estridente en el populismo
xenófobo del Frente Nacional (Husbands, 1991), que ha estimulado como respuesta
el nacimiento de un movimiento antirracista simbolizado por la irrupción en la
escena pública de la organización SOS-Racismo (incubada bajo el ala del Partido
Socialista). En Gran BretaƱa, los antagonismos entre negros del Caribe,
asiƔticos y blancos se han expresado en enfrentamientos callejeros cuya
proliferación estuvo acompañada por la "racialización" de los debates
sobre la delincuencia y la brutalidad policĆaca, de manera que los desórdenes y
las violencias públicas son percibidos y tratados cada vez mÔs abiertamente
como "problemas negros" (Solomos, 1988) . En el mismo momento, en los
Estados Unidos, la puesta en cuestión de los logros de las luchas por las
igualdades cĆvicas de las "minorĆas" (afroamericanas, pero tambiĆ©n
hispanas, ademƔs de grupos de origen amerindio y asiƔtico) de la dƩcada de 1960
se tradujo en un claro deterioro de las relaciones interƩtnicas, como lo
Alemania y los repetidos
incidentes que implican a los inmigrantes norafricanos en el sur de Italia y en
EspaƱa.
12 Sobre la
aparición (o el resurgimiento) del racismo a escala europea y sus diversas
manifestaciones nacionales, vƩanse Allen y Macey (1990), Miles (1992) y Holzner
(1993).
demuestran la escalada de crĆmenes racistas, el temor
generalizado a los hombres negros en el espacio público, la multiplicación de
incidentes en los campus o incluso la explotación abierta del sentimiento
antinegro durante las campaƱas electorales locales y nacionales (Franklin,
1991). Y mientras Europa se sentĆa asediada por el espectro de una
"guetización" al estilo norteamericano, los Estados Unidos se
hallaban obnubilados por la visión pesadillesca de una supuesta underclass,
grupo decadente y amenazante presuntamente aparecido en el corazón de las
metrópolis segregadas y que concentra sobre sĆ todas las patologĆas urbanas
norteamericanas.13
Los desórdenes colectivos urbanos de los
años 1980 y 1990 no son una simple prolongación de las revueltas racistas
tradicionales como las conocieron los Estados Unidos a Io largo del Ćŗltimo
siglo (Young, 1970) . Contrariamente a los discursos del periodismo y
38



privaciones económicas y las crecientes desigualdades sociales
por medio del arma mƔs eficaz de que disponen, a saber, enfrentarse a las
autoridades y alterar por la fuerza el curso normal de la actividad social. [1]
39

Del mismo modo, cuando se produjeron las
revueltas de South Central en Los Angeles, las miles de personas que saquearon
los supermercados y los centros comerciales incendiados no eran negras en su
totalidad, lejos de ello: mƔs de la mitad de los 5.000 primeros arrestos
afectaron a hispanos y el 10% de ellos a blancos llamados "anglos".
Esos disturbios no fueron sólo el grito de revuelta de la población negra
contra la flagrante discriminación racial perpetrada cotidianamente por la
policĆa y confirmada por una escandalosa decisión judicial (la absolución de
todos los policĆas
res onsables de la salvaje golpiza a Rodney King). Fue
tambiƩn una
revuelta de mendlgos"Ƭcontra la
miseria cotidiana y el deterioro de las condiciones de vida causados por la
recesión económica y la reducción de los presupuestos sociales, como lo
comprueban las
imƔgenes televisivas que muestran a hispanos y tambiƩn a
asiƔticos y blancos revolviendo entre los restos calcinados de las tiendas en
busca de productos para rescatar. Como lo seƱala ese advertido observador de la
escena de Los Angeles, "el primer disturbio multirracial del paĆs ha sido
tanto el grito de los vientres hambrientos y de los corazones quebrantados como
un aullido de protesta contra
„ 15 los bastones policiales y la
paliza a Rodney King .
15 Mike Davis, "In LA.
, Burning All Illusions", en Hazen (1992); para los elementos
complementarios, consĆŗltense la excelente selección de artĆculos de la prensa
compilados por el Institute for Alternative Journalism (Hazen, 1992) y algunos
de los ensayos reunidos por Gooding-Williams (1993) y Baldassare (1994). Esta
interpretación es validada por Pastor (1995), quien muestra que la
participación activa de los latinos y la pobreza fueron variables centrales en
el desencadenamiento y expansión de los disturbios, y por Muty et al. (1994),
quienes informan, a partir de entrevistas callejeras con 227 habitantes y
asalariados del South Central, que los participantes en las sublevaciones se
percibĆan como "combatientes de la libertad" ante las cuestiones de
la pobreza, el desempleo, la brutalidad policial y la discriminación racial,
una mezcla de motivos que coincide con la confluencia de fuerzas estructurales
que determinaron la crisis.
40
La violencia de arriba: desproletarización, relegación y estigmatización
De todos modos, un anƔlisis detallado
del desencadenamiento, el desarrollo y la composición de los desórdenes
colectivos causados por los jóvenes desheredados de las ciudades de Europa y
los Estados Unidos durante los quince aƱos anteriores, muestra que, lejos de
ser la expresión irracional de una incivilidad impenitente o de un atavismo
patológico, estos desórdenes constituyen una reacción (socio) lógica a una violencia estructural masiva desencadenada por una serie de
transformaciones económicas y
polĆticas que se refuerzan
mutuamente. Estos cambios se traducen en una polarización de la estructura de clases
que, combinada


de obra no calificada, sumergidosen
la obsolescencia económica
social] 6 Esta violencia componentes fundamentales:
I) El deseuPleQ masivo, crónico y persistente que, para todo un sector de la
clase obrera, se traduce en la desproletarización y la expansión de la precariedad, que acarrea un cortejo de
privaciones materiales, dificultades familiares y consecuencias personales.
t) 2) La relegación a los barrios
desposeĆdos dentro de los cuales los recursos pĆŗblicos y privados disminuyen en
el momento mismo en que la caĆda social de las familias obreras y la
instalación de las poblaciones inmigrantes intensifican la competencia por el
acceso a los bienes colectivos.
3) La estigmatizacióùreciente en la
vida cotidiana y en el discurso público, cada vez mÔs estrechamente asociada no
sólo al origen social y étnico sino también al hecho de vivir en
barrios degradados y degradantes.
Estas fuerzas revelan ser aun mƔs
nocivas cuando se combinan con un fondo de ampliación generalizada de las
desigualdades•
Lejos de ser el producto menor de una
"tercermundialización" de los paĆses ricos o la expresión de una
regresión hacia formas atĆ”vicas del conflicto sociopolĆtico, el retorno al
corazón de las ciudades del Primer Mundo de las realidades reprimidas de la
miseria, la violencia colectiva y las divisiones etnorraciales provenientes de
la historia colonial se debe comprender como el resultado del desarrollo
desigual de los sectores mƔs avanzados de las sociedades capitalistas, cuyas
manifestaciones no son, por lo tanto, susceptibles de ceder (como se Io
destacarĆ” en la tercera parte del libro) .
A diferencia de perĆodos anteriores de
crecimiento económico, la expansión de los aƱos ochenta —en los paĆses que
experi-
mentaron esa expansión— no benefició a todos, sino que, en
realidad, amplió la brecha entre ricos y pobres,y entre aquellos que
1c' Sobre la complejidad y
la dinÔmica de este proceso de dualización, véanse Mollenkopfy Castells (1991 )
, y Fainstein, Gordon y Harloe (1992) ; para un llamado a la prudencia
analĆtica sobre este punto, Marcuse (1989). Se regresarĆ” a estas lógicas de la
polarización urbana "por lo bajo" en el capĆtulo 9.
44
vencia basada en una mezcla de trabajo informal, ayuda
social y actividades ilegales se impone sobre la participación regular en el
mundo de los asalariados. [2]
La exclusión duradera cuando no definitiva
del salario de una parte de la clase obrera y el crecimiento correlativo de la
economĆa informal en los barrios populares son dos Ćndices convergentes de la
constitución, en el corazón de las ciudades del Primer Mundo, de lo que
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979) llamaban "un ejƩrcito de
trabajo subnumerario", para el cual los progresos de la economĆa se
traducen en una regresión de las condiciones y las posibilidades de vida. Como
prueba del aumento del hambre y la desnutrición (lo que ilustra el auge de las
ollas populares), estĆ” el resurgimiento, en los distritos pobres de Nueva York, ParĆs y Londres,
de enfermedades contagiosas de otras Ʃpocas, como la tuberculosis.
la mitad del siglo xx— provienen principalmente de las
antiguas
• 45
acentuado la polarización espacial y social de las ciudades
al combinarse con la fuga de las clases medias de los distritos de población
mixta hacia los barrios protegidos para beneficiarse allĆ de servicios pĆŗblicos
de mejor calidad (en el caso de Francia), para satisfacer las necesidades de su
hogar recurriendo a un sector privado mƔs atractivo (en los Estados Unidos), o
por las dos razones a la vez (en Gran BretaƱa) .
La segregación espacial intensifica las
dificultades encontradas al aêüiiiîilhr en los enclaves urbanos aislados a
familias de clase
öbfêfõÄutóctonas en movilidad descendente y a las
poblaciones immgrantes de nacionalidades heterogéneas, jóvenes,
económiCÔiîièñiõfrÔgiles y desprovistas también por completo de competencias
inmediatamente negociables en los sectores dinĆ”micos de la nueva economĆa. AsĆ, mĆ”s de
la mitad de los 45.000 habitantes de Vaulx-en-Velin vivĆan, en 1990, -en
desapacibles y enormes conjuntos FILM, y uno de cada cuatro era de origen
eXtranjero, mĆ”s del 40% tenĆa menos de 20 aƱos y mĆ”s de un tercio de los
adultos se encontraba sin
trabajo. Los dispositivos públicos de formación y de ayuda para la búsqueda de
empleo no permiten a los jóvenes hacer pie en un mercado de trabajo en
retracción y fragmentación, y las actividades culturales y deportivas no pueden
distraerlos para siempre de su destino. Del mismo modo, la tasa de desempleo
entre los habitantes de South Bristol que tenĆan de 16 a 25 aƱos de edad, en la
Ʃpoca de los disturbios, alcanzaba el 59%, y ha aumentado en consonancia con el
porcentaje de familias extranjeras. La fuerte escasez de equipamientos
colectivos y
46
programas recreativos capaces de entretener a los
adolescentes del barrio no pesa poco en la tasa de criminalidad de Hartcliffe,
que se cuenta entre las mƔs elevadas de Inglaterra. En cuanto a los Estados
Unidos, entre 1978 y 1990, el condado de Los Angeles ha perdido 200.000
empleos, de los cuales la mayorĆa correspondĆa a puestos sindicalizados en la
industria que ofrecĆan salarios elevados, aun cuando la ciudad recibĆa un flujo
de cerca de un millón de inmigrantes. Un buen número de esos puestos fue
perdido por miembros de las minorĆas del distrito de South Central en el
momento mismo en que las inversiones y los programas pĆŗblicos que les estaban
destinados eran fuertemente reducidos (Johnson et al., 1992). Como
consecuencia, en 1992 el desempleo superaba el 60% entre los jóvenes negros y
latinos de South Central Los Angeles y la economĆa ilegal de la droga era, con
mucho, la fuente de empleo mƔs segura.
Como se verĆ” en el capĆtulo 6, no se
debe subestimar la fuerza y el impacto del estigma territorial que pesa hace
tiempo sobre
los nuevos "condenados de la ciudad" (Wacquant, 1993b).
En primer lugar, el sentimiento personal de indignidad que acarrea es una
dimensión importante de la vida cotidiana que afecta negativamente las
relaciones interpersonales y amputa gravemente las posibilidades de Ʃxito
escolar y profesional. En segundo lugar, se percibe una fuerte correlación
entre la degradación simbólica y el deterioro fisico de_lo barrios populares:
las zonas consideradas como depósitos de pobres" esviados y desajustados
son evitadas I por las personas del exterior; los bancos y el sector
inmobiliario las ponen en cuarentena, las cadenas comerciales vacilan a la hora
de instalarse allĆ y los responsables polĆticos se pueden desinteresar de ellos
sin mayores costos —salvo, justamente, cuando se convierten en teatros de
problemas y enfrentamientos pĆŗblicos—. La estigmatización territorial estimula
también, en los habitantes, estrategias sociófugas de evitamiento mutuoy puesta
a distancia
que exacerban los procesos de fisión social, alimentan la
desconfianza interpersonal y minan el sentido de destino necesario de la
comunidad para emprender acciones colectivas.

todo entre los mĆ”s desposeĆdos, que nadĆ” Menen para
demostrar su perteneĆcia) . Como se puede ver en la multiplicación de las
agresiones callejeras, muggins en la inner city britƔnica, dePouille (despojos)
en las banlieues antiguamente obreras de Francia, arrebatos de joyas y trƔfico
de drogas a plena luz en el gueto norteamericano, y la criminalidadĆ)n, a
menudo, los únicos medios de que disponen los jóvenes de origen proletario sin
perspectivas de empleo para adquirir el dinero y los bienes de consumo
indispensables para acceder a una existencia socialmente
20 Para ejemplos en el
contexto estadounidense, vƩanse Taylor (1989) y PadiIla (1982). Existen
innumerables razones para sospechar que existe una lógica similar, mutatis
mutandi, en las temibles irrupciones de los funkers durante el fin de semana en
las playas lujosas y blancas de Ipanema y Copacabana en RĆo de Janeiro.
48
La alienación polĆtica y los dilemas de la
penalización
Si las formas directas y espontƔneas de
la Protesta infrapolĆtica por medio de desórdenes pĆŗblicos, de arrebato de
bienes y destrucción de propiedades se han expandido por los suburbios pobres
de las sociedades avanzadas, es tambiƩn porque las formas organizadas de
presión sobre el Estado han decaĆdo junto con la desregulación luego de la
descomposición de los instrumentos tradicionales de representación polĆtica de
las clases populares.
En Francia, la caĆda del Partido
Comunista y el giro centrista tomado por los sucesivos gobiernos socialistas
han hundido a la clase obrera en un profundo desarraigo que el Frente Nacional
de Jean-Marie Le Pen ha sabido explotar, por medio de una ideologĆa que hace de
los inmigrantes los chivos expiatorios y que, a falta de otra cosa y en
oposición a los partidos dominantes, posee la virtud de ofrecer una visión
clara de la sociedad francesa, un diagnóstico simple de sus principales males y
un remedio radical para dotar a los obreros de dignidad en tanto ciudadanos
(redefinidos como "nacionales"). En Gran BretaƱa, una dƩcada y media
de thatcherismo prolongado por la polĆtica neoliberal de Tony Blair ha
acelerado la declinación duradera de los sindicatos y remodelado al Partido
Laborista, mientras que la descomposición de las comunidades obreras minó la
capacidad local de movilización de sus organizaciones de base. En los Estados
Unidos, donde las clases populares raramente tuvieron vocación polĆtica, el
Ʃxodo masivo de los blancos y de las clases medias hacia la periferia urbana,
la nacionalización de las campaƱas polĆticas y la decadencia de las "mĆ”quinas
electorales" municipales, en fin, la fragmentación administrativa de las
metrópolis han terminado de marginar a los pobres en el campo polĆtico (Weir,
1993).
Privados de instrumentos institucionales
para formular reivindicaciones colectivas en un lenguaje comprensible para los
funcionarios del Estado, ¿quĆ© pueden hacer los jóvenes de los barrios relegados
sino bajar a la calle? Un joven manifestante de Bristol habla en nombre de sus
pares del East Harlem, el cinturón rojo parisino o de Lyon y de Toxteth
en Liverpool cuando exclama:
No tengo trabajo ni lo tendrƩ jamƔs. Nadie quiere ayudarnos a
salir de esta mierda. Si el Estado puede gastar tanto dinero
para construir un submarino nuclear, ¿por quĆ© no
hay dinero para las inner cities? Si pelearse con la policĆa es la Ćŗnica
solución para hacerse escuchar, entonces vamos a pelearnos con ellos.21
En las banlieues populares del hexƔgono,
los jóvenes de las ciudades 1-IML consideran cada vez mĆ”s a la policĆa como un
cuerpo indeseable, cuyo principal objetivo es intimidarlos y hostigarlos, y la
casi totalidad de los casos de desórdenes públicos de la década pasada tuvieron
como punto de partida un incidente que los enfrentó a las fuerzas de la ley. NO
es casualidad que la policĆa haya inventado durante aquellos aƱos la categorĆa
burocrĆ”tica de lencias urbanas", basada en una escala pseudocientĆfica de
grado de agresión (ide la que el "agrupamiento de jóvenes en la esca, lera" significa el primer
escalón!) , para poder despolitizar mejor
21 Citado en The
Guanlian, 20 de julio de 1992, en una nota ppsterior a los disturbios de
Bristol.
22
La otra institución dominante percibida cada vez mÔs
como un vector de intrusión y de imposición de las autoridades, aunque en un
registro totalmente
distintocS1õêQuĆ©Ćư} consecuencia de
la universalización tardĆa del acceso a la enseƱanza secundaria. Balazs y Sayad
(1991) exploran el abanico de las reacciones a la violencia simbólica de la
enseñanza pública en la banlieue de VauIx-en-VeIin, como las conductas rudas
(rebautizadas como "incivilizadas" por el idioma de la criminalidad
oficial) , el vandalismo, la evasión y la violencia.
50

El informe de sesenta pƔginas detalla
tremendos incidentes de uso excesivo de la fuerza, a menudo "equivalente a
la tortura u otros tratamientos crueles, inhumanos y degradantes", que
implican el uso injustificado de armas de fuego "en violación de las
normas internacionales", las quemaduras de cigarrillos o los disparos
contra sospechosos pacĆficos o incluso transeĆŗntes inocentes, el abuso
permanente de las pistoletas elƩctricas tazer,24 y el soltar perros de
23
Es particularmente recomendable la lectura completa
del informe titulado -h Police Brutality in Los Ćngeles, California, United
States ofAmerica (Amnesty International, 1992). El hecho de que un informe con
tantas acusaciones no genere la menor reacción de las autoridades locales y
nacionales demuestra la indiferencia frente a los endƩmicos y rutinarios abusos
policiales en los barrios marginados.
24
Una tazergun es un arma de mano que permite a los
policĆas neutralizar a un asaltante real o potencial enviĆ”ndole a distancia una
fuerte corriente elƩctrica. Puede ser utilizada de manera abusiva pues no deja
marcas ni rastros fisicos externos. Su empleo por parte de los policĆas
estadounidenses es muy polƩmico: muchos estudios han demostrado que la descarga
elƩctrica supuestamente "segura" ha causado la muerte de decenas de
personas.
51
ataque contra los sospechosos (incluidos pequeƱos
delincuentes y menores, de los cuales algunos ya habĆan estado detenidos) que
ya se habĆan rendido y no representaban ninguna amenaza.
Para los jóvenes sin porvenir de las
zonas urbanas en decadencia, entonces, la policĆa constituye el Ćŗltimo
"tope" entre ellos y una sociedad que los rechaza, de allĆ el hecho
de que se la considere como el "enemigo" nĆŗmero uno, una presencia
intrusiva en un territorio en cuyo seno esa autoridad estĆ” abiertamente
cuestionada y suscita una desconfianza y una hostilidad que pueden llegar hasta
la agresión verbal y fisica, como lo muestra la polémica canción del rapero Ice
T., "Cop Killer". En los paĆses avanzados, allĆ donde la policĆa se
ha transformado en un cuerpo extranjero respecto de la población a la que se
supone debe proteger, no puede cumplir sino un rol represivo, lo que no hace
mÔs que agravar la violencia y los desórdenes cuya misión es controlar (Wacquant,
1993b) .

25 Se ha
demostrado en otra parte que, durante la dƩcada que ha seguido a este
diagnóstico inicial, la solución que consiste en penalizar la precariedad por
la glorificación y amplificación de las misiones del Estado penal se ha
expandido y generalizado en el Primer Mundo e incluso en el Segundo (Wacquant,
1999).
52 PRĆLOGO 53
posición intermedia entre ambas tendencias.26 La reacción
del gobierno estadounidense a los "acontecimienLuego de una dƩcada de problemas urbanos, el gobierno fran- tos" del South Central Los Angeles se
ubicó en las antĆpodas: una cĆ©s instauró una arantla de sosten
RMI) para las per-
vez controlados los disturbios
gracias a la instauración inmediasonas caĆdas a traves e las redes dĆ©l empleo y
la protección social; ta del estado de emergencia y a una presencia militar
masiva, la extendió el seguro de desempleo y los dispositivos de formación
prioridad fundamental de la administración Bush fue enviar un para los jóvenes
sin calificación, estableció un mecanismo (muy equipo especial de fiscales y
aumentar los fondos disponibles para limitado) de transferencia de los ingresos
fiscales de las ciudades hacer caer todo el peso de la ley penal sobre los
miles de personas
ricas a las ciudades pobres y
desplegó un_vasto programa de reha- arrestadas durante los disturbios.28 Al
contrario de las catÔstrofes þjlitaciónvurbana concebido oficialmente para
mejorar las condi- naturales (como los huracanes y las inundaciones que suelen
asociones de vida en cuatrocientos "barrios sensibles" a todo lo
largo lar periódicamente las costas del sur o las llanuras del Midwest)

27 Se
encontrarĆ” un anĆ”lisis de la pieza fundamental de esta polĆtica, a saber, para
su tan publicitada "Guerra a las drogas" fueron destinados a
operaciones la creación de un programa nacional que instaurara un "ingreso
mĆnimo garanti- policiales, mientras que los programas de educación y de
desintoxicación languizado", sus fundamentos polĆticos, sus fracasos y su
impacto efectivo en el libro de decĆan penosamente por falta de financiamiento.
Como resultado, la población Serge Paugam, La Sociétéfrançaise et ses Pauvres (
1993). carcelaria se duplicó durante la década sin que haya tenido un efecto
importante sobre el comercio callejero y el consumo de estupefacientes.
54 LA
PRĆLOGO 55
El Reino Unido se ubica a mitad de camino entre estos
polosdetrimento de la protección social.29 Las clases dominantes y
los
de la politización y la
criminalización. La tendencia a atribuir losgobiernos de las naciones ricas
se han mostrado, en grados diverdesórdenes a una "minorĆa criminal
negra" sigue siendo siempresos, Incapaces o poco dispuestos a controlar el
crecimiento de las muy fuerte, pero incluso los gobiernos orgullosamente
favorablesy han fracasado en influir sobre la acumulación a la polĆtica del
laissezfaire de Margaret Thatcher y de John Majorde las dificultades, de la
marginalidad social y de han debido restablecer una dosis de control estatal
sobre los pro-la estigmatización en los barrios obreros desposeĆdos de la
ciudad


la posguerra,
los to podrĆamos ddescontentos e las fracturas preguntarnos esas sociales,
polĆticas durante sobre de todo enmascaramiento cuĆ”nto cuando tiempo la
polĆtica podrĆ”n del crecimien-estatal acallar dea del separación primer Mundo los Estados-nación estaban en
condiciones soberanos miembros, de y establecer bien y circunscriptosasegurar
una clarauna
regeneración urbana", que
favorece los mecanismos de mercado, entre sus miembros y no de agrava las
desigualdades tanto dentro de las ciudades como entre
Conclusión: un desafĆo para la
ciudadanĆa segregación la
población". espacial Esta observación y la falta de se servicios aplica en
adecuados lo esencial para al caso grandes de las sectores polĆticasde
pĆŗblicas britĆ”nicas durante el perĆodo considerado, a pesar
de un rol inicial mƔs
ese
frente, con diferentes de
durante las dos Ćŗltimas
dĆ©cadas del siglo xx encuentran sus raĆces 30 Turner (1986) demuestra la
importancia del papel de la ciudadanĆa para en la transformación histórica de
sus economĆas (desregulación contener las contradicciones de las sociedades
avanzadas y ofrece una exégesis de los mercados financieros, desocialización
del asalariado, flexi- crĆtica de la influyente tesis de Marshall. Para una
reconceptualización Polanyi, véase históricaSomers bilización del empleo), la
polarización social de sus ciudades y las de (1993). la ciudadanĆa para un
estudio como "proceso ejemplar instituido" de las variaciones
inspirada nacionales en de los esquemas polĆticas estatales que han promovido
mÔs o menos abiertamen- de incorporación de inmigrantes debidas a las
diferencias de definición polĆtica de te los intereses de las grandes empresas
y la mercantilización en la ciudadanĆa, vĆ©ase Brubaker (1992).
56 LA
de capital a enorme velocidad y por lo bajo a causa de la confluencia
entre la descomposición de la clase obrera y el aumento de las corrientes
migratorias, parecerĆa que la ciudadanĆa no es un estatus adquirido u
otorgado a todos y de una vez para siempre sino un "proceso
instituido" (para usar la expresión de Karl Polan- |
1. DEL GUETO COMUNITARIO AL HIPERGUETO |
La cuestión a la que se encuentran
enfrentados los paĆses del Primer Mundo en los albores del nuevo siglo es saber
si sus sistemas polĆticos son capaces de frenar la tendencia a la contracción y
la fragmentación de la esfera de la ciudadanĆa, y cuĆ”les son las nuevas
instancias de mediación que deberÔn inventar para dar acceso y estimular la
participación de sus miembros. Sin esto, se asistirÔ no sólo a la perpetuación
de los desórdenes urbanos, de la violencia colectiva y de los conflictos
étnicos (o percibidos como tales) en el corazón de las sociedades avanzadas,
sino también a un proceso duradero de fisión social y propagación de las desigualdades
e inseguridad que apuntan a una verdadera "brasilerización" de las
metrópolis de Europa y los Estados Unidos.
[1] Sobre la lógica y
las condiciones sociales de la eficacia polĆtica de las disrupciones
populares, vƩase la obra de Piven y Cloward (1977) , PoorPeoPIe's
Movements, muy actual en la fase de recentramiento de los partidos
polĆticos progresistas.
[2] En el
nĆŗcleo
histórico del gueto de Chicago, por ejemplo, en 1988, cerca de seis adultos sobre diez sobrevivĆan gracias a los magros ingresos de la ayuda social, y mĆ”s del
80% de
quienes los recibĆan esperaban seguir percibiendo la ayuda pĆŗblica por mĆ”s de un aƱo (vĆ©ase capĆtulo
3,
infra, pp. 104-105 y 116-119) .
[3] Sobre las causas y el papel
de las
migraciones internacionales en la ampliación
de las
transformaciones sociales dentro de las sociedades avanzadas,
vĆ©anse el excelente resumen conceptual de Zollberg (1999) y los anĆ”lisis empĆricos de Sassen
(1989), TarƱus (1992) y Casties (1993).
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